Los humanos solo actuamos para tranquilizarnos, pero
la Naturaleza cumple sus leyes inexorablemente, determinando cada
evento de nuestra existencia.
Las personas que creen en el libre albedrío
observan los fenómenos individuales y sociales buscando los culpables de lo que
funciona mal y buscando a los héroes que lograron aquello que funciona bien.
Las personas que creemos en el determinismo observamos los fenómenos individuales y sociales
buscando las causas naturales de lo que funciona mal y de lo que funciona bien.
¿De qué manera influimos en la Naturaleza los creyentes en
el libre albedrío y los creyentes en
el determinismo? No influimos de
ninguna manera. Simplemente emitimos discursos diferentes poblando el silencio
con ruidos de diferente longitud de onda, pero nada más: pura sonoridad, tan
irrelevante como el canto de los pájaros.
Estos sonidos, mensajes escritos y videos que pueblan el
silencio y la web tienen una utilidad prevista por la Naturaleza.
Los ejemplares de esta especie, (la humana), somos gregarios
y sentimos miedo a la soledad.
El miedo nos pone en estado de alerta, aumenta la secreción
de adrenalina y nos aprontamos para huir o atacar.
Todo esto es necesario cuando no hay más remedio pero
evolutivamente la Naturaleza nos ha dotado de actitudes que evitan lo evitable.
Efectivamente, esta costumbre que tenemos de emitir
opiniones, conjeturas, hipótesis, teorías, sobre casi cualquier tema, logra que
todos nos sintamos acompañados, logra que disminuya el miedo a la soledad y que
no se activen innecesariamente esos aprontes defensivos que aumentarían la
cantidad de adrenalina y otras drogas autogeneradas.
Claro que no todos los mensajes tranquilizadores que nos
enviamos unos a otros son del tipo: «¿estás ahí?», «sí, quédate tranquilo»,
también construimos puentes, carreteras, vamos a Marte, practicamos genocidios
y extinguimos microorganismos que nos atacaban.
Sin alterar la Naturaleza, nos tranquilizamos mutuamente.
(Este es el Artículo Nº 1.960)
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