Nuestro contexto social se parece al estuche de una
alhaja: nos contiene y nos conserva la forma.
El estuche de las alhajas está
diseñado de tal forma que la protege, sobre todo contra golpes, no así contra
el agua ni el fuego.
Dicho envase suele tener la
forma de la alhaja ahuecada. En ese hueco el
valioso objeto cabe con justeza aunque no con desmesurada presión.
Además, está forrado de telas
muy suaves, tales como terciopelo, seda, raso.
Es momento de pensar que el estuche es la piel
de una joya que representa a nuestro cuerpo. Dicho de otro modo: «la joya» representa al propietario
del valioso objeto.
Algo
similar ocurre con otros objetos representantes de su propietario: el auto, la
casa, el reloj, el celular, la ropa, los zapatos, los títulos universitarios.
No sólo
objetos sino también personas: cónyuge, hijos, otros familiares.
Estos
elementos nos aportan prestigio cuando aplicamos el proverbio: «Dime con quién
(o con qué) andas y te diré quién eres».
Retomando
el concepto de estuche protector en el que la alhaja cabe con justeza aunque
sin presión, es momento de pensar que el estuche es el entorno, el contexto, lo
habitual, la rutina, aquello que siempre está a nuestro alrededor y que parece
contenernos, repito, con justeza pero sin presión.
Podemos
pensar en el trabajo, la familia, el barrio, el club, el partido político, la
iglesia.
Si podemos
admitir estas comparaciones, podemos dar un paso más para decir que una persona
en su contexto, al que siente como una segunda piel, termina por no saber si
tiene la forma que tiene porque ella es así o porque el contexto no la deja ser
de otra manera. Es como si no supiéramos si la joya conserva su forma por sí
misma o porque el estuche la obliga.
(Este es el Artículo Nº 2.005)
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