domingo, 28 de julio de 2013

Arquitectura erótica


Mi pasión es la arquitectura y la ingeniería. Puedo llegar a quedar extasiado mirando esas construcciones que parecen desafiar las leyes físicas y a los fenómenos naturales.

La oposición elegante a la ley de la gravedad y a la insistencia del viento son poéticas.

Largos puentes, flexibles, con mínimos apoyos, colgados, resistentes, de colores vivos que parecen vegetales, graciosamente iluminados para tejer una trenza fosforescente durante las noches.

Edificios muy elevados, torneados, confortables, capaces de bailar al compás del viento para no caerse.

Pero esa es una fachada fría, racional, científica, sobria. La arquitectura y la ingeniería que realmente me emocionan, me excitan, me llenan la imaginación de fantasías eróticas son los pies femeninos: bellos, fuertes, flexibles, ágiles, danzarines, suaves, delgados, estilizados, capaces de soportar el sobrepeso de los embarazos, de bailar en puntas, de saltar como un resorte, en plena armonía con el resto del cuerpo.

Mi mente se desliza hacia la perversión cuando observo esos delicados pies calzando increíbles sandalias, provistas de una o dos tiras de cuero, apoyadas sobre potentes alfileres.

Tengo muchas fotos de sandalias arquitectónicas e ingenieriles, adornadas por hermosísimos pies, coqueteados con uñas multicolores.

Claro que todo esto tiene una historia remota.

Mi madre tenía los pies muy hermosos. Quizá fuera la parte de su cuerpo mejor diseñada.

Hace décadas que murió y no puedo olvidarlos. Si tuviera alguna foto quizá no los vería tan lindos como los recuerdo.

Cierta vez, ella estaba reclinada sobre el diván donde atendía mi padre, leyendo una revista.

Seguramente no me vio venir ni yo me di cuenta de lo que pensaba hacer. Con nueve años  tenía sueños y fantasías eróticas con ella. Quizá mostrase mis intenciones porque una vez oí una explicación que le daba mi padre.

Llevado por mis fantasías, abracé los pies de ella y comencé a besarlos con pasión. No sé qué pasaba por mi mente, pero sé que amaba aquellos pies. Ella gritó, se sacudió y se soltó de mi abrazo.

Al principio me miró enojada pero después hizo que me sentara a su lado y, mientras me acariciaba el cabello sentí que me consolaba por mi primer amor imposible.

Ahora me consuelo con la arquitectura y la ingeniería.

(Este es el Artículo Nº 1.972)


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