Suponemos que
castigaríamos a los delincuentes obligándolos a cambiar porque imaginamos que
fuera de la ley se vive mejor.
La pena de muerte no es tan
grave.
Aunque usted no lo crea,
estamos de acuerdo en compartir esta trágica aseveración. Claro que para llegar
a ese acuerdo antes debemos comentar algo referido a qué queremos decir con eso
de «pena de muerte».
Cuando los ciudadanos más angelicales
piensan en la pena de muerte para que
— nunca más le roben el celular, o
— para que nadie vuelva a raptarle su mascota para después devolvérsela
previo pago de un importante rescate, o
— para que se termine esto de rayarle la pintura a los vehículos nuevos,
cuando piensan eso en plena furia por el vejamen del que fueron objeto,
no están pensando exactamente en una muerte clínica, sino en algo más light, menos
irreversible, más humanitario.
Para comenzar, podemos constatar que todos pensamos en la muerte como
solución definitiva.
En segundo lugar, podemos constatar que si contáramos con la autorización
legal y religiosa, ninguno estaría dispuesto a ser la mano ejecutora de ese
castigo.
Y en tercer lugar lo que realmente queremos no es que los delincuentes
dejen de existir, dejen de ser, sino que nos conformaríamos con que dejen de ser delincuentes.
La (supuesta) explicación de este matiz está en cómo nuestro instinto de
conservación nos induce la muy conocida «resistencia al cambio» (1).
Efectivamente, los humanos nos resistimos a cambiar...para estar peor,
pero amamos cambiar cuando es para mejorar.
Lo que aspiramos para castigar a los delincuentes es que ellos cambien,
que dejen de ser
como son... para que sufran,
en tanto suponemos que este grupo de personas disfruta robando, matando y
haciendo daño.
Suponemos que obligándolos a cambiar sufrirían porque imaginamos que
fuera de la ley (¿Paraíso?) se vive mejor.
Algunas
menciones del concepto «resistencia al cambio»:
(Este es el Artículo Nº 1.758)
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10 comentarios:
jajajaj!!!!! Acabo de ver el videocomentario. Es muy gracioso, y usted está muy apuesto, Doc.
A veces queremos ser la mano ejecutora del linchamiento, para descargar nuestra furia porque no la podemos contener. O para reafirmarnos en nuestras convicciones... porque no queremos cambiar.
Para el que delinque no hay Paraíso. Hay infierno; dolor eterno.
No existe ¨que descanse en paz¨.
Siempre se repite que no deberíamos proponernos cambiar a otro, siempre y cuando se trate de un allegado. Si se trata de cambiar a grupos que nos complican la vida, sí se entiende que es nuestro deber cambiarlos.
Imaginamos que fuera de la ley se vive mejor porque lo que nos duele de la ley es su imperfección.
Seguimos y seguimos buscando perfecciones.
El Paraíso está fuera de la ley. En el Paraíso no existe la muerte.
Saber implica cambiar. Comer del árbol de la sabiduría fue pecado, porque nos daña la soberbia de querer cambiar para ser como Dios.
Aunque en la Biblia se diga algo así como lo que plantea Evangelina, lo cierto es que todos los santos han querido saber y parecerse a Dios.
Cuando pienso en los delincuentes no me imagino su disfrute, por más de que exista. Me imagino mucho más su desesperación.
La pena de muerte sólo es humanitaria para quien cree en la reencarnación. En ese caso la muerte te da siempre nuevas oportunidades.
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