El desconocimiento de los contenidos del inconsciente nos asegura ser individuos únicos, coherentes y cuerdos, para poder integrarnos a la sociedad.
Nuestra computadora puede pertenecer o no a una red de computadoras. Si está conectada a Internet, lo está a la red más grande. También puede estarlo si está conectada a una red de computadoras más restringida (dentro del hogar, de una oficina, entre universidades).
Los sistemas operativos de las computadoras (Windows, Linux, Mac) tienen funcionalidades especialmente diseñadas para esa conexión a redes.
Una de esas funcionalidades es la de compartir contenidos del disco duro (carpetas, archivos, programas).
En otras palabras, realizando la configuración correcta, otros usuarios (conocidos por mí o no) pueden acceder a los contenidos de mi máquina que yo haya autorizado expresamente. Lo que no haya determinado como contenidos compartibles, queda accesible sólo para mí.
Existe un texto del autor uruguayo José E. Rodó (1) conocido como Parábola del rey hospitalario, donde el escritor narra, con su característico estilo algo poético, el permiso casi irrestricto que ese rey le concedía a su pueblo para deambular por el palacio, aunque se reservaba una habitación a la que sólo él podía entrar y que permaneció cerrada aún después de su muerte.
El psicoanálisis opina que la naturaleza ha hecho algo similar con nuestra psiquis, aunque de manera más radical.
La conciencia contiene todo lo que conocemos, percibimos, recordamos, pensamos, razonamos, sentimos, mientras que el inconsciente es algo a lo que no podemos acceder de ninguna manera (ni nosotros ni nadie).
El inconsciente, esa zona reservada (similar a los contenidos informáticos no compartidos o a la habitación reservada del «rey hospitalario»), es necesaria para nuestra estabilidad psíquica.
El desconocimiento de sus contenidos nos permite tener una identidad propia. Somos individuos únicos, coherentes y cuerdos porque ni nosotros sabemos qué nos gobierna.
(1) Parábola del rey hospitalario
Ariel (libro completo que contiene la Parábola del rey hospitalario)
(Este es el Artículo Nº 1.528)
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