El conteo (censo, inventario) de hombres realizado por mujeres adolece de un error esencial.
La población mundial
indica que somos (casi) la misma cantidad de hombres y mujeres.
Los censos personales
indican algo absolutamente diferente.
Según la apreciación
subjetiva de quienes andamos por la calle, los cines, teatros, paradas de
ómnibus, hospitales, transportes colectivos, podemos afirmar sin temor a
equivocarnos que de diez seres humanos, seis son mujeres y cuatro son varones.
Si el censo lo realiza
una mujer que está buscando con quien formar una familia, recorriendo centros
de estudio, lugares de trabajo, clubes deportivos y sociales, Internet,
reuniones familiares, podrá asegurar sin temor a equivocarse que de cada diez
personas, ocho son mujeres y dos son varones.
A su vez, cuando esta
encuestadora afina sus datos, descubre que de esos dos hombres, ninguno le
sirve por infinitas razones, todas ellas ajenas a su responsabilidad e
imposibles de revertir.
Como mi vocación es
tratar de mirar la realidad sin prestarle atención ni a las opiniones más
encumbradas, quiero practicar una discreta evaluación de estas encuestas
personales.
No puedo poner en duda
la certeza de que somos igual cantidad de machos y de hembras porque eso es lo
que ocurre en todos los mamíferos desde que alguien los inventó y les instaló
una batería de larga duración.
En lo que tiene que ver
con el campo de observación (calles, lugares públicos, familias), es cierto:
las mujeres pululan, andan por todos lados excepto en los baños para hombres.
Esta es una
característica femenina: moverse, salir, comprar, mirar, conocer el territorio,
ubicarse, determinar sus coordenadas geográficas, investigar qué hacen los
demás.
El dato erróneo es el
siguiente: cuando ellas diagnostican «No hay hombres» deberían decir «No hay
hombres que quieran lo mismo que nosotras».
(Este es el Artículo Nº 1.949)
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