lunes, 28 de febrero de 2011

La difícil convivencia de Rosa y Rosita

Nuestra psiquis es en realidad la mezcla de otras dos psiquis: la del niño que fuimos y la del adulto que no tenemos más remedio que ser. Lo problemático es que naturalmente están en conflicto.

Invento una historia para comentar algo de nuestro funcionamiento psíquico.

Había una vez una niña de 5 años que los padres bautizaron con el mismo nombre de la madre: Rosa.

Para diferenciarlas, todos le decían Rosita.

Era muy traviesa, le gustaba jugar, mirar la tele, que le contaran historias para dormirse, que la peinaran, que le rascaran la espalda y la abrazaran.

Se deleitaba mirándose en el espejo, disfrazándose, imaginándose una mujer bellísima, codiciada por hombres buenos, cariñosos, hermosos, que desearan tener con ella varios hijos y que el finalmente elegido, tuviera el dinero suficiente como para que esta gran familia no le quitara energía para leer, escuchar música, bailar, reunirse con las amigas y dejarse mimar por su encantador marido.

Rosita tenía una madre muy severa, que contaba con escasos recursos materiales para alimentar a todos, con un esposo proveedor, pero con un temperamento agrio, habitualmente cansado, que no le gustaba dar abrazos, quejoso y que, cuando tomaba un poco de alcohol, decía groserías.

Definitivamente Doña Rosa se llevaba mal con su hija Rosita porque ésta vivía tirada en la cama, hablando por teléfono, soñando con sus fantasías e incapaz de obedecer todas las exigencias que le imponía su madre. Fin.

Rosa y Rosita representan nuestras dos grandes aspiraciones, que mantenemos reunidas pero en conflicto porque ambas quieren cosas diferentes.

Rosa (nuestra personalidad social, la que responde ante las exigencias de la cultura), actúa bajo presión y bajo protesta, entre otras razones porque sabe que la parte infantil (Rosita) tiene razón y si la rezonga es porque le inspira algo de envidia.

Artículos vinculados:

Maqueta de una psiquis
Violencia amorosa
Libertinaje programado

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domingo, 27 de febrero de 2011

Mejora la demanda de jabones

Papá murió en un accidente callejero cuando yo tenía veinte años.

Como era el único sostén económico rápidamente comenzaron las escaseces materiales.

Mi madre, que siempre se había dedicado a las tareas del hogar, no tenía ningún oficio excepto el de ser madre de tres hijos y esposa de un hombre que no estaba nunca porque trabajaba más de doce horas diarias.

Durante el primer mes se agotaron los escasos ahorros que ellos tenían.

No hizo falta que me lo dijeran: soy el hermano mayor y mi vida de estudiante generaba gastos suntuarios.

Mamá comenzó preparando comida para vender entre los vecinos, luego instaló una especie de lavadero en el que trabajaban ella y mis dos hermanas, intentó con la fabricación de un jabón perfumado que resultó invendible, alquiló una habitación de la casa apilándonos en un pequeño galpón trasero.

Visité muchos comercios ofreciéndome para hacer tareas que no demandaran especialización y pedimos a todos los vecinos que «si sabían de algo...».

Tomé un ómnibus para visitar a posibles empleadores que seguramente me dirían «por ahora no, cualquier cosa te llamamos».

Me senté al lado de una señora bien vestida quien, a las pocas cuadras, me hizo una pregunta que no recuerdo y que casi enseguida dijo:
— ¿Trabajas o estudias?

Por fin alguien se interesaba en mí, aunque más no fuera usando una fórmula tan gastada.

Le conté sucintamente y con mucha firmeza me dijo: — Bájate conmigo que ya conseguiste trabajo.

La seguí sin hacerle preguntas porque mis pretensiones habían bajado a cero.

Llegamos a una casa sin particularidades donde me presentó a varias señoras que también triplicaban mi edad.

La tarea es sacrificada como cualquier otra pero pagan bien.

Lo anecdótico es que mamá retomó la fabricación del jabón invendible porque nos convencimos de que su fragancia contribuye a mi estabilidad laboral.

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sábado, 26 de febrero de 2011

Mi corazón segrega mucho amor por tí

Lo que pensamos, sentimos, imaginamos, recordamos, son una consecuencia del funcionamiento orgánico autónomo, automático, propio de cualquier ser vivo.

Cada especie animal o vegetal (cabra, abeto) posee características que las hacen diferentes a las demás.

En realidad somos los humanos quienes con nuestra manera de pensar, encontramos rasgos similares y no podemos evitar la creación de categorías, calificaciones, comparaciones.

¿Por qué nuestra cabeza produce ideas, comparaciones, sentimientos, recuerdos?

La respuesta verdadera, no la busquen porque no existe. Sólo existen hipótesis (teorías explicativas), de las cuales acá va una.

Pero antes digo: Otra característica de nuestra mente es que a veces toma por verdaderas hipótesis convincentes, seductoras, divertidas.

Tomo como premisa que todo es materia. No existen espíritus, seres ideales. La magia es pura fantasía.

Parto del supuesto que esa materia está dotada de energía, está en constante movimiento, cambiando (de estructura o de lugar).

Nuestro cuerpo también: tiene una materia que está en permanente transformación.

Nuestro pensamiento (ideas, emociones, recuerdos) es parte de ese funcionamiento.

Todo lo que nos ocurre, si pasa por nuestra conciencia, nos genera un pensamiento. Lo que no pasa por nuestra conciencia, no genera pensamientos.

Por ejemplo, la falta de alimentos se hace consciente mediante el hambre y pensamos qué podríamos comer.

Algunos funcionamientos conscientes no son tan claros como el hambre y los pensamientos segregados son más inespecíficos.

Ante estos, suponemos historias explicativas: estoy triste porque se aproxima mi cumpleaños, estoy animoso porque ayer cobré el sueldo, no quiero atender el teléfono porque puede ser la tía Marlene que llama para quejarse.

Estos pensamientos (sentimientos, ideas, preocupaciones) son coherentes con el estado corporal que funciona automáticamente, como en cualquier ser vivo.

Las ideas que lo acompañan son posteriores, una consecuencia, pero no al revés: nuestras ideas no provocan malestares sino que los malestares provocan ideas.

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viernes, 25 de febrero de 2011

Vivo con ella porque es mi madre

Las madres no castradoras mantienen un vínculo incestuoso con sus hijos, pero disimulado porque evitan tener relaciones sexuales con ellos.

En otro artículo (1) les comentaba que las madres castradoras son las mejores, a diferencia de las no-castradoras que seguramente tienen hijos apáticos, dependientes y quizá poco productivos y/o reproductivos (que no desean alejarla para fundar una familia o que, si la fundan, la incluyen).

Aclaraba —y lo repito porque el vocablo induce a confusión—, que una madre castradora no es la que anula a su hijo cortando o atrofiando su aparato reproductor (acepción literal), sino que es la que corta el cordón umbilical, da un paso al costado, deja de ser invasiva, entrometida, pegajosa.

Las madres no castradoras y sus hijos, difícilmente se dan cuenta de si están pudiendo desarrollarse plenamente o si —por el contrario— están inseparablemente unidos con un vínculo infantil.

La vida familiar parece normal, las cosas ocurren como siempre ocurrieron, el adulto que conserva intacto su cordón umbilical, puede decir «mi mamá es como todas las madres, a veces un poco quejosa pero la quiero porque es mi mamá, no deseo que se muera, me cuida con el mismo amor de siempre».

Si bien es cierto que sienten horror hacia las relaciones sexuales incestuosas, las practican todo el tiempo, evitando los aspectos genitales, pero conservando todo los demás: convivencia, secretos, lenguaje con claves exclusivas, gastos compartidos, mutua vigilancia de la salud, las amistades, las manías, las extravagancias tolerables. Mantienen un pacto de exclusividad (celos), igual que los matrimonios monógamos comunes (exogámicos).

Estas personas (madre con hijo, padre con hija, madre con hija, padre con hijo), probablemente no tienen relaciones carnales ... pero sólo las evitan porque tienen la sexualidad anulada o para imaginar que no conforman una pareja incestuosa.

(1) Una buena madre, molesta

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jueves, 24 de febrero de 2011

Una buena madre, molesta

Una madre castradora es una buena madre. Las no castradoras crían hijos infantiles, dependientes, inmaduros.

Cuando nos hablan de una madre castradora, suponemos que:

— Es excesivamente severa;
— Restringe injustamente la libertad de su hijo;
— Le anula la personalidad;
— Impide que el pequeño desarrolle su talento, realice su vocación;
— Le reprime los deseos sexuales;
— Lo trata con una moral anticuada, pacata, retraída;
— Recorta y desestimula los deseos de divertirse, de tener aventuras, de satisfacer su curiosidad natural.

Si consultamos el Diccionario de la Real Academia, constatamos que la mayoría usa correctamente la palabra pues una de las definiciones es acomplejar, inducir un sentimiento de inferioridad.

En muchos casos el psicoanálisis está de acuerdo con el sentido común, las creencias populares y hasta los toma como puntos de referencia para sus investigaciones. En este caso no es así: para el psicoanálisis, la madre castradora es una buena madre y la madre que no lo sea, es una irresponsable, transgresora y hasta con algún rasgo patológico que sería digno de mejorar.

Castrar en términos educativos no es más que una metáfora. Ninguna madre anula la capacidad biológica de reproducción de su hijo.

Sin embargo, es una metáfora muy eficiente porque un hijo que no puede ejercer su sexualidad, o que no puede vincularse con personas del sexo opuesto, indirectamente queda inhibido de reproducirse.

Varones y mujeres somos gestados y vivimos los primeros meses después del parto, con la convicción de que formamos una unidad indivisible con nuestra madre.

Pues bien, una madre castradora es en realidad aquella que logra cortar ese cordón umbilical imaginario, para que su hijo pueda desarrollarse plenamente, mientras que las madres no castradoras, siguen fusionadas con su hijo, causándole un grave retardo emocional.

Por eso una madre no castradora tiene una conducta patológica, enfermante, contraproducente para una crianza saludable.

Relato de ficción sobre este tema:

La muerte de Albertito

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miércoles, 23 de febrero de 2011

Mamá: vuelve conmigo que te perdono

Nos sentimos irremediablemente incompletos desde que nuestra madre volvió a su vida normal como esposa, madre de otros hijos, trabajadora.

Dos personas pueden asociarse para comprar un billete de lotería. Imaginan que si obtuvieran el premio mayor, pasarían a ser siempre felices. Para asegurarse mutuamente sobre el feliz término de la alianza, cortan por la mitad el boleto para concurrir juntos a cobrar la fortuna que terminará definitivamente con sus carencias, pobreza, malestares.

Algunos enamorados pueden llegar a la certeza de que no podrán vivir el uno sin el otro. Se juran amor de todas las maneras imaginables, una de las cuales puede ser cortar por la mitad una medalla con la imagen del santo milagroso en el que ambos confíen.

La legislación de cualquier país ofrece instrumentos jurídicos con los cuales se pueden pactar infinidad de garantías sobre la fidelidad recíproca entre quienes serán copropietarios de un único patrimonio.

Con cualquier procedimiento, desde el más romántico al más profesional y pragmático, buscamos lo mismo: sentirnos íntegros, imaginarnos sin esta sensación de incompletud que nos angustia.

Los que arriesgaron en la lotería, sueñan con no traicionarse pero además en cancelar con el dinero del premio mayor, todas las necesidades y deseos que padecen.

Los enamorados suponen que uniendo sus vidas, nunca más volverán a sentirse incompletos, tristes, solos, aburridos, endebles.

Los que suscriben un sofisticado contrato de asociación, suponen que nunca más tendrán que luchar solos contra la impiedad del mercado, no tendrán que preocuparse si algún día se enferman porque siempre estará el socio para sustituirlo. También podrán tomarse un merecido descanso, aconsejarse mutuamente, alentarse ante las adversidades.

A todos nos pasa lo mismo: Con nuestra madre nos sentíamos completos, pero luego ella volvió con papá y desde entonces, no paramos de intentar recuperar la integridad que teníamos.

Artículos vinculados:

La insoportable posibilidad de perder

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martes, 22 de febrero de 2011

Ojos que (aparentemente) no ven

La ingenuidad y el desconocimiento funcionan como una miopía, que nos quita eficacia al no poder ver dónde estamos parados.

En otro artículo (1) les hice un comentario derivado de la afirmación por todos conocida según la cual «la unión, hace la fuerza».

Hay personas que nacen con el talento de comprender rápidamente cómo funciona el mercado laboral, comercial o industrial y prácticamente no necesitan dedicarle tiempo a informarse sobre cómo somos los seres humanos pues, con la intuición saben sin haber estudiado.

Sin embargo, la mayoría no tenemos esa capacidad y tenemos que recurrir al despacioso trabajo de hormiga, para saber quiénes somos, cómo son los otros y qué debemos hacer para asegurarnos los recursos materiales que nos permitan disponer de una calidad de vida digna y duradera.

Para esta mayoría que carecemos de la genialidad de nacer sabiendo, estamos quienes dedicamos casi todas nuestras energías a saber de nuestra psiquis, de la psiquis de los demás, cómo comportarnos para ganarnos el sustento y a difundir lo que podamos averiguar.

En muchos artículos he mencionado que todos necesitamos ser amados en tanto reconozcamos que no podemos estar aislados y sin ayuda ajena por mucho tiempo.

En otros artículos también he mencionado que somos seres vivos como los demás seres vivos, animales como los demás animales —, con particularidades que nos diferencian (como también se diferencian dos mamíferos como son la jirafa y el gato), especialmente agresivos, con la particularidad de atacarnos entre nosotros mismos, cosa que difícilmente encontremos en las demás especies.

Nuestra inteligencia percibe la realidad con tal ineficiencia que muchos de nosotros creen que somos nobles, buenos, tolerantes, amables, respetuosos, excepto unos pocos que llaman la atención por ser malos ciudadanos, pero que logramos sacar de circulación metiéndolos en cárceles o manicomios.

Las corporaciones también sirven para abusar

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lunes, 21 de febrero de 2011

La malicia es la sal de la vida

El humor nos permite disfrutar poniendo en juego nuestra envidia, malicia y/o soberbia.

Retomo un chiste que les informara en otro artículo (1).

«El humorista uruguayo Juan Verdaguer (1915 - 2001), era apreciado por su estilo indirecto, eludiendo el chiste que incluyera vocabulario incorrecto.

Decía por ejemplo: «A mi mujer nunca le dije que era una tonta (silencio teatral) ... no me habría comprendido».»

El primer libro de Freud que leí, lo leí por error.

Tenía doce años y en la búsqueda de algo que me quitara el aburrimiento, tomé prestado de una biblioteca el libro titulado El chiste y su relación con lo inconsciente.

Entonces me enteré que Freud no me hace gracia pero que, al darme algunas explicaciones aceptables sobre cómo funciona nuestro pensamiento, podría ser aún más efectivo dándome ideas para no aburrirme, cosa que finalmente ocurrió.

El chiste de Juan Verdaguer es gracioso porque pone a trabajar nuestra mente de una cierta manera:

1º) Cuando oímos que él nunca trató de tonta a su esposa, inevitablemente pensamos que está dando un ejemplo del respeto y consideración que tiene hacia ella.

2º) El silencio teatral, es utilizado para que nuestro cerebro termine de instalar la idea anterior (respeto, consideración);

3º) El final nos sorprende: La esposa no merece el respeto que imaginamos sino que efectivamente es tonta ... más tonta que yo mismo!!

La diversión del chiste surge porque deseamos gozar y con esta mini-historia disfrutamos sintiéndonos más inteligentes que la criticada esposa del humorista.

El fenómeno humorístico tuvo dos etapas:

— primero sentimos un poquito de envidia de alguien que merece tanto respeto y consideración,

— pero luego nos alegra (risa) descubrir —gracias a nuestra rapidez mental—, que no hay motivo para envidiar sino que el humorista nos permite saber que somos más inteligentes que su esposa.

(1) La mayoría bipolar

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domingo, 20 de febrero de 2011

Historia de moto B.M.W.

La vida en el campo difícilmente agote la energía que tiene un joven de catorce años, lleno de curiosidad y que, para peor, ya conoce otras ciudades del país y algunas capitales de otros países.

Las hijas mujeres no tuvieron tanta suerte porque el padre, acostumbrado a mandar, ejercía sobre la familia un dominio que sería abusivo si no fuera porque cada tanto les acariciaba el cabello con dulzura, las miraba a los ojos como pidiéndoles perdón por la falta de libertad y porque cada poco tiempo llegaba un enorme camión cargado de artículos para jovencitas, que iban de mínimos adornos para el pelo a vestimentas de gran lujo.

Dos de ellas ya tenían asumido que serían vendidas a otros comerciantes ricos, divorciados y mucho mayores que ellas, para consolidar los patrimonios a la antigua usanza.

No soy injusto al utilizar el verbo vendidas porque en los hechos no era otra cosa. Don Napoleón Carmona ya había concertado los matrimonios y la esposa los había aprobado ... sin que fuera consultada.

En este entorno de severidad para las mujeres, Pedrito era y se creía el amo absoluto, que hasta la madre tenía dificultades para moderar su conducta atrevida con las empleadas y despótica para con los humildes obreros del padre.

Hastiado hasta un límite intolerable, tomó prestada la moto B.M.W. de mil doscientos centímetros cúbicos, aprovechando una ausencia de Don Napoleón, para probar su máxima velocidad en un camino cercano.

Con treinta y cuatro grados, sentía el aire sofocante en la cara y el vértigo de la velocidad.

El ciclista no debió aparecer de una portera como apareció. Era imposible, salió de abajo de la tierra, el camino de piedritas hizo patinar el pesado vehículo y no disminuyó en nada la velocidad.

Pedrito aún no sabe qué ocurrió en los siguientes treinta segundos, pero lo cierto es que un abogado de la capital aprovechó el accidente para enriquecerse con el pretexto de indemnizar a los familiares del ciclista fallecido, provocando la pérdida total del patrimonio y el colapso cardíaco de Don Napoleón.

La mamá vive de la caridad de sus yernos y concurre cada tanto a la cárcel regional para seguir recriminando al envejecido Pedrito.

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sábado, 19 de febrero de 2011

Ignoremos a los que ya «saben todo»

Quienes estudian con devoción el pensamiento de los grandes teóricos, terminan sabiendo más de ese personaje que de lo que necesitamos saber para vivir mejor ahora.

Tengo muchas pasiones, pero dos de ellas se exhiben con más frecuencias en mis blogs: el amor y la calidad de vida. Dicho de otra forma: Los vínculos entre las personas y el bienestar económico.

Busco la felicidad universal pero no la felicidad ideal de estar siempre contentos, sin problemas, con alegría, sino otra menos pretenciosa, que tiene como característica que, en promedio, varios días se viven con cierto entusiasmo, curiosidad, tolerancia, proyectos, desafíos, juegos, escaso aburrimiento, con dolores sí, pero soportables y transitorios, con discusiones, conflictos, desentendimientos pero que no resulten pesados, mortificantes, hirientes, sino entretenidos, que nos estimulen a pensar, quizá estudiar, buscar argumentos.

Para lograr esta vida mundana, realista, concreta, material, sincera, que no necesite apoyarse en fantasías que se parezcan a un delirio psicótico, hacen falta dos cosas:

1) Conocerse a uno mismo (que no es tan sencillo porque hace milenios que lo intentamos con escaso éxito); y

2) Algo mucho más fácil ... una vez logrado el punto anterior: conseguir los recursos materiales para satisfacer nuestras necesidades y deseos, sin saciarnos ni hartarnos.

Como decía en otro artículo (1), la ciencia no está capacitada para acceder a estos logros porque cada vez está más especializada y quienes poseen esos conocimientos, no pueden ni podrán por mucho tiempo, trabajar en equipo porque cada grupo de especialistas parece vivir en chacras amuralladas que impiden el trabajo multidisciplinario.

Por lo tanto, obtener los objetivos 1) y 2) sólo puede estar al alcance de gente común, que pueda pensar libremente, que no sea erudita, docta, leída y sometida a lo que escribieron los ideólogos famosos.

(1) Los especialistas no se entienden

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viernes, 18 de febrero de 2011

Los insultos sexuales alivian frustraciones

El fútbol descomprime deseos sexuales prohibidos e inconscientes. Esto explica la pasión de multitudes.

El psicoanálisis opina —con fundamentos atendibles—, que los varoncitos desean copular con la madre y que las niñas desearían tener un hijo fecundado por su papá.

Estas aspiraciones casi nunca se satisfacen y por eso entramos a la vida adulta con la sensación de haber sido frustrados afectivamente.

Como he mencionado en otros artículos (1), esos deseos inhibidos no desaparecen sino que suelen alojarse en el inconsciente desde donde tratan de satisfacerse de alguna manera.

Una de esas formas de satisfacción se llama sublimación.

Nuestra psiquis se las ingenia para convertir aquel deseo incestuoso en algo sublime (noble, elevado, permitido), que cuando se realiza, calma la frustración del inconsciente.

El fútbol es una forma de sublimar aquellos deseos incestuosos, tratando de penetrar (gol) el arco (meta) del equipo contrario.

El marco formado por los tres palos simboliza la vulva de la madre de los contrarios, mientras que el hueco formado con la red trasera que cuelga del travesaño, simboliza su vagina.

Cada gol, simboliza la eyaculación dentro de la vagina.

El guardameta (golero), representa el esposo-padre, pero los otros diez jugadores, defienden a la madre-meta y al padre-golero, por orgullo y por envidia, ya que desearían ser ellos quienes penetren a la madre (gol en contra-incesto) y es por envidia que luchan para que no sea penetrada por los contrarios.

La hinchada, eufórica y erotizada por este espectáculo que sublima deseos incestuosos, grita a los perdedores

— «Hijos de puta», para significar que la madre colaboró en la penetración-gol;

— «Hijos nuestros», para significar que el padre biológico (golero), fue traicionado;

— «La concha [vagina] de tu madre», para significar genéricamente una cierta apropiación de la mujer que los contrarios (insultados) aman y desearían penetrar.

(1) El terrorismo de Facebook y Twitter

Micifuz, ¡ataque!

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jueves, 17 de febrero de 2011

El texto de una ley no tiene poder: sólo recuerda

Los textos legales (códigos) sólo son un soporte de lo más importante: la idea que tenemos como pueblo (sociedad, colectivo) de lo que está bien y de lo que está mal.

Un juez, profesional del poder judicial, es alguien que posee un amplio conocimiento de las leyes y de la jurisprudencia.

La jurisprudencia es el conjunto de sentencias que otros jueces dictaron y que, para casos similares, adquieren mucho valor porque los ciudadanos necesitamos tener normas de convivencia que sean claras, entendibles, que siempre se apliquen de la misma manera.

La jurisprudencia es tan importante, que cuando no existen leyes sobre algún tema, los jueces pueden utilizarla como si lo fueran.

Los jueces, para interpretar las leyes y la jurisprudencia, necesitan haber desarrollado el talento de captar «el espíritu de las leyes» también llamado «la voluntad del legislador».

Este «talento» es la habilidad de interpretar los textos (leyes y jurisprudencia) igual que sus colegas y demás actores del sistema judicial (abogados, fiscales, ciudadanos).

Quienes no han estudiado en profundidad el ordenamiento jurídico de un país, pueden leer una ley de forma muy inteligente, pero si esa interpretación no es coherente con el resto de las normas, entonces será una interpretación errónea, y si esa interpretación es coherente con el resto pero difiere del espíritu del legislador, también será una interpretación errónea.

Las normas de convivencia no son textos, son ideas, intenciones, voluntad, anhelos, nociones del bien y del mal, ética, moral, costumbres, cultura, tradiciones.

Los textos legales no son más que el registro de palabras que permiten recordar qué normas dictaron nuestros representantes en el parlamento.

Pensemos en una botella con agua: los textos (códigos, libros) son la botella, mientras que las ideas de justa convivencia, lo que realmente tiene el poder que los ciudadanos le entregamos, son el agua.

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miércoles, 16 de febrero de 2011

El dolor vital

Nuestro instinto de conservación, la cultura y las religiones se ponen de acuerdo para restringir nuestra libertad y goce.

El instinto de conservación nos dice a todos los seres vivos: «No pongas en peligro tu vida»; «no tomes riesgos excesivos»; «cuídate».

La cultura nos dice: «No des rienda suelta a tus deseos»; «si intentas satisfacer todos tus apetitos, te castigaremos»; «tienes que reprimir tus impulsos egoístas».

Las religiones aumentan la apuesta cultural y agregan más restricciones, incorporando un personaje fantástico (dios) que, en la mayoría de ellas, tiene todos los poderes imaginables y anhelables por los portadores de esas fantasías, más la autorización suprema de aplicar todos los castigos y pruebas de resistencia imaginables y anhelables por los portadores de esas fantasías.

La sensación subjetiva que nos queda es que la vida está sometida a muchas más prohibiciones que habilitaciones, porque el instinto de conservación, la cultura y las religiones suman sus esfuerzos para quitarnos libertad, derechos, posibilidades.

Parto de la base de que esto es imprescindible para que todo funcione.

Parece ser que para que el fenómeno vida no se detenga, tiene que vencer múltiples resistencias.

En otras palabras —y como he mencionado en otros artículos (1)—, el fenómeno vida depende de la oposición que permanentemente tiene que vencer cada ser vivo, comenzando por la mismísima Ley de gravedad que nos aprieta contra el planeta hasta los deseos de muerte que anidan en nuestro inconsciente.

Y esa oposición, resistencia y obstáculos, tienen en común el dolor, físico y psíquico.

El cansancio y la angustia son los estímulos que el fenómeno vida requiere para no detenerse.

Cuando algo impide que las continuas y bienvenidas agresiones funcionen como estímulos vitalizantes, estamos a pocos minutos de la muerte pues nuestro cuerpo ya no puede sostener el fenómeno vida.

(1) Ver la fundamentación en el blog titulado Vivir duele.

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martes, 15 de febrero de 2011

Los delincuentes, si no emigran, mueren delincuentes

El delincuente es socialmente incurable. Jamás permitiremos que deje de serlo.

Aplicamos todo nuestro ingenio para lograr que los niños sean juiciosos, hábiles, prudentes, estudiosos y dejen de molestarnos, con sus travesuras y con todo lo que consumen del presupuesto familiar.

Los contenidos predominantes de nuestra memoria remota refieren a nuestra inocencia, fiestas y paseos pero si evocamos algunos inconvenientes, tienen por responsables a la intolerancia de los adultos.

Quienes hoy somos padres, llegamos a conocer los cuentos infantiles para entretenernos, calmarnos o convocar el sueño.

Entre los más populares está El pastor mentiroso, también llamado Pedro y el lobo.

Por si ustedes lo conocen con otro nombre, refiere a un niño que, para divertirse, pidió auxilio como si sus ovejas corrieran el peligro de ser comidas por un lobo. A la tercera falsa alarma ya nadie concurrió en su ayuda, ni siquiera cuando un lobo verdadero hizo estragos en su pequeño rebaño.

Quienes recibimos este relato tan lleno de enseñanzas, seguramente captamos que es mejor no mentir, o, al menos, no mentir por diversión.

Sin embargo aprendimos algo mucho más importante: Una vez que alguien es declarado mentiroso, ya nunca más volveremos a creerle.

Un refrán acude en nuestra ayuda para rubricar esta afirmación: «Hazte fama y échate a dormir».

Los diagnósticos populares, los rótulos, la fama, quedan asociados a cada uno como si formaran parte del nombre, apellido y documento identificatorio.

Hasta cierto punto, una mala fama podría evitarse emigrando.

Si no dramatizamos la situación, estos no dejan de ser problemas personales. Un pequeño grupo de ciudadanos tiene la mala suerte de perder la confianza definitivamente.

Pero, ¿cómo resolvemos nuestro problema de inseguridad ciudadana quienes rebautizamos irreversiblemente a los delincuentes?

Lo resolvemos, adaptándonos al nuevo hábitat que incluye delincuentes irreversiblemente ... o emigrando.

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lunes, 14 de febrero de 2011

Dejad que las enfermedades vengan a mí

El vino espumante y el inconsciente, conservan sus mejor características, cuando son contenidos por un envase adecuado.

Cuando destapamos una botella de vino espumante, notamos que las buenas condiciones del envasado permitieron conservar esa especie de alegre vitalidad que hace volar el tapón; al servirlo las burbujas lucen divertidas y al beberlo, las sensaciones táctiles parecen danzarinas o juguetonas.

Hago especial hincapié en las condiciones de envasado: la botella tiene que estar confeccionada con un vidrio que filtre ciertos rayos luminosos, el tapón debe sellar herméticamente, la temperatura debió ser una determinada y no cualquiera.

Algo similar ocurre con nuestros deseos reprimidos, nuestras fantasías inconscientes, los instintos prohibidos por la cultura.

Podemos vivir en sociedad con una aceptable calidad de vida, cuando esa energía contenida (reprimida, bloqueada, encarcelada) en nuestro inconsciente, posee un envasado semi permeable.

No podríamos vivir sin soñar. Los sueños mientras dormimos, descomprimen adecuadamente las frustraciones que tuvimos que sufrir por causa de la educación (¿domesticación?) a la que tuvimos que someternos para ser admitidos en la sociedad.

Los lapsus equivalen a breves fugas de la cárcel (envase del inconsciente). Nos permitimos olvidar algo que detestamos pero que aceptamos a regañadientes para que nuestro jefe no nos rezongue o para que nuestro cónyuge suponga que es lo único que nos importa.

Y también un buen envase del inconsciente nos permite enfermarnos, aunque suene paradójico.

Se lo hayan contado o no, muchas personas que usted conoce, adoraban enfermarse cuando pequeños porque eso aumentaba las anheladas atenciones exclusivas que recibían de sus padres.

En la adultez, la correcta permeabilidad del envase del inconsciente,

gestionará una gripe, para faltar al trabajo y que la madre venga a cuidarlo/a; o

— logrará la repentina internación en las confortables instalaciones de hotelería hospitalaria que le permitan disfrutar unas reparadoras vacaciones.

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domingo, 13 de febrero de 2011

Mamá Lucas

Mis padres eran artistas, poetas, filósofos, bohemios, liberales, lectores, discutidores, consumidores de café, marihuana, cocaína, alcohol, amantes de los almohadones en el piso, los tapices, las casas antiguas y no utilizaban eufemismos.

Mis abuelos les propusieron varias veces salvarnos a mi hermana y a mí, pero mis viejos, no solamente se reían de la propuesta, sino que cuando se retiraban con la frustración tallada en sus rostros, seguían hablando del mismo tema que habían interrumpido cuando llegaron los abuelos rescatistas.

Ellos y sus amigos, son gente muy cariñosa, que expresa su amor sin avergonzarse.

Mi hermana y yo éramos chicos y podíamos quedarnos escuchando lo que ellos hablaban hasta que el sueño nos vencía.

Nunca fuimos expulsados como indeseables. No los molestábamos ni nos mandaban a dormir sin sueño como hacen otros padres civilizados.

Ellos y sus amigos aplaudieron con entusiasmo cuando yo cumplí nueve años y me aparecí en la reunión que tenían con algunos amigos y sus hijos, vestido con las ropas más vistosas de mi tía, quién también se prestó a maquillarme y peinarme como a una vedette.

El tema de mi homosexualidad ya había sido uno de los tantos temas de esas reuniones.

Te cuento estos antecedentes para ayudarte a entender que hay cierta lógica en lo que pasó después.

Cuando tenía 14 años, me molestó sentir que me había orinado mientras dormía. En realidad había comenzado a menstruar.

Como ellos jamás se interesaron por llevarnos al pedíatra o por investigar nuestros cuerpos —alegando que todo lo que cada uno tiene, es suyo y no de los padres o de algún otro atrevido que pretendiera apoderarse—, recién ahí nos enteramos de que yo soy hermafrodita.

Entonces sí, como no había otra forma de entender este fenómeno que nos sorprendió a todos, tuvimos que soportar la curiosidad morbosa de varios médicos que deseaban aprender conmigo, para que finalmente, una ginecóloga que se ganó nuestra adoración, me ayudara a quedar embarazada de mi novio cuando tuve 19 años.

Mi Pablito tiene una mamá con pene, como todo el mundo desea, según Freud.

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sábado, 12 de febrero de 2011

Dime qué arte consumes y te diré qué deseas

La literatura, el cine o el teatro, nos muestran cuáles son nuestros deseos inconscientes.

Uno de los tantos temas que me apasionan es la gestión de cobro de deudores morosos en las empresas de intermediación financiera.

Estos fenómenos de interacción humana, observados con la óptica del psicoanálisis, se tornan (para mi gusto), en algo particularmente divertido, que despiertan mi curiosidad y ponen a funcionar mi ingenio, como si fuera un juego.

La literatura y el cine comerciales, se caracterizan por darles a sus consumidores exactamente lo que estos piden.

Escritores y cineasta nos estudian psicológicamente, descubren cuáles son nuestras fantasías más apetecibles y luego construyen historias en las que suceden esos hechos que muchos fantaseamos.

Esas piezas artísticas que son ingredientes infaltables en las representaciones comerciales, suelen llamarse clisés.

Un clisé es una idea (argumento) muy repetida.

Uno de esos clisés es el cobro de deudas mediante la utilización de la advertencia con forma de amenaza, la persecución del deudor moroso que no paga después de la advertencia y la ejecución de un daño terrible (golpiza, tortura, muerte) para castigar el incumplimiento.

Forma parte de este clisé, que el origen de la deuda sea por juego o drogas, donde el acreedor (quien gestiona el cobro) es un delincuente, hampón, mafioso.

¿Qué dice de nosotros que un libro o película comerciales incluyan estas ideas repetidas?

Estos clisés demuestran que nuestros deseos, ideas, creencias inconscientes, son, por ejemplo:

— que los prestamistas de dinero (empresas financieras) son en realidad delincuentes, mafiosos, crueles;

— que nuestras deudas (dinero, pecados, traiciones) las terminamos pagando con padecimientos corporales (golpiza, tortura, muerte);

— que cuando le damos placer a nuestro cuerpo (juego y drogas), algo ocurrirá para que luego ese mismo cuerpo tenga (pague con) dolor;

— que es disfrutable (comprable) identificarnos con personajes que primero gocen y después sufran.

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viernes, 11 de febrero de 2011

El endeudamiento afectivo

Algunos padres crían a sus hijos desinteresadamente. Otros no.

Las madres abnegadas son las que cuando dan de mamar a sus hijos, sienten que están haciendo algo grandioso y que se sacrifican por ellos.

Son personas con un narcisismo muy marcado aunque la cultura judeo-cristiana las encubre.

Ese pequeño que se alimenta según las leyes naturales, no sabe que está comprando la comida a crédito.

Inocentemente, no sabe que está succionando de un banco de leche. Aunque ella es una hembra como cualquier otra, se autopercibe como prestamista.

Durante varios años continúan los sacrificios de los padres por el niño, hasta que cuando es mayor y capaz de valerse por sí mismo, aparece la factura donde, con letras invisibles se le exige el pago de horas de insomnio, días de compañía, comidas, higiene.

Esta descripción, que puede sonar brutal para muchas pupilas sensibles, no es ficción terrorífica sino lo que ocurre en la trastienda (el inconsciente) de muchos padres que gestan y crían a sus hijos con fines disimuladamente económicos.

Felizmente, los estados han ido suavizando el impacto de estos endeudamientos con la creación de sistemas previsionales que les pagan a los ancianos un importe para subsistir que, de no ser así, tendría que ser afrontado con el dinero que los hijos necesitan para solventar el presupuesto de la familia que funde con otra persona.

Infelizmente, los estados no han ido suavizando el impacto de los endeudamientos afectivos. No se han creado aún indemnizaciones para los padres que sufren el síndrome del nido vacío.

Algunos padres ancianos se aferran a sus hijos exigiéndoles atención, amor, escucha, regalos, fiestas, paseos, alojamiento.

La situación es dolorosa, a todos nos conmueve de una u otra manera, pero es bueno saber que muchos padres parecen generosos aunque en realidad son mezquinos encubiertos.

Artículos vinculados:

Sólo da ganancia un cliente vivo

¡Felices pérdidas!

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jueves, 10 de febrero de 2011

Este lunarcito que tengo acá

La salud perfecta no existe. La medicina no puede hacer mucho con mínimos indicios. La obsesión es una patología.

Para cualquier ser humano, es más difícil «encontrar una aguja en un pajar» que «encontrar un clavo en un pajar».

Esta aseveración quizá no necesite muchas aclaraciones: entendiendo que un clavo es un objeto más grande que una aguja, su propio tamaño facilitará la tarea de hallarlo.

Agrego otra premisa redundante: los médicos son seres humanos.

El motivo de este artículo es comentar una situación que se nos presenta como problemática, capaz de ponernos en duda y —por todo esto— capaz de angustiarnos, aumentar nuestro estrés y quitarnos calidad de vida.

La medicina recomienda a todos quienes quieran escucharla, que lo mejor es acudir al médico ante cualquier malestar que nos llame la atención o ante la aparición de algún signo corporal nuevo.

Ese mensaje genérico que emite la medicina preventiva, lo interpretamos de diferente manera: algunos se olvidarán de él y otros lo tomarán como su principal misión en la vida. Entre medio de ambos extremos, se ubicarán todos los matices posibles.

Al retomar las premisas iniciales que refieren a que los seres humanos percibimos mejor las señales fuertes que la señales débiles, podemos avanzar hasta la hipótesis de que, cuando consultamos a nuestro congénere médico proporcionándole una señal muy débil, lo estamos obligando a realizar un gran esfuerzo para encontrar su causa y aventurar algún diagnóstico.

De más está decir que ese mayor trabajo para él, nos impondrá exponer a nuestro cuerpo a más cantidad de invasiones prospectivas (pinchazos, punciones, imagenología) y a más gastos monetarios.

El perfeccionismo aplicado a la salud puede salvar algunas vidas, pero habría que considerar que ningún ser vivo es idealmente perfecto y que la obsesión no deja de ser una patología del pensamiento.

Artículos vinculados:

Las pérdidas ajenas no son tan molestas

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miércoles, 9 de febrero de 2011

Micifuz: ¡ataque!

Las mascotas (gatos y perros) simbolizan la temible agresividad de los humanos.

En otro artículo (1) comento que los ricos-explotadores-esclavistas pueden compararse con los lobos y que los pobres-explotados-esclavos pueden compararse con los corderos, en tanto son alimento de los lobos.

Sin embargo, algo no está funcionando en esta relación porque, hasta donde puedo observar, nuestra especie es agresiva o muy agresiva. Lo que más nos falta es mansedumbre, serenidad, paciencia, tolerancia, solidaridad, bondad.

Vayamos a los datos objetivos: la dentadura de los animales carnívoros incluye cuatro piezas (caninos) aptas para desgarrar la carne que servirá de alimento, mientras que los animales herbívoros, no tienen esas piezas.

Usted y yo tenemos caninos y por eso tenemos una dieta que incluye carne.

Es más: somos omnívoros porque comemos cárnicos y vegetales.

Lo que (aparentemente) no está funcionando en estas reflexiones, es que si bien los humanos somos muy agresivos, nuestra organización social ha creado infinidad de procedimientos para limitar, bloquear y hasta anular nuestra agresividad.

Casi todos estamos de acuerdo en que el animal humano es el más peligroso.

En el artículo mencionado al principio digo que hay más pobres que ricos porque hay más seres humanos que se comportan como corderos que seres humanos que se comportan como lobos.

Todo parece indicar que nuestra agresividad natural está reprimida por la cultura.

En otro artículo (2) comentaba que la represión es el mecanismo psicológico por el cual, ciertos deseos son prohibidos, enviados a nuestro inconsciente, desde donde siguen intentando satisfacción.

Para controlar este impulso tan temible,

— nuestras leyes castigan la agresividad,

— algunos ciudadanos evitan comer carne,

— disfrutamos de cierta violencia en el deporte y en el arte,

— integramos al grupo familiar, bajo estrictas condiciones de subordinación, gatos o perros porque simbolizan esa agresividad nuestra que necesitamos exorcizar (conjurar, expulsar, alejar).

(1) La cadena alimentaria de los caníbales urbanos

(2) El terrorismo de Facebook y Twitter

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martes, 8 de febrero de 2011

Me va mal en el mejor país del mundo

Para conservar la felicidad, hace falta ser un poco egoísta y algo embustero... Los infelices opinan lo contrario.

No sé tú, pero yo observo que deseo ser feliz la mayor parte del tiempo —«siempre», debería decir si fuera más sincero—, no me gusta tener preocupaciones, quiero ser muy amado y respetado por todos, pero que no me molesten.

También te confieso que me siento semejante a las demás personas, inclusive me parece que hasta los chinos tienen anhelos similares a los míos.

Por eso, suelo imaginarme qué haría yo en caso de ser otro y saco conclusiones que comparto contigo ahora, por si a tí te ocurre algo igual.

— Si a mí me gustara ser deportista, preferiría ganar todas las veces, que me sacaran en andas después de cada encuentro ganado.

— Si a mí me gustara ser médico, me gustaría ser el mejor, que no se muriera ninguno de mis pacientes, que mi secretaría tuviera una extensa lista de espera de todos los que necesitan mi opinión.

— Si a mí me gustara ser gobernante, querría tener altísimos índices de popularidad y que en cada elección, me reeligieran.

Pero estos delirios oníricos no son tan agudos como para perder totalmente el realismo.

Para lograr estos resultados como gobernante, tendría que lograr la satisfacción de la mayoría de votantes suficiente como para que vuelvan a votarme.

Como en todos los países hispanoparlantes, el grupo mayoritario está compuesto por personas de bajos ingresos económicos y escasa educación, tendría que tratar de que ese grupo mantuviera esas características.

Con mucho cuidado, administraría la nación aumentando los impuestos al principio de cada mandato y creando condiciones maravillosas cuando se aproximen las elecciones.

Intentaría que esa mayoría que me vota fracase como estudiante y se enorgullezca de contar con un sistema educativo tan exigente.

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lunes, 7 de febrero de 2011

Ellas tienen motivos para llorar... y celar

Para las mujeres, separarse de su pareja es más problemático que para los varones.

Lo único que efectivamente indica que hombres y mujeres pertenecemos a la misma especie (humana), es que sólo pueden ser fecundadas por varones. El semen de ninguna otra especie las embaraza (1).

A partir de este único hecho específico, surgen otros de menor valor real, aunque nuestra mente —porque terminó de formarse fuera del útero materno—, hace que los varones hayamos establecido un vínculo especial con nuestra madre e indirectamente con las mujeres.

Por su parte, las niñas también tienen una evolución cerebral similar, pero las consecuencias son diferentes porque ambas (madre e hija), tienen una anatomía similar.

Que la ciencia aún no haya descubierto cómo se generan las producciones afectivas, filosóficas o religiosas, no es suficiente prueba de que surjan de una entidad no material (espíritu, alma), como piensan los idealistas.

Como les decía en (2), el instinto femenino detecta con gran precisión, qué varones poseen el capital genético más adecuado para combinarse con el de ellas y gestar nuevos ejemplares que mejoren la especie.

Aunque nuestra cultura distorsiona los hechos reales, son las mujeres las que eligen al o a los varones que pueden fecundarla.

Por su parte, los elegidos podrán fecundarlas siempre que no estén inhibidos por la represión neurótica (matrimonio, timidez, inmadurez afectiva) o alguna otra característica invalidante (impotencia, homosexualidad, esterilidad).

Es por eso que las mujeres sufren las rupturas afectivas mucho más que los varones, pues para estos casi cualquier mujer pueden atraerlos, pero ellas nunca eligen cualquier varón sino a unos pocos que su instinto les impone.

Los creyentes en el libre albedrío gozan con teorías mucho más románticas que esta.

Los nazis se creían una raza superior. Con una soberbia similar, también podemos creer que somos una especie superior.

(1) Una hipótesis de lo peor

Nadie es mejor que mi perro

Ya sé por qué no me entiendes

Ser varón es más barato

(2) «A éste lo quiero para mí»

«Soy celosa con quien estoy en celo»

«La suerte de la fea...
»
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domingo, 6 de febrero de 2011

Los silencios

Al revés de lo que ocurre en otras familias, en la mía el conversador era mi papá y la silenciosa mi mamá.

Teníamos la costumbre de contar nuestros sueños cuando nos reuníamos para desayunar en la mesa redonda de la cocina.

Las ganas de reportar nuestra vida onírica eran muy intensas.

Mi hermano más chico, lo primero que aprendió a balbucear fueron sueños, que al principio eran una mezcla de los que nos oía y luego fue incorporando los de su propia producción.

Mi hermana tenía sueños increíbles, para mí los mejores, porque en los de ella todos los objetos, animales y personas hablaban, dudaban, temían, discutían.

Los de mi hermano mayor eran siempre malhumorados, complicados, con peleas, gritos, chorros de sangre totalmente inadecuados a la hora de untar nuestras tostadas con mermeladas de ese color.

Con los sueños de mi padre aprendí a leer novelas de aventuras porque eran tan coherentes que parecían escritos por alguien.

Mamá, iba y venía hasta las hornallas, la heladera, abría potes de dulces, tostaba más pan. Ella nos escuchaba y a veces —cosa increíble—, nos ayudaba a recordar nuestros sueños como si también los hubiera tenido.

Mi hermana, no solamente tenía los sueños más fantásticos, sino que dominaba el arte de la narración. Me maravillaban sus silencios.

En el momento justo, nos dejaba a todos como suspendidos en el aire para luego cortar nuestra expectación con algún giro sorprendente que nos hacía sonreír aliviados.

Por la hora que es, ya están por venir los empleados de la empresa fúnebre para llevarse a mamá.

Por última vez estamos juntos y creo que ya nos quedamos sin lágrimas.

Mi hermano mayor me dijo al oído: — ¿Te diste cuenta que mamá nos regalaba lo que más deseábamos porque era la que mejor entendía nuestros sueños?

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sábado, 5 de febrero de 2011

El orgullo de ser humilde

Aceptar el consejo de ser humildes da menos resultado que ser humildes porque egoístamente nos conviene.

La mayoría de los accidentes automovilísticos ocurren por errores humanos.

¿Qué tipo de errores son los más frecuentes?

Me animo a responder que el error es uno sólo: ignorancia, desconocimiento, impericia.

Todos quienes conducimos un vehículo podemos tener un accidente porque todos tenemos algún grado de incompetencia.

Sólo para ser claro, lo que más ignoramos son las leyes de la física, fundamentalmente las leyes de la inercia: un móvil en movimiento procurará conservarlo.

Frenar un vehículo o tomar una curva, son maniobras que implican contrariar la inercia pues el vehículo intentará continuar la marcha o la línea recta, respectivamente.

Algo que también ignoramos es cómo funciona la otra parte del fenómeno «accidentes de tránsito»: nuestro cuerpo.

Tenemos ideas aproximadas sobre nuestra noción de distancia y velocidad de respuesta (reflejos), pero no tenemos una idea exacta permanentemente y de cómo se modifican según ciertas variables (estado emocional, enfermedad, clima).

En suma 1: la mayoría de los accidentes ocurren porque desconocemos aspectos relacionados con las leyes físicas de los móviles y con las leyes psicobiológicas de quienes conducimos.

Claro que no es posible saberlo todo, ni tenemos que ser biólogos, psicólogos y licenciados en física, para manejar un auto o conducir una moto.

Lo único que podemos hacer es (porque la vida es demasiado corta como para estudiar tanto) aceptar el riesgo. O sea, si quiero conducir, acepto humildemente que puedo equivocarme y tener un accidente.

Y de paso, reconocer que vivir en pareja, tener hijos, fundar una empresa, viajar, asociarse, divertirse, cambiar, experimentar y un extenso etcétera, también tiene sus riesgos.

En suma 2: Para vivir con cierta intensidad, no hay más remedio que ser humilde y aceptar los errores, fracasos, ignorancia, riesgo y accidentes.

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viernes, 4 de febrero de 2011

El terrorismo de Facebook y Twitter

Gracias a nuestros “amigos” de las redes sociales, solemos enteramos de cuántas inhibiciones padecemos injustamente.

La represión es el mecanismo de defensa más importante.

Por él experiencias y apetitos que el sujeto aprendió a considerar inaceptables (porque se lo enseñaron mediante distintos métodos de persuasión) no consigue integrarlas adecuadamente en su pensamiento y personalidad.

La eficacia de la represión puede ser tal que el sujeto ignore lo que ha reprimido.

La represión no anula la energía psíquica reprimida. Ésta pugnará por manifestarse en la vida del sujeto:

— en los sueños,
— en los lapsus,
— en los actos fallidos,
— con la aparición de trastornos orgánicos, somatizaciones o cometiendo actos inexplicables.

Habitualmente, los anhelos, aspiraciones, deseos o instintos más reprimidos tienen que ver con la sexualidad y el deseo de poder.

Quienes fuimos educados para que neguemos nuestras aspiraciones homosexuales (presentes en todos), haciéndonos saber que nuestra opiniones no valen, que nuestros gustos son ridículos, terminaremos creyéndolo.

Es posible decir que la represión no sólo nos viene de afuera (padres, educadores, etc.), sino que también existe una responsabilidad nuestra en admitir sumisamente este sojuzgamiento y descalificación.

Nuestro funcionamiento mental, al no poder integrar ciertas ideas, deseos, aspiraciones, ve debilitada fuertemente su eficacia.

Imaginemos que muchas de nuestras ideas, deseos, instintos, están encerradas (reprimidas) en calabozos que no se vinculan entre sí.

Eso nos impide acceder a la productividad mental que lograríamos si nuestras propias ideas pudieran «dialogar» libremente entre ellas.

Algo similar ocurre cuando los ciudadanos tenemos reprimida la comunicación entre nosotros. No podemos producir en equipo, agruparnos, debatir, asociarnos.

Las redes sociales, no solo permiten comunicarnos con otras personas, sino también enterarnos de que algunas ideas, instintos y sentimientos, los teníamos injustamente reprimidos, en tanto ellos (nuestros “amigos”) los aceptan libremente.

Para los regímenes totalitarios, las redes sociales son terroristas.

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jueves, 3 de febrero de 2011

Expulsemos al director técnico

La identificación nos permite vivir en las circunstancias de otros, como si fueran nuestras.

En otro artículo (1) les comento que, por causa de dos defectos mentales propios de nuestro cerebro, llegamos a sentir placer cuando vemos que alguien se erige como quien recibe todos los premios (campeón) ante la mirada envidiosa, frustrada y hasta furibunda de una mayoría que recibe el indeseable título de perdedora.

Aunque surgen piadosos —pero frágiles— alentadores, que intentan aliviar el dolor de los fracasados, tenemos que concluir que el desenlace del campeonato es francamente negativo para ellos visto todo lo que hicieron para evitarlo.

Más aún, cuando quienes alientan (consuelan) son los propios ganadores, no es paranoico suponer que están haciendo un alarde de grandeza francamente falso.

El consuelo recibido del campeón incluye la intensión de incrementar su propio deleite, ostentando no sólo grandeza deportiva sino también moral.

Aunque la euforia del momento empobrece la lucidez como para estar percibiendo estos detalles, saltarán a la vista una vez recobrado el equilibrio emocional.

Otra de nuestras particularidades psíquica es la de buscamos incansablemente aquellos estímulos que nos hagan gozar.

Para lograrlo, no sólo nos confundimos adrede con la lógica de «suma cero» y de la metonimia que comento en el artículo referido (1), sino que también cometemos otro error placentero: la identificación.

El poder vivir con la sensación de que somos el otro (el campeón, el héroe, el protagonista), nos hace decir que «somos campeones» a pesar de que no salimos de nuestro living y nuestra mayor contribución al éxito fue gritar los goles como si eso incitara a los esforzados y lejanos jugadores.

El error mental de «identificarnos» es proveedor de abundantes satisfacciones, aunque también nos causa dolor cuando nos induce a ponemos en el lugar de quienes sufren.

(1) Los ricos son campeones

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miércoles, 2 de febrero de 2011

Los dioses y el sistema inmunológico

La creencia en dioses es un delirio colectivo que nos alivia.

Todos los pueblos, desde el origen de la especie, creen en la existencia de uno o más dioses.

Esta idea forma parte del funcionamiento mental básico.

Si aceptamos suponer que todo es materia y que nuestros pensamientos son segregados por el cerebro (o algún otro órgano), entonces, junto con las otras funcionalidades propias de nuestra anatomía, también imaginamos la existencia de algo o alguien omnipotente que nos ayuda, nos salva, nos proteje (como lo hace el sistema inmunológico)

Me animo a decir que los ateos tenemos esa funcionalidad atrofiada.

Esa creencia que nos surge espontáneamente, es un intento de disminuir nuestra angustia existencial de varias formas.

Es decir, la creencia en un ser superior, alguien que construyó todo lo que vemos, que es capaz de saber, observar y lograr lo que desee, no es más que nuestro propio deseo de tener ese poder.

Los poderes deseados e imaginados, son tan grandes, poderosos y absolutos como la debilidad que nos angustia. Si nos sentimos muy débiles (enfermos, accidentados, ancianos) soñaremos con la existencia de algo suficientemente capaz de salvarnos.

Este anhelo es un pensamiento tranquilizador, es una función mental capaz de distraernos de lo que nos agobia, nos preocupa, nos aterroriza.

Como toda obra creativa, ese dios está hecho a nuestra imagen y semejanza. Inconscientemente, somos nosotros mismos pero inmortales, todopoderosos, y —sobre todo— que nos ama tanto como nos amamos (narcisismo).

Un delirio psicótico es una forma de percibir la realidad que difiere de cómo la ven otros, pero que el delirante igualmente utiliza para organizar su vida en función de ella.

La creencia en dioses tiene una estructura delirante pero no es psicótica porque es compartida por una mayoría de personas.

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martes, 1 de febrero de 2011

El psicoanálisis es un artículo suntuario

El psicoanálisis es impopular porque es demasiado costoso (en angustia, dinero y tiempo).

El psicoanálisis predica (en el borde del desierto), que la mejor calidad de vida se logra diciendo la verdad, pero termina entreverado con los demás (religiones, ideologías, filosofías), que también dicen lo mismo.

Es casi imposible que alguien se presente para sugerir la falsedad, la mentira, el engaño.

La única diferencia (y no soy quién para decirlo porque adhiero al psicoanálisis) es que este arte-científico, orienta la atención a que sus estudiantes y pacientes fortalezcan su psiquis, para poder sostener algo que resulta muy pesado, esto es, aceptar la triste realidad de que somos altamente vulnerables, incoherentes y mortales (por mencionar sólo algunas de nuestras flaquezas).

Las demás ofertas que intentan ayudarnos, apelan a otros recursos:

— las religiones nos acusan de culpables pero nos ofrecen la oportunidad de arrepentirnos, rectificarnos y ganarnos nada menos que el cielo.

— las ideologías políticas, nos dicen que sus adherentes somos los únicos que tenemos la razón y que los adherentes a las demás filosofías, están alevosamente equivocados, piensan distinto en beneficio propio y por lo tanto, estamos moralmente obligados a combatirlos donde sea, en las elecciones, en los debates y —por qué no— apelando a la guerrilla urbana, el sabotaje o la militancia gremial, puesto que el fin supremo (imponer la única verdad) justifica cualquier medio;

— las filosofías, tanto se vuelcan hacia la resignación ante el dolor como a la búsqueda incansable del placer, pero no es su objetivo ofrecernos procedimientos, sino simplemente desarrollar sus posturas desde un punto de vista teórico.

Puestas (como están) en libre competencia (religiones, ideologías, filosofías y psicoanálisis), de más está decir que las religiones son las que ofrecen más por menos mientras que el psicoanálisis es el que ofrece menos por más.

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