Intento explicar por qué,
a los largo de los años, cambian bastante poco nuestro aspecto físico y nuestro
aspecto ideológico.
Este artículo y video proponen pensar que las ideas, formas
de pensar, filosofías de vida, creencias, preferencias, se integran
armónicamente al resto del cuerpo.
Como formamos un todo completo, coherente, funcional, no
tenemos piezas libremente intercambiables. Quizá de esto también se encarga
nuestro sistema inmune cuando lo observamos atacando a los microorganismos que
intentan colonizarnos o cuando rechaza el injerto de un tejido ajeno.
Obsérvese que este fantástico dispositivo (el sistema
inmune) tiene la habilidad de discriminar entre tejidos extraños e incompatibles
y células también extrañas pero que llegan al cuerpo de la mujer para
embarazarla. Este ejército combate a
los microorganismos patógenos, pero autoriza el ingreso de espermatozoides de
un tamaño similar.
Por algún motivo perdemos la paciencia con quienes tienen
creencias diferentes a las nuestras, pero ignoramos las diferencias anatómicas
que nos distinguen. Podemos llevarnos bien con gente de otra raza, otra
estatura, otra cultura, pero nos cuesta entendernos con gente que tiene otras
ideas políticas, otras creencias religiosas, otra filosofía de vida.
Lo que intento proponer es que, como adelanté en otro
artículo (1), no podemos pensar lo que queremos porque nuestra psiquis acepta o
no acepta ciertas ideas. Nunca podremos aceptar una idea que no sea compatible
con el resto de nuestras ideas, de nuestra anatomía y de nuestra fisiología,
aunque la cultura occidental esté convencida de que las ideas están
desvinculadas de lo anatómico.
Desde hace más de cinco siglos creemos en el dualismo cartesiano, es decir, que somos
una especie de suma de dos elementos diferentes y separados: una parte física y
otra parte pensante.
Esto explica por qué, a los largo de los años, cambian
bastante poco nuestro aspecto físico y nuestro aspecto ideológico.
(Este es el Artículo Nº 2.165)
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