domingo, 4 de noviembre de 2012

Miguel y sus muchachos



   
Estos personajes no existieron alrededor del año 500 de la era cristiana.

Eran siete guerreros que actuaban en equipo, como tantos otros, pero de quienes, no hace mucho, llegamos a saber intimidades de su dinámica interna que ellos ocultaron cuidadosamente.

Su líder indiscutido era Miguel, cuyo rasgo más trascendente no era visible ni para él mismo. Tuvieron que pasar varios siglos para que hoy, arqueología psicológica mediante, descubriéramos una conducta que hasta ahora había sido interpretada como una rareza de alguien particularmente extravagante.

Este guerrero defendía su vida antes que nada, como todo el mundo, pero defendía con idéntico fervor el cumplimiento de sus deseos. Él sentía que la sociedad lo había educado para que postergara hasta el infinito el cumplimiento de sus órdenes internas, priorizando siempre las demandas de los demás.

Miguel se rebelaba sistemáticamente contra quienes intentaban usarlo para satisfacer sus propios deseos y tuvo la suerte de que muchas veces lo evitó.

Sus compañeros eran menos especiales y se parecían a los hombres vulgares de la época.

Ahora que lo pienso, estos personajes tenían una cierta semejanza con Don Quijote y Sancho Panza, con la diferencia de que este último estaba representado por seis hombres tan aguerridos como su líder.

Pero había otras diferencias que habilitan la comparación.

Miguel y sus muchachos realmente entraban en combate contra malhechores e invasores.  Los siete constituían una máquina de batallar que asustaba hasta a los enemigos más psicopáticos. Generalmente no llegaban a la lucha porque la fama ponía en fuga a los adversarios.

Los señores feudales pagaban fortunas por sus servicios que, la mayoría de las veces consistían nada más que en armar campamento cerca del palacio.

Gustaban de la buena vida aunque la disciplina que les daba mayor fuerza era la que desplegaban para conservar en armonía sus deseos con las posibilidades de darles satisfacción.

Se sabía de ellos que habían fecundado a muchas mujeres y que los hijos no reconocidos se contaban por cientos.

Esa máquina de luchar era tan eficaz porque Miguel se comportaba sexualmente como una mujer y sus seis compañeros se desvivían por atenderlo, penetrarlo, cuidarlo y obedecerle, como ocurre con cualquier esposa que respeta su deseo tanto como Miguel.

(Este es el Artículo Nº 1.738)

12 comentarios:

Eduardo dijo...

Es más fácil, sale más barato, respetar los deseos que reconocemos, que respetar aquellos deseos que nos obligamos a ocultar hasta de nosotros mismos.

Mª Eugenia dijo...

¿Qué límite tiene respetar el deseo propio? ¿No tiene límite?

Gabriela dijo...

No podemos revelarnos contra quienes nos usan para satisfacer sus propios deseos. Si hiciéramos eso tendríamos que empezar rebelándonos contra nuestra madre, luego nuestra esposa y después nuestros hijos.

Laura dijo...

Antes los hombres nos decían a las mujeres que ellos estaban para cuidarnos. Nosotras nos lo creímos. Después vimos que en realidad no nos cuidaban tanto, así que les dijimos que dejaran de cuidarnos, que nosotras podíamos cuidarnos solas. Ahora las cosas están como están y ambos nos cuidamos de a ratos.

Estela dijo...

La parte femenina de Miguel era la zona que lo hacía más varonil. ¡Qué paradoja!

Marcos dijo...

La armonía entre los deseos y la posibilidad de darles satisfacción es algo que conviene cuidar. De lo contrario se producen enfrentamientos y revueltas. Dentro del propio cuerpo y dentro del cuerpo social.

el poeta dijo...

Las mujeres son una máquina de batallar.

Javier dijo...

Miguel preguntó: ¿cuántos son?. Y le respondieron cuantos eran; cuantos eran ellos. A Miguel lo incluyeron. Recién ahí él comprendió que eran un equipo. Eran siete guerreros. Antes el creía que los guerreros eran ÉL y seis más.

Chapita dijo...

No me gusta que me definan a los personajes por lo que no son. A mí tampoco me gusta que me definan por lo que no soy. Porque la mayoría de las cosas no soy... Y yo quiero ser.

Anónimo dijo...

Los líderes indiscutidos me hacen sentir que estoy siempre a las órdenes. ¿Cómo puedo estar a las órdenes y arreglármelas para ser fiel a mi deseo?

Mabel dijo...

Las mujeres somos mucho de decir que nos postergamos. Pero para ser justas, la postergación no es un problema que tenga género.

Luly dijo...

Me pregunto si Miguel era consciente de que su estrategia era evitar ser usado. O si lo hacía instintivamente, porque ya estaba harto.