La «envidia» siempre es
buena porque significa emulación, imitación
y estos son los motores del aprendizaje: eje de la cultura.
Como quien pide perdón antes
de cometer un desatino, alguien inventó los conceptos «envidia buena» o
«envidia sana».
De este hecho social, porque quien lo haya inventado logró una creación
que ganó popularidad, se desprende que la «envidia» a secas, es mala o enferma.
Porque es mágico, mi adorado libro de cabecera también me
sirve en esta ocasión.
Efectivamente, el Diccionario (1) dice que «envidia» es:
— Tristeza o pesar del bien ajeno.
Como este libro mágico es mío, yo no soy de él, por eso me permito
leerlo con una actitud crítica y decir, por ejemplo, que «envidia» no es
solamente la tristeza por el bien ajeno sino, quizá también, el deseo de
sentirme tan bien como el otro.
Claro que en este caso no solo anhelo intensamente acceder al bienestar
del otro sino que además supongo, en el acierto o en el error, que está tan
feliz porque dispone de ese objeto que aparentemente es causa de su alegría.
Por lo tanto para envidiar tengo que suponer cuál es la causa de una
alegría que también yo desearía tener.
Para que alguien haga esa interpretación debe creer que con solo poseer
algo es posible modificar y mantener un cierto estado de ánimo positivo. De ser
así, envidiar no sería algo malo sino simplemente erróneo pues es imposible que
con solo tener algo en particular sea viable mejorar y mantener elevado
bienestar. El error estaría en suponer que acceder a esa situación es algo
excesivamente simple, monocausal, fácil de entender.
Pero como vemos en la segunda definición, «envidia» también es emulación
y esta es el motor del aprendizaje: eje de la cultura.
(Este es el Artículo Nº 1.950)
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