
Nuestras sociedades tienden a ser tristes, quejosas y lloronas porque una mayoría procura llamar la atención exhibiéndose dolorosamente necesitada.
Quienes creemos en el determinismo suponemos
que nada está bajo nuestro control sino que, por el contrario, todo ocurre sin
nuestra intervención aunque subjetivamente imaginamos que las acciones que no
podemos evitar fueron en realidad decididas por nosotros.
Estadísticamente podríamos decir que nueve de
cada diez personas no creen en el determinismo porque suponen ser dueñas de hacer
lo que quieren.
Estas nueve personas que se creen dueñas de
hacer lo que quieren tendrán que estar de acuerdo conmigo en:
— que es harto difícil quedarse impávido ante
el llanto de un niño; en
— que es bastante difícil quedarse impávido
ante el llanto de un adulto enfermo, caído o herido; y en
— que no resulta fácil quedarse impávido ante
el llanto de un adulto que aparentemente no está ni enfermo ni accidentado.
Otro punto de contacto entre quienes creen en
el libre albedrío y los deterministas es
el que refiere a que todos necesitamos ser amados o muy amados. Nuestras
acciones están bastante determinadas por nuestra incansable e insaciable
búsqueda de amor, afecto, comprensión, compañía, caricias, miradas.
Las
miradas son nuestra demanda permanente y universal más modesta, menos
pretenciosa, más humilde: menos que ser mirados (o escuchados) no podemos
pedir.
Según
estos antecedentes podemos comenzar a pensar que, tanto para los deterministas
como para los creyentes en el libre
albedrío, la alegría, el bienestar, la serenidad, son estados que nos
exponen a no ser objeto de las manifestaciones de amor, afecto, comprensión,
compañía, caricias y miradas que tanto necesitamos.
Según
estos antecedentes podemos concluir pensando que nuestras sociedades tienden a
ser tristes, quejosas y lloronas porque una mayoría trabaja permanentemente para
llamar la atención de los demás exhibiéndose dolorosamente necesitada.
Otras
menciones del concepto «necesitamos ser amados»:
(Este es el Artículo No. 1695)
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8 comentarios:
Cada cual tiene su particular forma de atraer la mirada o la escucha del otro. Nos la ingeniamos porque todos lo precisamos.
No todos. A veces las personas clasificadas como psicóticas huyen de las miradas y de las voces de los otros. Por momentos sólo escuchan sus voces y ven sus visiones. Las de los otros les resultan insoportables.
Es cierto que en casos extremos atendemos al necesitado (niño que llora, persona herida). No ocurre lo mismo cuando el otro es demandante en exceso. Cuando se pasa quejando o llorando buscamos evitarlo porque nos identificamos con él y salen a la superficie nuestras penas. Penas que veníamos trayendo más o menos manejaditas.
Si estás alegre, bien, sereno, es mucho más fácil que otros se te acerquen. La estrategia contraria no da resultado. Tampoco da resultado (a nosotros mismos) simular un estado de alegría o de tristeza que no tenemos. De ese modo lo que logramos es autoengañarnos o no darle trámite a lo que nos sucede.
A los chicos que están necesitados se les nota...
Sí, Leti, y lo que te da ganas es de salir corriendo!
Creo que actualmente, en algunas partes del planeta, no es tan difícil quedarse impávido frente a otro que sufre. Alguien puede caer redondo en el suelo y cada uno de los que pasa piensa: yo estoy muy apurado, ya vendrá otro que pueda socorrerlo. Pero ese otro a veces demora mucho en llegar.
Puede ser que algunas personas llamen la atención y se quejen de manera permanente porque creen que el otro no llega a entender todo lo que están sufriendo. Es como que insisten e insisten con la esperanza de que alguien al fin comprenda, les de una señal de que verdaderamente comprendió.
Es frecuente, sobre todo cuando somos jóvenes, que sintamos que nunca nadie amó como nosotros, ni sufrió tanto como nosotros. A veces los otros no comprenden nuestro sufrimiento, pero muchas otras sí lo comprenden e incluso lo imaginan peor de lo que en realidad es.
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