Estamos obligados a creer lo mismo que creen quienes
nos ayudan a sobrevivir a pesar de lo vulnerables que somos.
Lo poco que aceptamos del
nazismo es una frase que se le atribuye al ministro de propaganda del régimen,
Paul Joseph Goebbels, que dice: «Una mentira repetida mil veces se convierte
en verdad».
Es casi seguro que todos tenemos al nacer fuertes vínculos con las leyes
naturales. Quizá en esa primera etapa, nuestra condición animal es más pura.
Aún en ese período somos únicos porque no parece cierto que seamos, como
algunos creen, una especie de hoja en blanco sobre la cual la cultura irá
escribiendo sus reclamos, normas, exigencias.
Quizá seamos una hoja en blanco pero no igual a las demás. Nuestra
dotación genética quizá sea tan exclusiva como las huellas digitales o como el
diseño del iris.
Lo que podría denominarse «hoja en blanco» es nuestra particular
habilidad para aprender, para adquirir un carácter, una personalidad, una forma
de ser característica.
La adaptación al medio es una cuestión de vida o muerte porque somos la
especie más vulnerable, cuyos ejemplares nacemos más prematuramente (con menor
desarrollo corporal). Esta debilidad es un factor predisponente muy severo para
que nuestro cuerpo se adapte rápidamente al ambiente.
Una necesidad urgente es la de ser amados por quienes nos cuidan
(familia, sociedad).
Ni la familia ni la sociedad aman a cualquiera por el simple hecho de
ser consanguíneo o de la misma raza. Estos factores colaboran en la aceptación
pero tendremos que poner mucho de nosotros mismos para que ese amor
imprescindible se consolide.
Por esta necesidad de ser amados por nuestro grupo de pertenencia es que
para cada uno terminan convirtiéndose en «verdad» aquellas «mentiras» en las
que creen nuestros allegados.
Tenemos prohibido comprobar si nuestros protectores están en lo cierto.
Nota: la imagen muestra un par de zapatos de niño pequeño con
los colores del Club Atlético Peñarol, de Uruguay.
(Este es el Artículo Nº 1.736)
●●●
10 comentarios:
Nuestras creencias pueden modificarse a lo largo de la vida, pero no podemos controlar los factores que nos conducen hacia esas modificaciones.
Nuestra enorme vulnerabilidad en la infancia, nos lleva a apegarnos a nuestros allegados, que son quienes nos protegen.
Me gusta la idea de que somos una hoja en blanco distinta a las demás hojas en blanco. Venimos con una dotación genética individual, propia, y con esa dotación es que nos instalamos en el mundo. Siete mil millones de hojas blancas, todas distintas. Y sin embargo nos las arreglamos para convivir.
La cultura escribe sus reclamos usando la técnica del pirograbado. Quienes en primera instancia se disponen a escribir, son nuestros familiares o aquellas personas encargadas de nuestra crianza.
Las mentiras de los abuelos de mis padres, las de mis abuelos y las de mis padres, son mis hermanas. Las protejo celosamente.
Las tradiciones tienen dos caras. Las tradiciones nos traicionan cuando se imponen a nuestro pesar.
No es a pesar de lo vulnerables que somos que estamos obligados a creer lo mismo que quienes nos obligan a sobrevivir. Es justamente por lo vulnerables que somos, que nos sentimos obligados.
Los fuertes vínculos que tenemos con las leyes naturales nos generan malestar en la cultura, cuando la cultura se opone a ellas.
El ambiente al que primero nos adaptamos es aquel en el que vivimos nuestra primera infancia. Ese ambiente nos deja un sello que jamás se borrará. Podremos alejarnos de nuestra familia, adoptar un modo de vida distinto, pero la matriz no se borra jamás.
Nací en familia futbolera. Todos de Peñarol. Si yo me hubiera afiliado al Club Nacional de Fútbol, los vínculos con mi familia habrían sido más tibios... para decirlo de alguna manera...
Publicar un comentario