Aunque parece insólito, el sentimiento de culpa auténtico es
el que alguien puede sentir cuando no pudo darle satisfacción a sus deseos más
profundos y, generalmente, prohibidos.
«¿Qué hago, lo digo o no lo
digo?, No, mejor callo y no digo nada».
En este diálogo interior podemos imaginar algunas ideas
un poco curiosas porque se apartan del sentido
común.
La más
importante de todas: quien habla podría estar cuestionándose, recriminándose,
arrepintiéndose por no haber hecho lo que realmente deseaba.
Alguien cometió
un delito y fue descubierto. Ante la autoridad que lo condenará porque las
pruebas, la acusación de testigos y demás evidencias son incuestionables, tendrá que mostrarse
culpable y arrepentido porque si insiste en declararse inocente la condena será
peor.
Pero, sin
embargo, ¡vaya paradoja!, el detenido no parece culpable. ¿Por qué será?
Según una
creencia no muy difundida, solo nos sentimos culpables cuando atacamos, o no
defendemos lo suficiente, a nuestro propio deseo.
En el caso del
delincuente descubierto in fraganti,
podemos pensar que lo hizo para satisfacer su deseo, pero tuvo que simular
arrepentimiento para no agravar el castigo.
Por el
contrario: alguien no participó en un acto delictivo, la justicia no lo acusa,
pero se siente muy culpable y deprimido porque, en su fuero interior, él habría
deseado participar en ese acto delictivo.
Quienes
aceptamos con bastante fe este paradójico funcionamiento psicológico, quedamos
expuestos a no creer en todos los actos de arrepentimiento, especialmente los
que parecen más convincentes. La lógica psicoanalítica para reaccionar así ante
alguien que se desgarra las vestiduras por la intensa culpa que dice padecer es
que tal actitud solo sería confiable si de lo que se siente culpable es de no
haber satisfecho su deseo.
Este mecanismo
mental suele ser desconocido hasta para quien lo padece. Muchas personas,
acosadas por la culpa, difícilmente den crédito a que lo que realmente lamentan
y se recriminan es no haberse complacido suficientemente el propio deseo.
Esto podría
llevarnos a una conclusión aun más insólita: quizá las cárceles están llenas de
personas que no se sienten culpables sino satisfechas (de haber complacido su
deseo delictivo) y fuera de las cárceles hay aun más cantidad de personas que
sufren la culpa de tener inhibida la capacidad de complacer el propio deseo.
(Este es el Artículo Nº 2.154)
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