
Un buen ciudadano es aquel que
sabe todo lo débil que es, acepta poseer los peores atributos, pero sabe
convivir.
Que seamos una de las especies más vulnerables
es determinante de varias características humanas que tienen por cometido
compensar esa debilidad.
Sin embargo, por algún motivo, intentamos
ignorar que tratamos de contrarrestar esa particularidad que, probablemente sea
avergonzante para quienes aspiramos a ser los reyes de la creación.
Algunas de esas características son:
— Agresividad: todos los animales la tienen pero
nosotros la tenemos mejor desarrollada por el simple hecho de que somos más
incompletos que los demás;
— Rencor (afán de venganza): puesto que nuestros
principales enemigos suelen ser los mismos humanos, tenemos que combinar la
memoria con la agresividad para disuadir a quienes supongan que somos una presa
fácil para sus intenciones depredadoras;
— Envidia (deseo e impulso a ocupar el lugar de quienes están mejor):
es vital para nosotros huir de esa debilidad que nos es propia, por eso, cuando
vemos a otros que han alcanzado logros superiores a los nuestros, intentamos
hacer lo mismo o, en todo caso, quitarle ese bienestar para que deje de
molestarnos una referencia tan perturbadora;
—
Desconfianza: necesitamos ser casi
paranoicos para que los peligros no lleguen a afectarnos. Suponer lo peor
parece una buen técnica para estar preparados, sin olvidar que «lo peor para una
persona débil», es casi todo.
En
muchos artículos he mencionado el conocido proverbio «Conócete a ti mismo».
Quizá sea el eslogan más adecuado para el psicoanálisis.
Esta
lista de características humanas no es completa y mucho menos optimista, pero el
objetivo de este artículo consiste en comentar con usted que un buen ciudadano
es aquel que sabe todo lo débil que es, acepta poseer los peores atributos
(agresividad, rencor, envidia, violencia, odio homicida, ladrón, estafador,
etc.), pero sabe convivir.
Otras
menciones del concepto «Conócete a ti mismo»:
(Este es el Artículo No. 1694)
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14 comentarios:
Saber convivir con todas nuestras debilidades hace necesario, efectivamente, que las conozcamos. ¿Para qué?. Para que dentro de lo posible, al hacerlas conscientes, podamos manejarlas sin que lleguen a mayores.
Nuestro desarrollo cerebral nos hace más complejos y quizás también más vulnerables. Esa complejidad nos permite desarrolla sentimientos sublimes y también sentimientos terribles, crueles.
Si no me doy cuenta de que soy egoísta, embaucador, traicionero, envidioso, rencoroso, agresivo... seré todas esas cosas con mayor impunidad. Al no darme cuenta, no tendré la posibilidad de frenarme a tiempo y pensar. Cuando pensamos en el origen y las consecuencias de esos sentimientos negativos, caemos en la cuenta de que al primero que perjudican es a uno mismo.
No tengo tan claro que esos sentimientos negativos nos perjudiquen tanto. Tienen su razón de ser y en cierto modo nos protegen, como dice Fernando.
No podemos protegernos de lo que está en nosotros mismos (además de estar en los demás, por supuesto), si no intentamos controlarlo.
Según el psicoanálisis es poco lo que podemos controlar. Tendríamos que tenerlo en cuenta.
Así como podemos controlar nuestras ganas de ir al baño, me imagino que podemos controlar otras cosas.
Ser un buen ciudadano implica saber convivir de manera armónica con el entorno humano y ecológico. Nos falta mucho para lograrlo.
El niño pequeño sabe todo lo débil que es. Por eso se somete por momentos a sus padres, a su maestra, pero también intenta revelarse. Ambas cosas forman parte de su educación y su crecimiento.
Revelarse no es sencillo. Nos es más fácil cuando somos más débiles; paradojalmente. Cuando pasan los años tenemos muchas pasadas de plancha encima. Bajamos los brazos ante la injusticia y ante lo que son nuestros legítimos deseos, esos que no molestarían a nadie y nos harían más felices.
Ser los reyes de la creación implica que nos sentimos con el deber de gobernar a nuestros súbditos. Lo que ocurre es que nuestros súbditos son los demás seres vivos e incluso en ocasiones, otros seres humanos.
Ya hemos visto que esto tiene sus lados negativos. Abusamos del planeta y de nuestros congéneres. Nos creamos problemas y sufrimientos. A la vez también es cierto que necesitamos organizarnos. Parece que la monarquía no es la mejor forma.
La envidia es terrible. Cómo duele envidiar! Ser envidiado también duele y da miedo, pero en gral. no tanto como envidiar. Si queremos hacer lo mismo que el envidiado, podremos lograrlo en pequeñas cosas, como por ej. comprarnos el mismo precioso auto. Pero lo que en realidad envidiamos no es el auto, sino la capacidad que tuvo el otro como para lograr comprarlo. Como todos somos distintos, intentar ser igual al otro es imposible. La envidia es un gasto de energía inútil.
Quitarle a otro lo que ha conquistado o es suyo, es muy común. Si pensarlo en cuestiones de la vida cotidiana nos resulta demasiado perturbador, pensémoslo a nivel político. La conquista de territorios ha sido una constante a lo largo de la Historia. Quitarle al otro su lugar para hacerlo nuestro. Incluso eso ha sido considerado por nosotros mismos como gestas heroicas. Le hemos quitado a otros pueblos su religión, sus creencias, para imponerles las nuestras. Quizás no por envidia sino por considerarnos mejores al otro, que por distinto resulta amenazante.
Estar suponiendo lo peor puede prepararnos para aceptar las desgracias. La otra cara es la desconfianza hacia los demás y hacia nosotros mismos. Si pensamos que los otros nos traicionarán y que nosotros mismos nos traicionaremos o no podremos con lo que deseamos, viviremos con el freno puesto. Además de eso, nuestros vínculos serán limitados. Generar una verdadera amistad se nos hará difícil. También se nos hará difícil salir adelante, porque tendremos demasiado temor a fracasar. Cierto que podemos fracasar y fracasaremos, pero no tenemos porqué tragediar eso. Lo tragediamos cuando el fracaso en lugar de convertirse en aprendizaje es vivido como una muestra de nuestra debilidad. Salimos del círculo virtuoso y nos metemos en un círculo vicioso.
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