martes, 30 de julio de 2013

El instinto de conservación y el aburrimiento



 
El instinto de conservación nos dificulta salir del aburrimiento para que entendamos que tampoco es fácil resucitar.

Es preferible que seas divertido antes que exacto: nadie te perdonará que lo aburras y quizá nadie se dé cuenta que eres inexacto.

El aburrimiento es uno de los efectos indeseables de la inmortalidad.

Una enfermedad psicosomática es categóricamente desagradable, pero para quienes la padecen puede ser la solución menos mala para el mortífero tedio.

La jubilación convierte a los jubilados en seres huecos, vacíos, inútiles, con lo cual los encargados de pagar la pensión vitalicia se aseguran que tendrán que hacerlo por poco tiempo.

La medicina es una gran colaboradora pues le da trabajo (exámenes, controles, esperas) a muchas personas que se enferman por no tener en qué ocupar su tiempo.

El aburrimiento parece un problema, pero es una solución en tanto les da a los jóvenes el impulso para hacer más y más cosas que los entretengan.

El tedio  también es una solución para los ancianos porque los prepara anímicamente para cuando les llegue la hora de morir. Cuando los días parecen tan interminables que nunca les llega la hora de irse a la cama, comienzan a sentir ganas de que el sueño sea definitivo.

Cuando el cerebro carece de estímulos excitantes provoca la sensación de hastío al que podríamos comparar con la sed. Cuando el cerebro siente sed de excitaciones, provoca ese malestar generalizado que llamamos aburrimiento.

Ese fastidio se parece a la depresión porque el propio síntoma incluye el desgano para salir de él. Funciona como un círculo vicioso. Es como si la sed nos quitara las ganas de conseguir agua.

He llegado a una loca conclusión, pero igual se las diré:

El instinto de conservación nos dificulta salir del aburrimiento para que entendamos que tampoco es fácil resucitar.

(Este es el Artículo Nº 1.974)

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