Hay quienes
afirman que en los supermercados se compra más barato. Lo que en realidad les
ocurre es que si divierten con por lo menos tres diferentes estímulos expuestos
en este artículo.
Los humanos curiosos tenemos
asegurado el entretenimiento hasta que muramos. Los humanos poco curiosos quizá
tiendan a aburrirse.
Una de las mayores incógnitas
refiere al deseo y este es tan difícil de comprender precisamente porque
nuestra actividad indagatoria está motorizada por él. Nos pasa lo mismo que le
pasaría a un motor que intente saber sobre motores.
Este video y artículo refieren
a cómo los supermercados y las grandes tiendas de autoservicio han encontrado,
por puro ensayo y error, una
estimulante forma de comercialización, que ha logrado que los humanos compremos
en un solo lugar hasta lo que no necesitamos.
Es estimulante la sensación de abundancia que nos exhibe.
Quizá algo así fue el paraíso bíblico. Como esta es una obra literaria, redactada
por algún novelista muy adelantado para su época, ahora le copiamos la idea y
ofrecemos un lugar ideal, con temperatura constante y perfecta, donde se pierde
la noción del tiempo, con música alegre, con el permiso para tocarlo todo,
mirarlo, olerlo, leerlo, como un anticipo de lo que, seguramente, será el acto
de apoderamiento definitivo, es decir, el acto de comprar.
También es estimulante la sensación de poder que sentimos,
con todos esos bienes que parecen pertenecernos. Quizá un señor feudal, al
recorrer las tierras de su dominio, se sentía como nosotros ahora en un
supermercado. Quizá el supermercado es, para cada cliente, la despensa del
castillo, a la que podemos bajar para tomar lo que el apetito, la curiosidad,
la fantasía, los caprichos, demanden.
No hace mucho tiempo (cursa el año 2014), se vieron por
televisión cómo en algunas ciudades de nuestro continente americano, se
producían saqueos a supermercados. Las escenas eran increíbles: gente común,
corriendo por la calle abrazada a un televisor, a electrodomésticos pequeños, a
botellas. El afán depredatorio, característico de nuestra especie, liberado
coyunturalmente, daba lugar a que esas personas, comunes como nosotros, cayeran
en un frenesí de apoderamiento, afiebrado, insólito. Estos hechos nos permiten
suponer que todos los días, todos los clientes tenemos la tentación de robar
algunos de los objetos que parecen extraviados en una abundancia obscena.
Así jugamos a que somos millonarios, o reyes, o señores
feudales, o ladrones, arrebatadores, asaltantes, saqueadores, piratas. Al final
de cada partida, pasamos juiciosamente por la caja para dejar ahí el verdadero
valor de la mercadería, más el costo que nos cobran por haberles usado el
supermercado como parque de diversiones.
(Este es el Artículo Nº 2.180)
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