sábado, 1 de marzo de 2014

La mortificante culpa del inocente


Aunque parece insólito, el sentimiento de culpa auténtico es el que alguien puede sentir cuando no pudo darle satisfacción a sus deseos más profundos y, generalmente, prohibidos.

«¿Qué hago, lo digo o no lo digo?, No, mejor callo y no digo nada».

En este diálogo interior podemos imaginar algunas ideas un poco curiosas porque se apartan del sentido común.

La más importante de todas: quien habla podría estar cuestionándose, recriminándose, arrepintiéndose por no haber hecho lo que realmente deseaba.

Alguien cometió un delito y fue descubierto. Ante la autoridad que lo condenará porque las pruebas, la acusación de testigos y demás evidencias  son incuestionables, tendrá que mostrarse culpable y arrepentido porque si insiste en declararse inocente la condena será peor.

Pero, sin embargo, ¡vaya paradoja!, el detenido no parece culpable. ¿Por qué será?

Según una creencia no muy difundida, solo nos sentimos culpables cuando atacamos, o no defendemos lo suficiente, a nuestro propio deseo.

En el caso del delincuente descubierto in fraganti, podemos pensar que lo hizo para satisfacer su deseo, pero tuvo que simular arrepentimiento para no agravar el castigo.

Por el contrario: alguien no participó en un acto delictivo, la justicia no lo acusa, pero se siente muy culpable y deprimido porque, en su fuero interior, él habría deseado participar en ese acto delictivo.

Quienes aceptamos con bastante fe este paradójico funcionamiento psicológico, quedamos expuestos a no creer en todos los actos de arrepentimiento, especialmente los que parecen más convincentes. La lógica psicoanalítica para reaccionar así ante alguien que se desgarra las vestiduras por la intensa culpa que dice padecer es que tal actitud solo sería confiable si de lo que se siente culpable es de no haber satisfecho su deseo.

Este mecanismo mental suele ser desconocido hasta para quien lo padece. Muchas personas, acosadas por la culpa, difícilmente den crédito a que lo que realmente lamentan y se recriminan es no haberse complacido suficientemente el propio deseo.

Esto podría llevarnos a una conclusión aun más insólita: quizá las cárceles están llenas de personas que no se sienten culpables sino satisfechas (de haber complacido su deseo delictivo) y fuera de las cárceles hay aun más cantidad de personas que sufren la culpa de tener inhibida la capacidad de complacer el propio deseo.

(Este es el Artículo Nº 2.154)


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