Un valiente es alguien
que se paraliza ante un dolor propio pero que se enfrenta a la muerte
desaprensivamente.
Alguien podría pensar que un
hombre temerario no le tiene miedo a nada.
Si lo pensara estaría en un
error provocado por la insidiosa metonimia que nos ordena generalizar a partir
de muestras desmesuradamente pequeñas.
Los científicos son personas
con pocos pero muy fuertes intereses. Quizá le dediquen toda una vida a
entender la reactividad eléctrica de las patas traseras de las ranas, o a
comprender el mercado minorista de las joyas, o entender qué les ocurre
psicológicamente a los niños cuando pierden la dentición decidua, (conocida también como dentición de leche, dentición infantil o dentición primaria).
Los científicos se
caracterizan además por su lucha denodada contra la insidiosa metonimia, es
decir, la propensión natural que tiene nuestro sistema pensatorio a convertir en regla universal
algo que ocurre una única vez.
Los varones y las mujeres somos muy diferentes y en algunos
artículos anteriores (1) he propuesto estudiarlos como dos sub-especies
diferentes.
No es lo mismo para alguien tener la capacidad de gestar y
de alimentar con su propio cuerpo a no tenerla y participar mínimamente en la
conservación de la especie.
Ellas están dotadas de un cuidado de sus vidas superior al
que estamos dotados los varones por la sencilla razón de que son más necesarias
que nosotros para lo único que realmente le importa a la Naturaleza: conservar
las especies, aunque esto vaya en desmedro de conservar a algunos individuos.
Un valiente clínicamente puro es alguien que puede sentir
terror a la oscuridad, a las maldiciones proferidas por hechiceros, al dentista
y a su esposa, pero cuando tiene que ponerle
el pecho a las balas tiene una conducta insólitamente temeraria.
El dolor nos atemoriza mucho más que la muerte.
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(Este es el Artículo Nº 1.985)
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