El instinto de conservación nos dificulta salir del
aburrimiento para que entendamos que tampoco es fácil resucitar.
Es preferible que seas
divertido antes que exacto: nadie te perdonará que lo aburras y quizá nadie se
dé cuenta que eres inexacto.
El aburrimiento es uno de los
efectos indeseables de la inmortalidad.
Una enfermedad psicosomática
es categóricamente desagradable, pero para quienes la padecen puede ser la solución
menos mala para el mortífero tedio.
La jubilación convierte a los
jubilados en seres huecos, vacíos, inútiles, con lo cual los encargados de
pagar la pensión vitalicia se aseguran que tendrán que hacerlo por poco tiempo.
La medicina es una gran colaboradora
pues le da trabajo (exámenes, controles, esperas) a muchas personas que se
enferman por no tener en qué ocupar su tiempo.
El aburrimiento parece un
problema, pero es una solución en tanto les da a los jóvenes el impulso para
hacer más y más cosas que los entretengan.
El tedio también es una solución para los ancianos
porque los prepara anímicamente para cuando les llegue la hora de morir. Cuando
los días parecen tan interminables que nunca les llega la hora de irse a la
cama, comienzan a sentir ganas de que el sueño sea definitivo.
Cuando el cerebro carece de
estímulos excitantes provoca la sensación de hastío al que podríamos comparar
con la sed. Cuando el cerebro siente sed de excitaciones, provoca ese malestar
generalizado que llamamos aburrimiento.
Ese fastidio se parece a la
depresión porque el propio síntoma incluye el desgano para salir de él.
Funciona como un círculo vicioso. Es como si la sed nos quitara las ganas de
conseguir agua.
He llegado a una loca
conclusión, pero igual se las diré:
El instinto de
conservación nos dificulta salir del aburrimiento para que entendamos que
tampoco es fácil resucitar.
(Este es el Artículo Nº 1.974)
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