jueves, 15 de marzo de 2012

La necesidad del doble discurso

Un doble discurso nace por necesidad y no por malevolencia. Tenemos necesidad objetiva de ser incoherentes.

En general llamamos doble discursos a la flagrante oposición que pueda existir entre los dichos de un día y los dichos del día siguiente.

Una de las incoherencias más necesarias (y por lo tanto más populares) es la que hay entre lo que se pregona y lo que se hace.

Recordemos que todo discurso, al ser expresado con palabras, puede generar más de una interpretación. La ambigüedad suele hacer pensar, injustamente, en un doble discurso.

Alguien puede defender acaloradamente una libertad irrestricta pero en su vida privada imponerle reglas muy severas a quienes conviven con él y hasta buscar (inconscientemente) situaciones en las cuales sus propias libertades se vean recortadas.

Quizá sea bueno tener en cuenta estos hechos inevitables, es decir, que necesitamos tener un doble discurso, que necesitamos ser incoherentes y que la libertad es buena pero «hasta por ahí no más».

Cuando tenemos plena libertad nos convertimos en responsables absolutos de nuestros actos, mientras que si estamos supeditados a los límites que nos impone un régimen autoritario, podemos sentir el alivio de que lo que salga mal es culpa del régimen y no propia.

Sin ir más lejos, alguien puede defender sinceramente una democracia plena pero sabotearla haciendo reclamos con métodos tan agresivos que terminen derrocándola.

Por otro lado, nuestra cultura incluye como méritos personales la responsabilidad. Muy bien, aceptemos que sería bueno que las personas seamos todas muy responsables pero de ahí a suponer que lo somos por naturaleza, es un error.

Como es de «buen ciudadano» ser responsable, tenemos que decir y hasta pensar que lo somos, pero esto no es así, por eso no tenemos más remedio que tener un doble discurso. Por necesidad y no por malevolencia.

(Este es el Artículo Nº 1.512)

●●●

12 comentarios:

Ingrid dijo...

Las incoherencias nos resultan necesarias para definirnos como individuos que ocupan determinados roles y resultan confiables. Hay aspectos propios que no vemos y que nos ocultamos a nosotros mismos, para no quebrar esa identidad que nos forjamos, ante nosotros mismos y los demás.

Eduardo dijo...

En general es bastante fácil acomodar los pensamientos para estar conforme con uno mismo. Casi todos lo hacemos, en mayor o menor medida, y de manera automática.

Álvaro dijo...

Creo que Eduardo se equivoca. Lo que yo veo es que nadie está conforme consigo mismo. Todos nos damos cuenta de que somos incoherentes y que existe una gran distancia entre lo que queremos y lo que somos o hacemos.

Enrique dijo...

Siempre me pregunto a qué le llamamos malignidad. ¿A hacer daño ex profeso? Para eso hay que ser sádico, o sea formar parte de un grupo muy minoritario.

Natalia dijo...

Todos tenemos un poquito de sádicos, así como tenemos un poquito de perversos, de obsesivos, de histéricos, etc.

Morgana dijo...

Los sicólogos siempre te proponen lo mismo: hacé lo que puedas y desculpabilizate.

Silvana dijo...

Me parece que en este artículo la propuesta va por el lado de ser más autocríticos y menos jueces.

Irene dijo...

El doble discurso también se vincula a los cambios de humor. Cuando estamos contentos pensamos y decimos cosas muy distintas a las que manifestamos cuando estamos tristes.

Ernesto dijo...

Por lo general, cuando se defiende una democracia plena, lo que se sabotea no es justamente, una democracia en toda su plenitud.

Marcia dijo...

No entiendo de qué hablan cuando se refieren a la libertad y a tener responsabilidad sobre los propios actos. Al final ¿eso existe o no existe?!!!

Florencia dijo...

La ambigüedad del lenguaje me desespera. Nunca sé qué van a interpretar de lo que digo. Tiene que haber muy buena onda entre las personas - además de conocimiento mutuo- para que interpreten bien lo que decís.

Rubén dijo...

Una incoherencia en la que caemos habitualmente es suponer que todo es culpa de los demás o de las situaciones en las que estamos. En ese caso deberíamos pensar que para los otros, entonces, nosotros somos culpables de quién sabe cuantas cosas, y eso no lo aceptamos.