Al revés de lo que ocurre en otras familias, en la mía el conversador era mi papá y la silenciosa mi mamá.
Teníamos la costumbre de contar nuestros sueños cuando nos reuníamos para desayunar en la mesa redonda de la cocina.
Las ganas de reportar nuestra vida onírica eran muy intensas.
Mi hermano más chico, lo primero que aprendió a balbucear fueron sueños, que al principio eran una mezcla de los que nos oía y luego fue incorporando los de su propia producción.
Mi hermana tenía sueños increíbles, para mí los mejores, porque en los de ella todos los objetos, animales y personas hablaban, dudaban, temían, discutían.
Los de mi hermano mayor eran siempre malhumorados, complicados, con peleas, gritos, chorros de sangre totalmente inadecuados a la hora de untar nuestras tostadas con mermeladas de ese color.
Con los sueños de mi padre aprendí a leer novelas de aventuras porque eran tan coherentes que parecían escritos por alguien.
Mamá, iba y venía hasta las hornallas, la heladera, abría potes de dulces, tostaba más pan. Ella nos escuchaba y a veces —cosa increíble—, nos ayudaba a recordar nuestros sueños como si también los hubiera tenido.
Mi hermana, no solamente tenía los sueños más fantásticos, sino que dominaba el arte de la narración. Me maravillaban sus silencios.
En el momento justo, nos dejaba a todos como suspendidos en el aire para luego cortar nuestra expectación con algún giro sorprendente que nos hacía sonreír aliviados.
Por la hora que es, ya están por venir los empleados de la empresa fúnebre para llevarse a mamá.
Por última vez estamos juntos y creo que ya nos quedamos sin lágrimas.
Mi hermano mayor me dijo al oído: — ¿Te diste cuenta que mamá nos regalaba lo que más deseábamos porque era la que mejor entendía nuestros sueños?
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13 comentarios:
Me gustó muchísimo el cuento, Doc.
Le dejé a Dick el último reporte a las 17:45. Siendo los 22hs 30', la situación permanece incambiada. Un inmenso colectivo sueña lo mismo cada semana. Debemos intervenir Tracy. Todos se han puesto de acuerdo. Las redes sociales explotan.
Que mi madre se metiera en mis sueños sería la gota que colmaría el vaso.
Mi primo siempre sueña que corre a casa y me cuenta sus sueños, tal como está ocurriendo ahora.
Pude conocer alguno de los sueños de mi papá, cuando él ya no controlaba lo que decía. Vivió toda su vida como un hombre sin derecho a los sueños.
Las mesas redondas permiten que los sueños circulen sin cortarse.
No recuerdo los sueños porque me he puesto muy conservadora. Jamás permitiría que ellos derribaran mi castillo de naipes.
Creo que uno de los sueños del hermano más chico era así: compré un auto rojo (fragmento del papá) y me interné en la selva para pelear con los aborígenes(fragmento del hmno. mayor). Sin embargo ellos fueron muy amables y me regalaron artesanías (fragmento de la mamá) hasta que notaron, por una mancha que yo tenía en la espalda, que yo pertenecía a una tribu enemiga. Me persiguieron durante meses pero ... finalmente me perdonaron porque la hija del jefe me solicitaba como esposo (fragmento de la hermana).
Mamá nunca perdió esa maldita costumbre de soñar junto conmigo, como cuando yo estaba en el útero.
Mamá conoce de veras mis sueños, por eso permanece callada, aún cuando tiene la certeza de que me estoy equivocando.
Mis dos abuelas eran muy distintas. Cuando le hacía un regalo a Beba, ella se sonrojaba y con la mirada baja balbuceaba "no te hubieses molestado". Carmela era diferente, unos cuantos días antes de su cumpleaños me advertía: ni se te ocurra regalarme nada, no me pongas en compromisos!
El que realmente me debe el mejor de los regalos es mi psicoanalista... pero creo que él no opina lo mismo.
De un tiempo a esta parte trabajo para que mis baches adquieran la apariencia brillante del suspenso.
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