jueves, 24 de febrero de 2011

Una buena madre, molesta

Una madre castradora es una buena madre. Las no castradoras crían hijos infantiles, dependientes, inmaduros.

Cuando nos hablan de una madre castradora, suponemos que:

— Es excesivamente severa;
— Restringe injustamente la libertad de su hijo;
— Le anula la personalidad;
— Impide que el pequeño desarrolle su talento, realice su vocación;
— Le reprime los deseos sexuales;
— Lo trata con una moral anticuada, pacata, retraída;
— Recorta y desestimula los deseos de divertirse, de tener aventuras, de satisfacer su curiosidad natural.

Si consultamos el Diccionario de la Real Academia, constatamos que la mayoría usa correctamente la palabra pues una de las definiciones es acomplejar, inducir un sentimiento de inferioridad.

En muchos casos el psicoanálisis está de acuerdo con el sentido común, las creencias populares y hasta los toma como puntos de referencia para sus investigaciones. En este caso no es así: para el psicoanálisis, la madre castradora es una buena madre y la madre que no lo sea, es una irresponsable, transgresora y hasta con algún rasgo patológico que sería digno de mejorar.

Castrar en términos educativos no es más que una metáfora. Ninguna madre anula la capacidad biológica de reproducción de su hijo.

Sin embargo, es una metáfora muy eficiente porque un hijo que no puede ejercer su sexualidad, o que no puede vincularse con personas del sexo opuesto, indirectamente queda inhibido de reproducirse.

Varones y mujeres somos gestados y vivimos los primeros meses después del parto, con la convicción de que formamos una unidad indivisible con nuestra madre.

Pues bien, una madre castradora es en realidad aquella que logra cortar ese cordón umbilical imaginario, para que su hijo pueda desarrollarse plenamente, mientras que las madres no castradoras, siguen fusionadas con su hijo, causándole un grave retardo emocional.

Por eso una madre no castradora tiene una conducta patológica, enfermante, contraproducente para una crianza saludable.

Relato de ficción sobre este tema:

La muerte de Albertito

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12 comentarios:

Alicia dijo...

Como ud plantea, es importante que la madre y el padre sepan ser "castradores". En lo que hay que tener cuidado, porque sí puede ser perjudicial, es en transmitirle inseguridad al niño, hacerle sentir que no puede, o que los peligros son muy grandes, o que sus intentos no merecen valorarse. Es decir, todo aquello que no le permita desarrollar su autoestima y confianza en si mismo.

Ingrid dijo...

Hace alrededor de unos 40 años había una postura más o menos difundida, en cuanto a la educación de los niños, que hacía grandes críticas a la "madre castradora". No sé porque se dirigía especialmente a la madre, ya que esa saludable funición la ha desempeñado con más frecuencia el padre. En ese entonces se planteaba que una madre castradora impedía que se desarrollara la creatividad de su hijo, que le quitaba esa libertad natural a partir de la cual el niño, guiado por sus instintos, eligiría de forma correcta (por ej, su alimentación). Los años han demostrado que esa postura no era beneficiosa, más allá de que podamos coincidir en los fines y en alguna de sus propuestas.
El niño necesita ser introducido en la cultura, en las normas de convivencia, y esa función le compete a las personas que cuidan de él la mayor parte del tiempo. También necesita que saber cuál es la realidad de su situación: quienes deciden todo lo que refiere su vida, mientras es pequeño, son sus padres. Ellos son la autoridad, los que marcan lo que se puede hacer y lo que no, lo que está bien y lo que está mal. Es fácil cuando se trata de enseñar que no se puede tocar la estufa, y un poco más difícil cuando hay que enseñarle que no se puede llevar el juguete del amigo a casa. En esos casos pensamos "no va a entender, cuando esté distraído lo escondo y después yo lo devuelvo". Eso no es educar, si hacemos eso el niño, con toda lógica, seguirá pensando que todo lo que desee puede ser suyo, y así no hacemos mas que retrasar su madurez emocional, con todos los perduicios y sufrimientos que esta inmadurez le traerá en el futuro.
Creo que esa postura pedagógica de los años sesenta, si bien en el discurso ha pasado de moda, en los hechos ahora está más vigente que antes.

Rosana dijo...

Desde el punto de vista psicoanalítico, no es un buen uso de la palabra castrar, darle el significado de acomplejar o inducir un sentimiento de inferioridad.

Anónimo dijo...

No me atreví a casarme porque mi madre siempre me exigió que me hiciese cargo de ella.

Macario dijo...

Las madres transgresoras fueron las que se atrevieron a defender sus derechos como mujeres y como trabajadoras.

Eduardo dijo...

La curiosidad natural hay que estimularla, pero dentro de los límites de lo socialmente aceptable.

Oriente dijo...

Las religiones traen múltiples perjuicios en la educación de los niños, pero por otro lado está el aspecto positivo de que les pone límites, los orienta en cuanto a una serie de valores, a modelos y referentes a seguir.

Susana dijo...

Quizás el excesivo apego de muchos hombres a sus madres, se deba a que estos han sido educados con mayor permisividad que las mujeres.

Irene dijo...

Estoy de acuerdo con Susana y agrego que a veces ese apego entre el hijo varón y su madre, conduce a la homosexualidad. No se trata de que esté abriendo un juicio de valor sobre la homosexualidad, lo menciono porque es una forma sicológica de castración, porque no permite la reproducción.

Nelly dijo...

Para Irene y Susana parece que el afecto entre madre e hijo trae malas consecuencias. Nunca escuché algo tan disparatado.

Irene dijo...

Lo que intento decir, Nelly, es que la falta de discriminación en el vínculo, el pegoteo, es perjudicial. Para que se entienda mejor, me refiero a los casos en que la madre ve al hijo como un apéndice suyo, alguien que no tiene sentimientos ni ideas propias, que no tiene derecho a la libertad y que está obligado a centrar su atención en la madre. Para una madre así, el hijo es su falo, es decir, aquello que la completa, que la convierte en alguien valioso, que la hace ser.
Por supuesto que este funcionamiento no pasa por la conciencia de ninguno de los actores en el vínculo. Ni la madre, ni el hijo visualizan que están cumpliendo roles que los enferman, que los dañan a ambos.

Alma dijo...

Cuando el niño toma conciencia de si mismo, cuando se da cuenta de que sus deseos e intereses son distintos a los de sus padres, comienza a luchar por ellos. Esto ocurre por primera vez alrededor de los dos años. Esa es la etapa de las llamadas "pataletas". Es muy saludable que esto suceda, y ahí es importante que los padres pasen la prueba de fuego, que pongan límites claros y razonables, que no cedan porque les da pena o porque el niño está insoportable. Vale la pena hacer el esfuerzo, de lo contrario en el futuro todo se hará mucho más difícil.