Nuestra forma de tratar a los demás depende de cómo juzgamos el trato que recibimos.
Intentaré describir algo que todos conocemos de una u otra manera.
En síntesis, procuraré encontrarle los motivos psicológicos que encierra la sabiduría popular cuando expresa:
— «El que a hierro mata, a hierro muere»; y
— «Nadie es profeta en su tierra».
Como no podría ser de otra forma, cada uno se toma a sí mismo como referencia, es decir, actuamos considerando que el otro es igual a nosotros.
Por ejemplo, es normal que se oculten las malas noticias alegando no exponer al otro a un infarto, porque preferiríamos no estar enterados de nada que perjudique nuestros afectos, en tanto los afectos y el sistema circulatorio están íntimamente vinculados simbólicamente («Esa noticia me partió el corazón»).
Esa misma persona, enfrentada a otra distinta, tratará de darle los datos más espeluznantes sobre una tragedia, adoptando la mayor naturalidad posible, para demostrarle con cuánta entereza soporta los aspectos más sensibles de la realidad y, tratando dentro de lo posible, de que su interlocutor sí tenga un infarto, ponga cara de asco y salga corriendo, asustado de tan insólita valentía.
Otro ejemplo: vamos a una exposición de libros y nos encontramos con autores nacionales y extranjeros que, por única vez en el año «dan la cara» a los insoportables lectores, ... «Pero, bueno, ¡qué le vamos a hacer! Son imposiciones de la editorial».
Si tenemos a dos autores para felicitar, gratificaremos al extranjero pues no lo veremos nunca más e ignoraremos despiadadamente al compatriota que podríamos volver a encontrar, porque nos ocurre que cuando alguien nos felicita sentimos verdadero desprecio considerándolo un indignante adulón, sentimiento que no nos importa despertar en el que no volveremos a ver pero sí en quien podría ser «un profeta en nuestra tierra».
(Este es el Artículo Nº 1.517)
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12 comentarios:
Y el trato que recibimos lo juzgamos de acuerdo a lo que nos pasa. Por ej, si nos pasa que andamos perseguidos, el trato de los demás nos resultará persecutorio.
Por mí pueden felicitarme todo lo que quieran.
Creo que más que evitar la adulonería, lo que nos pasa es que somos muy envidiosos.
(o lo seré yo y por eso lo veo así)
Supongo que a todos nos gusta provocar emociones en el otro cuando hablamos. De pronto es por eso que somos truculentos.
Cuando dicen ¨el que a hierro mata, a hierro muere¨, yo lo entiendo como que cada cual va a recibir su merecido. Nos gusta creer en la justicia porque nos sentimos más seguros. Otra de las trampitas al solitario que nos hacemos.
Las mujeres tratamos mal a los hombres porque nos sentimos maltratadas. ¿Quién rompe el círculo vicioso?
Los uruguayos, si tenemos a dos autores para felicitar, no felicitamos a ninguno: criticamos a los dos.
Creo que los orientales ya estamos perdiendo algunas uruguayeses. Estamos bastante cholulos. Si tenemos dos autores para felicitar, lo que hacemos es pedirles el autógrafo.
Yo soy sincera con quienes me permiten serlo.
Si el que te felicita es un profeta, vos te sentís como el elegido.
Siempre me quedan dudas cuando me pongo a analizar cómo fui tratada. Estoy segura de lo que siento, pero después todo lo demás son impresiones.
El problema de cómo tratar a los demás, se presenta cuando uno es intratable.
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