domingo, 9 de marzo de 2008

Abuelomancia

A todos nos llamó la atención que mi abuelo se instalara en la vereda de una avenida muy transitada, con una mesita y una cantidad de fuegos de artificiales, en pleno mayo, que en Uruguay no se festeja nada.

Las miradas suspicaces se radicalizaron cuando al otro día guardó una botella de detergente en la heladera.

Mi abuelo es un hombre bueno, pero la vida lo hizo lacónico, arisco, quizá de mal carácter o galvanizado contra ciertas particularidades del ser humano que nunca toleró.

Pasaron los días y el abuelo se mantuvo firme con su puesto de cañas voladoras, volcanes, morteros, petardos, bengalas. Desde muchos vehículos le gritaban bromas, le tocaban bocina, lo saludaban con la mano.

Las dudas sobre su salud mental se agudizaron cuando al quinto día llegó un camión y nos entregó muchas cajas de esos productos. Aquello era preocupante. La botella de detergente seguía en la heladera. El abuelo cumplía un horario riguroso y ponían una lona cuando llovía. Nada lo apartaba de su kiosco.

Como yo era el único interlocutor entre él y la familia, me presionaban para que le preguntara qué estaba pasando pero el abuelo, antes de que yo me viera en la violencia de sonsacarle, me apretaba contra su enorme cuerpo y me decía: “Tranquilo Julito, deciles que estoy esperando a los platos voladores”.

Al octavo día sucedió lo menos previsto. Empezaron a tocar bocinas, la gente salía de sus casas y se abrazaba, golpeaban ollas, levantaban los brazos. Casi en seguida empezaron a comprarle fuegos artificiales con verdadero desenfreno. Algunos ni esperaban el vuelto.

Con toda serenidad me dijo que agarrara el carrito y que le alcanzara todas las cajas que pudiera, pero sin esforzarme. En una hora ya había cola en su mesita, y los autos esperaban en fila como si fuera a subir el combustible. El abuelo no perdía la calma pero la gente no esperaba llegar a sus casas para encender los fuegos artificiales.

El fenómeno inesperado fue que el gobierno argentino había resuelto habilitar los puentes que unen a ambos países (y que un grupo de activistas mantuvo clausurados durante muchos meses) y estaba dispuesto a pagar una indemnización por los daños y perjuicios.

En poco más de tres horas se agotó el stock y el abuelo, siempre calmo, volvió a la casa tirando del carrito con una mano y la otra sobre mi hombro. Al llegar a la casa, sacó el detergente de la heladera y se sentó a tomar agua con limón.

***

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gústó esta historia contada por un nieto. Me trae recuerdos de mi abuelo que nunca hizo algo así pero que sólo se llevaba bien conmigo.

Anónimo dijo...

Los historiadores se encargarán de explicarnos cuando seamos todos viejos, cómo fue que los gobiernos permitieron que un grupo de vecinos pueda cortar los puentes internacionales que unen carreteras surcadas por gente del Mercosur. Es insólito que lo que estamos viendo.

Anónimo dijo...

Si me permiten yo quisiera dejar asentada mi teoría de lo que pasó de verdad. Lo que modificó la actitud del gobierno argentino estuvo directamente relacionado con esa botella de jabón líquido que el abuelo puso a enfriar. No sé, sólo les pido que lo piensen y no lo descarten de entrada.

Anónimo dijo...

Uno de mis anhelos más grandes es que se me ocurra una idea genial, que nadie me crea pero que finalmente la historia me de la razón. Debe ser muy lindo que a una le suceda eso.

Anónimo dijo...

Esta historia no termina acá. El abueno, que ya se dijo que no se llevaba bien con nadie aunque la casa en la que vivían era de él y era él quien los dejaba habitarla sin cobrarle ninguna renta, con el producido de la venta de pirotecnia, llegó a la casa, sacó el jabón de la heladera, se llenó un vaso de agua con limón y se sentó al lado del teléfono para que le trajeran un televisor LCD de 54".

Anónimo dijo...

Si, pero la cosa no termina ahí. Al abuelo le gustaba mucho meditar y lo hacía en una reposera que quedaba justo frente a una gran pared de su dormitorio. Esta pared tenía una mancha de humedad que con los años fue cambiando de forma y generándole a él infinitas fantasías como si fuera una lámina de Rorschach. Un buen día se cansó de esta práctica y por eso tapó la mancha con un TV de LCD de 54".

Anónimo dijo...

Si me permiten, les cuento como sigue. Naturalmente que contrató un servicio de televisión para abonados y comenzó a recorrer con su control remoto los 100 canales que le vendieron. Los familiares, de a uno, tratando de hacerse los simpáticos, empezaron a arrimarse y a pedirle con cierta vergüenza si no los dejaba sentarse donde no lo molestaran para ver algo de aquella maravilla. El no les contestaba nada pero tampoco se los prohibía porque si bien todos esos habían sido descorteses y desagradecidos con él, tampoco valía la pena prestarles demasiada atención.

Anónimo dijo...

Sigo: El abuelo era una pesona que ya había pocas cosas que lo sorprendieran. Si no se enojaba con su familia era porque el sabía que las personas somos aprovechadoras, que nos hacemos los vivos con los débiles y que somos lameculo de los poderosos. El dormitorio se le llenó de esa gente que vivía con lo poco que ganaba trabajando una o dos veces por semana y con la benevolencia del abuelo.
Sin embargo, al poco tiempo de tener aquel enorme televisor y el dormitorio lleno de gente que nunca había estado allí, empezó a extrañar la cambiante y (para él) divertida mancha de humedad. ¿Qué forma tendría ahora después de 3 semanas de estar tapada por este artefacto?

Anónimo dijo...

Todos estos novelistas enganchados deben de haber tenido algún abuelo especial o simplemente son sensibleres. La opinión que tengo yo de la gente grande no puede ser peor. Son sordos, mezquinos, necios, olvidadizos, con mal olor, tienen una jubilación que nos les alcanza para pagarse todo los medicamentos que consumen o sea que si viven por los medicamentos por qué no viene la orden de desenchufarlos de la droga y que le dejen el lugar a otro?

Anónimo dijo...

Dejando de lado a Marcelo porque es o está amargado, continúo diciendo que el abuelo finalmente usó el televisor LCD de 54", pero con la pantalla hacia la pared, porque extrañaba la mancha de humedad y prefirió tapar el faltante de revoque que dejaba a la vista unos ladrillos totalmente inexpresivos.
Su dormitorio recobró la calma original para satisfacción del abuelo que también había comenzado a extrañar la soledad poblada de recuerdos y que la mancha de humedad representaba con gran realismo y sincronización.

Anónimo dijo...

Acá la clave está en la botella de detergente. La familia lo dejó hacer algo en apariencia absurdo, porque pensaron que había que dejarlo correr porque estaba loco.

Anónimo dijo...

Excelente relato! estoy conmovida, soy muy sensible a las letras ordenadas en la belleza. Y que bien el abuelo, yo que soy abuela me sentí muy identificada con el personaje, sobre todo en eso de que nos resbala lo que piense la familia (de algo nos tiene que servir ser los más veteranos)

Anónimo dijo...

Mi abuelo no se parece en nada a esa ternura de hombre del relato. No es tierno, ni sabio, ni calmo...y lo que es peor: no quiere acordarse de que existo.

Anónimo dijo...

Capaz que el abuelo de orfandad tiene cosas más interesantes que hacer que vender fuegos artificiales