El amor y el odio a primera vista ocurren por algo
que el psicoanálisis denomina «transferencia» (positiva o negativa).
Todos conocemos el genocidio
que intentó perpetrar Adolfo Hitler con los judíos que vivían en Alemania
cuando él llegó al poder.
Todos conocemos, y hasta
justificamos, que los judíos de todas las generaciones posteriores y de todo el
mundo tienen hacia el líder nazi el peor de los recuerdos.
Ahora imaginemos la existencia
de una persona que posee rasgos físicos muy similares al odiado personaje, que
vive en Israel y que, para peor, pronuncia el idioma oficial (hebreo o árabe)
con un cierto tono alemán.
Fácil es suponer que esta
persona no caiga muy simpática, que difícilmente inspire amor a primera vista y
que su vida social esté llena de obstáculos.
Con este ejemplo podemos
entender lo que en psicoanálisis se llama «transferencia», es decir, la
tendencia inevitable de adjudicarle a otra persona roles, características,
cierto perfil psicológico, por pura ocurrencia de quien hace esa transferencia.
En el caso del ejemplo, cada persona que sienta molestia hacia quien se parece
a Hitler siente esa molestia porque, de forma inevitable, le está asignando
características que él guarda en su mundo interior respecto al patético
personaje histórico.
Claro que puse un ejemplo de transferencia negativa, pero también
existen las transferencias positivas.
Con estas ocurre exactamente lo contrario: podemos enamorarnos de
alguien que nos parece maravilloso porque algo de esa persona nos evoca a
quien, en nuestro mundo interior, amamos, admiramos, idealizamos.
Estas adjudicaciones son tan incontrolables, antojadizas e
inconscientes, que los psicoterapeutas las utilizan para entender el mundo
interior del paciente.
El terapeuta está atento a cómo el paciente, por ejemplo, lo acusa de
ser muy severo e injusto cuando le aumenta los honorarios...adjudicándole (al
terapeuta) el rol de su propio odioso padre.
(Este es el Artículo Nº 1.981)
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