
«Si gente muy inteligente divulga su creencia en Dios, mi libertad para proponer ideas insólitas es casi infinita».
En los lugares donde se juntan muchas personas
(para hacer trámites, para ser entrevistadas, para ser examinadas), suele haber
algún cartel que dice: «Espere
a ser llamado», «Para ser atendido, saque número», «Manténgase detrás de la
línea amarilla».
En general,
las personas que respetan estas indicaciones son una mayoría. Las que no las
respetan suelen ser personas con alguna deficiencia mental o educativa.
Por
ejemplo, quienes no entienden la cartelería es razonable que no la respeten;
los niños no tienen noción de línea amarilla que no permite pasar en tanto
ellos observan que fácilmente se la puede trasponer; unos pocos ciudadanos no
pueden evitar hacer exactamente lo contrario a lo que se les pide.
A nivel de
humanidad (el agrupamiento mayor), esa línea amarilla parece estar tatuada en
la mente de algunas personas, quienes se sienten inhibidas para pensar de forma
alternativa a como se les dijo que pensaran.
Algunos
románticos sueñan con recobrar la mentalidad infantil, esa que desconoce lo que
son las «líneas amarillas» infranqueables.
Para
reforzar esta parálisis, esas mismas personas están convencidas de que tienen
la libertad de hacer y de pensar lo que quieren. Es decir: son presidiarios que
se creen libres; no pueden pensar algo distinto a lo que les enseñaron, pero
igual se imaginan capaces de tomar cualquier decisión. Son apóstoles del libre
albedrío, que en una especie de círculo vicioso, no pueden dejar de pensar de
una única manera, que rechazan cualquier idea distinta, que se ofuscan con
quienes no comparten sus creencias.
No sé por
qué soy ateo, pero serlo me permite razonar así: «Si gente muy inteligente
divulga su creencia en Dios, mi libertad para proponer ideas insólitas es casi
infinita».
(Este es el
Artículo Nº 1.677)
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10 comentarios:
Lo curioso es que la creencia en distintos dioses parece haber sido una constante para la humanidad. Los ritos, la concepción de lo sagrado, parece haber acompañado desde sus albores al homínido más evolucionado.
Si es cierto que la mayor parte de los contenidos de nuestro cerebro permanecen inconscientes, el inconsciente disparatado y caótico rige nuestra conducta. Luego eso se refleja en nuestras creencias.
Los románticos surgieron como reacción ante el racionalismo asficciante que imperaba.
Darle un poco de libertad al niño que lleva sepultado a medias el adulto, si se hace en el momento oportuno, es cosa buena.
Las líneas amarillas son más amables que las rojas. Las rojas prohiben, las amarillas advierten.
Hay contados momentos en la vida en los que tenemos que llevarnos por delante todas las líneas amarillas.
El respeto a las ideas insólitas está en directa proporción a la jerarquía de la persona por quien son emitidas.
Nuestra capacidad de pensar y de imaginar no es infinita. Las limitaciones humanas son infranqueables. La única manera de pensar que tenemos es la humana. Aún así disponemos de una enorme gama de posibilidades para profundizar.
En los lugares donde se juntan muchas personas hay que organizar muy bien. En esas instancias la cultura se impone.
Somos seres culturales porque cambiamos nuestra forma de organización con mucha más frecuencia que el resto de los animales.
El analfabeto no puede leer el cartel, entonces debe agudizar su observación para saber de qué manera comportarse.
Toda la vida me mantuve detrás de la línea amarilla, y ahora de vieja se me da por cruzar con la roja.
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