domingo, 4 de marzo de 2012

Padre también hay uno solo

A los 28 años ya estaba un poco aburrido de todo porque nunca me había faltado nada.

El negocio de mi padre caminaba, había viajado, había tenido sexo con mujeres muy bonitas y de todas las razas, tenía un hijo que vivía con su madre.

Entre copas conocí a un hombre muy agradable pero que empezó haciendo lo que nunca pude soportar: me habló como si me conociera de toda la vida.

No recuerdo de qué hablamos, pero quedamos de reunirnos a la siguiente noche en el mismo lugar.

Ahí apareció, muy bien vestido con ropa que sería extravagante en cualquiera menos en él.

La amistad fue creciendo a mayor ritmo del que yo había conocido antes. Era notoriamente un seductor y sabía bastante de mí, lo cual no me llamaba la atención en una ciudad de apenas dos millones de habitantes.

A la cuarta reunión me planteó sinceramente que había propiciado esos encuentros que habían comenzado como por casualidad y me propuso un negocio, rentable pero muy peligroso.

También se trataba de compra-venta como el negocio de mi padre, pero de una mercadería de comercialización prohibida.

Alguien que estaba dentro de mí aceptó la propuesta. No puedo decir que fui yo porque estuve a punto de arrepentirme.

La operación se hizo con total éxito y mi padre se sintió orgulloso de su hijo menor aunque nunca estuvo de acuerdo con las ganancias rápidas.

No me sorprendí para nada cuando al tiempo me llevaron a la cárcel, me enjuiciaron rápidamente y apenas me molestaron porque el estudio de abogados que contraté se encargó de todo.

Lo cierto es que terminé en la cárcel por contrabandista y una vez ahí empecé a no confirmar mis abundantes fantasías juveniles sobre qué era estar en la cárcel.

Me trataron muy bien, mis dos compañeros de celda ni me insinuaron lo que yo pensé que sería inevitable y después de unos meses me llevaron a hablar con el comisario.

El imponente señor desplegó una sonrisa como el telón de un teatro, me estrechó efusivamente su mano cálida, blanda, suavísima y me dio la gran noticia: estaba libre por buena conducta.

Cuando volví a mi casa sin pena ni gloria, esperé que mi padre se fuera y le pregunté a mi madre:

— ¿El comisario Barrientos, te conoce?, pero no me respondió. Fui casi corriendo a mi dormitorio, encendí todas las luces, me miré en el espejo, hice algunos gestos, sentí un escalofrío y volví casi furioso:

— ¡MAMÁ! ¿Soy el hijo de papá o no?—, y tampoco me respondió.


(Este es el Artículo Nº 1.501)

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12 comentarios:

Clarisa dijo...

Ese joven sí que tuvo suerte!

Rulo dijo...

Estas cosas no sucederían si la Marihuana Light fuera de venta libre.
(aunque yo compraría la marihuana hard)

Anónimo dijo...

Yo me aburrí de que siempre me faltara todo.
Ese también es un camino hacia el delito.

Luis dijo...

Dada la posible relación de la madre con el comisario Barrientos, podemos aventurar que el padre del jóven tampoco andaba en negocios limpios...

Marcos dijo...

Volver a casa todas las noches, sin pena ni gloria, es una forma de muerte lenta y desventajosa.

Estela dijo...

Ya lo ve: era rico, jóven, tenía sexo con muchas mujeres bonitas, y a pesar de todo... estaba aburrido.

Magdalena dijo...

Hay preguntas que una madre siempre debería contestar; más ahora que existen los análisis de ADN.

Efraín dijo...

El negocio del padre caminaba, pero el muchacho ansioso aceptó un negocio que volaba.

Morgana dijo...

Un señor imponente con una mano blanda y suavísima me da hermafrodita.

Lautaro dijo...

Que se pareciera al Comisario Barrientos no tiene nada que ver. Yo me parezco a Brad Pitt y no tengo con él ningún parentezco.

Nolo dijo...

Lo difícil con las ganancias rápidas es ocultarlas rápidamente.

Lola dijo...

La que está adentro de mí acepta todas las propuestas; yo soy mucho más recatada e indecisa.