domingo, 4 de agosto de 2013

Psiquiatría rural




Al nacer, Mariana Roslic fue «donada» a unos campesinos inmigrantes rusos que ya tenían cuatro hijos.

Creció tropezando o tropezó creciendo, según aclara cuando se pone pensativa y autobiográfica.

Cuando tenía 22 años padeció varias crisis de pánico que la aterraron más que otros sucesos penosos de su vida.

El psiquíatra que la atendió en un hospital montevideano le dijo que le haría bien vivir en el campo y que él mismo le recomendaría a un estanciero que estaba necesitando una cocinera en uno de sus establecimientos agropecuarios.

Allá marchó Mariana con su breve mochila y con el corazón apretujado por el temor a otro ataque de pánico.

Luego de varias horas desembarcó en la Estancia «El Pirincho», donde la recibió un hombre con cabeza y ojos de águila.

El trabajo era duro: tenía que hacer comida dos veces al día para diez personas y ella misma. Los comensales no eran exigentes pero sí bastante rudos, malhumorados y misóginos.

Tanto odiaban a las mujeres que nunca estaban conformes con la comida, hacían alusiones en voz alta sobre el peinado, el tamaño de la boca y hasta sobre la moña del delantal.

«El águila», capataz severísimo, despótico y temible, no hacía nada para moderar el acoso a Mariana. Ella lloraba en su dormitorio antes de dormir.

Cierta vez no pudo esperar y comenzó a llorar en la cocina, mientras lavaba la vajilla. «El águila» entró, la vio temblando como una libre rodeada de perros gruñones e inexplicablemente la abrazó.

Sorprendida y desesperada respondió a su abrazo apretándose contra el cuerpo huesudo del hombre y escuchó de este:

— ¿Qué le pasa?

— Todos me odian, tengo miedo, no aguanto más.

— ¿Quiere terminar con su miedo para siempre?

— ¿Qué tengo que hacer?—, respondió ella mecánicamente.

— Tiene que ser madre de padre desconocido.

Ella no entendió y él continuó.

— Cuando esté ovulando la estaquearé sin ropa en el piso del galpón y, a oscuras, los diez peones y yo eyacularemos en su vagina.

Mariana no podía creer en ese desatino pero tampoco tenía muchas opciones. Pensó que si obedecía a «El águila» este la protegería.

Así ocurrió y ella aguantó como aguantan tantos pacientes algunos tratamientos médicos.

Pasaron tres períodos menstruales sin que ocurriera el esperado embarazo de padre desconocido, sin embargo los hombres comenzaron a tratarla mejor, algunos hasta bajaban la vista cuando ella les hablaba.

Ante la quinta menstruación, Mariana interpeló a «El águila»:

— ¿Qué pasa que no me embarazan?

— ¿Qué pasa con sus crisis de pánico?—, retrucó «El águila» con similar impertinencia.

— ¡Ah, las había olvidado! ¡Desaparecieron!

— Quienes copulamos con usted siempre usamos preservativo. Me alegro que se haya curado.

Cuando Mariana me contó esta historia en nuestra noche de bodas lloramos juntos y la amé aún más.

(Este es el Artículo Nº 1.979)

No hay comentarios.: