El narcisismo de la ancianidad nos hace remplazar la
compañía humana por alguna mascota. Esta decisión nos provoca sentimientos de
inseguridad.
Les contaré una noticia de
Montevideo, capital de Uruguay, sin apartarme del psicoanálisis.
La inseguridad ciudadana
afecta a muchas personas y en particular a los pobladores de dos barrios de
esta pacífica ciudad.
Arquitectónicamente se
caracterizan por tener viviendas de gran valor económico, rodeadas de fuertes
muros o enrejamientos de hierro y vallas electrificadas.
La mayoría de sus habitantes
son unas pocas personas adineradas, bastante ancianas, quienes se sienten más
queridas por su mascota que por otros semejantes.
El acoso de los malvivientes
los ha llevado a tal nivel de crispación y angustia que se están organizando
para protegerse mutuamente, mediante silbatos y llamadas telefónicas de alerta,
ante la presencia de merodeadores que pudieran amenazar sus patrimonios.
Desde mi punto de vista lo que les está
ocurriendo es otra cosa: creyeron que el instinto gregario, propio de nuestra
especie, puede resolverse con una mascota y lentamente fueron sintiéndose cada
vez más inseguros.
Como no pueden creer que viviendo aislados de
la comunidad están viviendo en condiciones inhumanas, señalan como única causa
del sentimiento de inseguridad a los ladrones.
La solución parece haber llegado cuando, sin
dar el brazo a torcer, comenzaron a resocializarse, unirse, integrarse a la
especie que habían abandonado por esas
cosas de la vida.
Esto
siempre fue así: cuando un pueblo da muestras de disgregación social, de
fragmentación del colectivo, una amenaza de ser invadidos o un desastre
natural, los vuelve a cohesionar para gran satisfacción de los resocializados.
Infortunadamente,
la reconciliación social suele depender de un ataque externo que nos obliga a
unirnos.
En
este caso son los delincuentes quienes ayudaron a estos pobladores a deponer su
insalubre narcisismo.
Ojalá
no abandonen a sus mascotas.
(Este es el Artículo Nº 1.994)
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