El despertador sonó a las
5:08, porque un presidiario chino lo había convencido de las ventajas del
número ocho para cualquier circunstancia de la vida.
A esa hora, el presidio
también estaba encerrado en muros de silencio. Los pájaros se mantenían a
razonables cuatro o cinco kilómetros. Algo había en la atmósfera que los
mantenía alejados. No así los roedores.
Por placer se rascó la
cabeza. Olió su axila derecha y confirmó
lo de siempre.
Pensó en su novia y
restableció la posición vertical del portarretrato. Hacía más de dos semanas
que no besaba la cubierta de vidrio.
—El condenado, ¿habrá podido
dormir?— se preguntaron sus neuronas profesionales.
Por curiosidad, se asomó por
la ventanilla de la celda y ahí estaba el hombre, totalmente dormido.
Pensó en su novia mientras se
duchaba. Tal vez ella no lo quería pero
seguía la relación por miedo.
— ¿Miedo a qué?—, se preguntó
retóricamente.
Un verdugo como él recibe
órdenes interiores. No le llegan de afuera. Él siente algo en las manos que le
indica que deberá hacer un trabajo. Es una característica del oficio. Hablando
con colegas, le confirmaron que también ellos sienten lo mismo.
— Esta cárcel parece
deshabitada, a pesar de estar llena de futuros fallecidos. A veces creo que
estoy sordo—, se dijo con indiferencia.
Fue al comedor, sintió el
perfume del café y de los bizcochos recién horneados. Sintió un hambre feroz.
Comió y bebió como un vampiro recién salido de una involuntaria abstinencia.
La satisfacción no le duró
mucho rato porque se dio cuenta que después de ejecutar al condenado no tendría
nada más que hacer. Por algún motivo que no podía imaginar, en algunas semanas
había menos trabajo que en otras.
Se dirigió a la celda del
moribundo, miró por la ventanita y, mecánicamente, bajó una palanca. La sábana,
que subía y bajaba con la respiración, no volvió a subir.
Una mujer le tomó la mano al
fallecido y la besó. Varios enfermeros entraron a la celda para quitar unas
mangueras que habían enchufado en el cuerpo del condenado.
— Ya terminé todo el trabajo
por hoy. Espero que mis manos reciban alguna otra orden porque de lo contrario
el día me va a hacer largo—, pensó el verdugo, mientras caminaba, sin destino
fijo e inmensamente aburrido.
(Este es el Artículo Nº 2.155)
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