En muy largo plazo más la ayuda
de mucha suerte, la sugestión y los prejuicios pueden triunfar.
«Hazte fama
y échate a dormir», dice un refrán, que como la mayoría tiene algo de razón.
Nos ocurre
desde muy pequeños. Cuando a alguien se le ocurre decir «este niño será muy
estudioso», o «esta niña será una gran actriz», quizá lo diga para interrumpir
un incómodo silencio en la conversación, pero para el propio niño, que vive
desesperado por la necesidad de ser amado, aquél pronóstico casual es un
oráculo infalible, dedicándose a cumplirlo con exagerado desvelo, porque
haciéndolo, —supone él o ella—, no defraudará a quien vaticinó tal destino,
asegurándose de ese modo el amor que tanto necesita.
Pero estos
fenómenos individuales también ocurren en grandes colectivos.
Los suizos
tienen fama de puntuales, confiables banqueros, expertos en elaborar chocolate,
disciplinados, pulcros, discretos, y cada niño que nace en Suiza sentirá la
humana necesidad de ser amado; por eso tratará de tener, en forma personal, las
características que son orgullo de su madre-patria.
Cada pueblo
se siente diferenciado por algún rasgo que le da identidad frente al resto.
Los
uruguayos son famosos por sus triunfos futbolísticos, los alemanes por su
desarrollo industrial, los franceses por su creatividad.
Estos
fenómenos parecen explicarse por la fuerza de la imaginación, de las creencias,
de los prejuicios, la sugestión.
Los
uruguayos, como creen ser un pueblo con talento para el fútbol, imaginan que es
una inversión casi infalible orientar a sus uruguayitos hacia la práctica de
ese deporte desde muy pequeños. Prejuiciosamente creen que no sería prematuro
regalarle una pelota para cuando nazca. Es una
sugestión colectiva que, a veces, se confirma en los hechos.
En
muy largo plazo, más la ayuda de mucha suerte, la sugestión y los prejuicios
pueden triunfar.
(Este es el Artículo Nº 1.970)
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