Los padres, por error,
suelen sentirse culpables de los infortunios de los hijos, sin tener en cuenta
que ellos no los hicieron sino que
solo obedecieron un mandato de la Naturaleza que determina el fenómeno
reproductivo de todos los seres vivos.
En las enfermedades de nuestros hijos solemos tener una
cierta conducta provocada por el sentimiento de culpa. Los padres
(especialmente las madres) creen que el niño está enfermo, que se accidentó o
que tiene un mal desempeño escolar por
culpa de ella, porque ella hizo algo
mal.
Esto no es así.
Vale la pena repetirlo: «Esto no es así».
Los padres solo cumplen las leyes naturales: se excitan
sexualmente, copulan, se fecundan, gestan, paren, alimentan, igual que
cualquier otro animal.
En la construcción de ese nuevo ser no hicieron nada que
tuviera que ser responsable. Solo respondieron a instintos tan imperativos como
dormir, respirar, alimentarse, evacuar residuos digestivos.
Ni el padre ni la madre son hacedores del nuevo ser. Son sus
respectivos cuerpos los que actúan automáticamente, como ocurre con los latidos
del corazón, la digestión, el rechazo de microorganismos invasores.
La sobreprotección, el exceso de mimos, la respuesta
inadecuada ante la enfermedad del pequeño ocurren porque también es inadecuada
la interpretación de los hechos. Si una madre cree que es culpa de ella que el
hijo se halla enfermado de sarampión, o de que tenga fiebre, vaya uno a saber
por qué, se pondrá como loca tratando de reparar el error que cometió.
Esto no es así: ella no cometió ningún error cuando quedó
embarazada, ni cuando lo gestó, ni en ningún otro caso en que estuvo siendo
usada por la Naturaleza para cumplir un ciclo vital presente en todas las
especies.
Aunque le cueste creerlo, ella posee un escasísimo
protagonismo en todas las peripecias vitales de sus hijos, sin dejar de
reconocer que la colaboración que pueda darles a esos nuevos seres tan
vulnerables podrá ser buena, regular o mala.
En otras palabras: los nuevos ejemplares tienen en sus
padres a los colaboradores predeterminados por la Naturaleza, aunque, como ya
sabemos, ni son imprescindibles ni totalmente responsables de la suerte que les
vaya tocando: integración genética, instinto materno básico, accidentes, franja
socio económica y cultural de los padres, y esa larga lista de circunstancias
que parecen premiarnos o castigarnos a lo largo de toda la vida.
(Este es el Artículo Nº 2.160)
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