jueves, 6 de marzo de 2014

Márquetin de las industrias de la salud


Todo placer que se alcance en estado de enfermedad nos predispondrá a conservarlos (al placer asociado a la enfermedad), es decir, a postergar y hasta impedir la curación.

No es tan absurdo suponer que a los niños enfermos, cuando se los agasaja como si cumplieran años, o como si fueran días de Papá Noel, Reyes Magos o Halloween, se los está preparando, adoctrinando, adiestrando para que se conviertan en clientes vitalicio de las industrias de la salud: médicos, exámenes clínicos, medicamentos, sanatorios de lujosa hotelería, empresas de urgencia médica.

La inducción parece perfecta, aunque razonablemente no puedo descartar la hipótesis de que todo es una lamentable casualidad: los padres acostumbramos predisponer a nuestros hijos para que asocien enfermedad con regalos y abundantes mimos, y las industrias de la salud se benefician indirectamente de que en nuestra cultura deseemos estar enfermos para disfrutar.

No es fácil encontrar dónde está el límite entre la medicina puramente mercantil, orientada al lucro, y la medicina humanitaria puramente destinada a restablecer los inevitables quebrantos de salud.

No hace tantos años que los sanatorios han incluido abundantes criterios importados desde la hotelería. Para muchos pacientes, curarse es perder el confort de un lugar de descanso que, en la gran mayoría de los casos, es mucho más placentero que la propia casa.

Quizá nuestro cuerpo se cura o no se cura por razones apartadas de la psiquis, las emociones, las intenciones, el deseo. Sin embargo, muchas personas están convencidas de lo contrario, es decir, creen que el deseo de curación colabora de manera importante (y quizá decisiva) en la curación o no del enfermo.

Si esta creencia fuera verdadera, entonces todo placer que se alcance en estado de enfermedad nos predispondrá a conservarlos (al placer asociado a la enfermedad), es decir, a postergar y hasta impedir la curación.

(Este es el Artículo Nº 2.159)

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