martes, 31 de agosto de 2010

Devuélvele eso para que me lo preste

De quien les hablaré, no hay referencias en Wikipedia, pero tengo datos fidedignos de que conoció a Napoleón Bonaparte (1769-1821).

Este tampoco es un dato muy interesante, si consideramos que Napoleón fue un militar francés, que hizo lo que Adolf Hitler no pudo: conquistó por las armas a casi toda Europa. Más aún: la gobernó durante casi una década.

Digo que no es un dato interesante porque un militar con ese perfil, es conocido por mucha gente. Lo que quise decir es que mi ignoto personaje fue conocido por Napoleón. Creo inclusive que sabía cómo se llamaba, cosa que yo ahora no recuerdo.

Este célebre señor NN, era muy generoso y disciplinado. Gustaba ayudar financieramente a los artistas, pero era muy riguroso en la devolución de los préstamos que hacía.

Sabido es que, en su afán de enaltecer el espíritu de la humanidad, los artistas suelen ser descuidados con todo lo que no sea espíritu, aunque de comer se trate.

NN, accedía con facilidad a la concesión de sus ayudas económicas y había creado una red (con muchos menos integrantes que Facebook), para asegurar la supervivencia del solidario emprendimiento.

Efectivamente, enviaba al solicitante a que se contactara con algún deudor moroso, para que gestionara el cobro y, de paso, tomara para sí (en calidad de préstamo), lo que pudiera cobrarle.

Nuestro banquero anónimo, alentaba con entusiasmo a los que pedían ayuda, para que exigieran con rigor a quienes habían excedido el plazo de devolución.

De esa forma, de ellos dependía que resolvieran la angustia económica; el deudor moroso se veía presionado por alguien tan apremiado como él por la escasez económica y el banquero, se lavaba las manos en ese rol tan antipático como es, cometer la insolencia de exigir una devolución a quienes no comprenden qué significa «prestar».

Nota: la imagen, es un autorretrato del pintor inglés Robert Oscar Lenkiewicz (1941–2002).

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lunes, 30 de agosto de 2010

Los muertos son envidiosos y vengativos

La mayoría de nosotros cree en lo que llamamos dualismo cartesiano, esto es, que los seres humanos estamos conformados por una parte física y tangible (el cuerpo) y otra inmaterial e intangible (el espíritu).

Esta idea está en franco declive ante otra visión según la cual, somos sólo materia aunque nuestros cinco sentidos no han podido encontrar el soporte anatómico de la creatividad, las ideas religiosas, el sentido del humor y otras características de nuestra especie.

Suponemos que esas funciones se generan en el cerebro, por la acción de neuronas, hormonas, neurotrasmisores, pero no se descarta que se originen en otros órganos como podrían ser el hígado, en algún ganglio linfático o el sistema óseo.

La envidia y la sed de venganza, son reacciones afectivas propias de nuestra especie.

Suponemos además (con gran convicción), que los demás piensan, sienten y reaccionan igual que nosotros.

O sea, lo que creemos que somos, es una referencia privilegiada para evaluar, comprender y juzgar a los demás.

¿Cuántos de nosotros nos animaríamos a pasear por un cementerio en la oscuridad de la noche?

¡Conmigo no cuenten! Aún siento escalofríos cuando miro el excelente video-clip de Michael Jackson, titulado Thriller (Imagen).

El miedo (horror) a los muertos, tiene su origen en nuestra envidia y deseos de venganza.

Los muertos son una verdadera amenaza para los que seguimos vivos porque ellos —seguramente—, están furiosos porque perdieron la vida que nosotros conservamos.

Nos ponemos en su lugar y sabemos que atacaríamos a cualquiera que poseyera lo que ellos han perdido.

El miedo a los muertos, no es otra cosa que nuestra propia envidia e intención vengativa, que sentimos cuando otros disfrutan de algo que necesitamos, deseamos y no poseemos.

¡Qué tontos son quienes se hacen los inteligentes diciendo que «el cementerio es el lugar más seguro»!

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domingo, 29 de agosto de 2010

Piel con fragancia a madera

Hoy hace exactamente tres mil trescientos doce días que no tengo sexo con nadie, excepto conmigo misma.

Mi amiga siempre me insiste en que todavía soy joven. Quiere presentarme hombres que sólo le gustan a ella (intelectuales, casados, aburridos de la vida).

Casi todos tienen alguna foto en Facebook con expresión de presidiarios felices.

Pero mi amiga se divierte con ellos y sus chistes desabridos.

Para ella todo es cuantitativo: fue a bailar tantas ocasiones con Fulano; Mengano eyaculó dentro de ella equis veces; Zutano le hizo conocer los mejores restoranes.

Sin embargo, se me ha metido en la cabeza que estos casi diez años sin ser tocada por un hombre, son un mal presagio.

Temo que si no interrumpo esta abstinencia antes de que se cumplan los tres mil seiscientos cincuenta días, nunca más tendré sexo con alguien.

Esta mañana se me instaló una idea que me gobierna. Supongo que así son las «ideas fijas».

Como está por comenzar el invierno, hice lo que todos los años: comprar varias toneladas de leña al proveedor que ya sabe dónde y cómo almacenarla.

La tarea la hizo un señor un poco menor que yo.

Cuando lo hice pasar a la antesala para pagarle, sentí el olor de su cuerpo y tuve la idea.

No sé cómo voy a hacer, pero vendrá por mi casa el 23 de abril, le pagaré una suma de dinero imposible de rechazar, subirá y bajará la escalera que va al primer piso cargando algún objeto pesado y cuando haya alcanzado el olor que necesito, lo desnudaré donde guardó la leña y le besaré el cuerpo hasta que su aspereza haga sangrar mis labios.

Para mí eso será una relación sexual y fiesta de cumpleaños.

Estoy segura de que recordaré esos estímulos como para seguir masturbándome, al menos otros diez años más.

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sábado, 28 de agosto de 2010

La ley que se puede evadir, deja de molestar

«Hecha la ley, hecha la trampa» expresa un aforismo muy pragmático, realista y —para algunos—, un poco escéptico.

La creencia en Dios aporta una cantidad de soluciones que, en definitiva, no dejan de ser trampas a leyes antipáticas.

Llegar a la edad adulta y perder la protección de nuestro padre biológico, es una ley molesta para la cual es posible crear la ilusión de que existe otro padre, del cual nunca perdemos su protección (Dios).

Que algún día dejemos de existir, entra en penoso conflicto con el instinto de conservación, el que nos obliga a defender nuestra vida desesperadamente.

Pero a esta ley natural, le hacemos trampa evadiéndola con la convicción de que en realidad, nunca morimos sino que tenemos un alma que migra, viaja de generación en generación y que lo único que ocurre es que nos mudamos de cuerpo como de vivienda.

Más aún, por no querer aceptar que vivir implica soportar molestias y frustraciones, nos convencemos de que ellas no son otra cosa que el pago de una deuda, generada por alguien ajeno, un antepasado y que es nuestra hidalguía, bondad y apego a la moral, lo que nos lleva a padecer (pagar) aquella deuda, con enfermedades, accidentes y sufrimientos.

Para que este emprendimiento evasor funcione mejor, un grupo de voluntarios instituyen organizaciones encargadas de administrar el no reconocimiento de que somos seres vivos como cualquier otro, sin cualidades, méritos ni privilegios especiales.

Finalmente, algo muy irritante y que también puede ser evadido haciendo uso de estas instituciones (religiones), es una ley cultural, particularmente frustrante. Me refiero a la arbitraria prohibición del incesto.

Las instituciones religiosas aseguran que sus fieles forman una gran familia, que todos son hermanos entre sí y —para evadir la prohibición del incesto— estimulan el casamiento entre ellos.

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viernes, 27 de agosto de 2010

La hipocresía nos vuelve serios y maduros

Los seres humanos somos ambivalentes, falsos y muy dependientes del amor.

Esto, significa en los hechos, que tanto idealizamos como criticamos sin piedad a la misma persona, lo cual no estaría del todo mal (porque todos tenemos virtudes y defectos), si no fuera porque sólo enunciamos el aspecto que nos conviene, es decir, cuando nos conviene hablar de las virtudes, lo hacemos ocultando deliberadamente los defectos, y viceversa.

Este procedimiento obedece fundamentalmente a que siempre estamos procurando la aprobación de nuestro interlocutor, no nos cansamos de seducir para lograr que los demás tengan la mejor opinión de nosotros, y especialmente, para inspirar amor ... aunque para lograrlo disimulemos, nos maquillemos, digamos falsedades de nosotros mismos.

Los niños son universalmente amados. Si alguien dice que no los soporta, muy probablemente lo diga para hacerse el gracioso, para presentarse con una actitud transgresora, exageradamente condenable para ser verdadera.

Sin embargo, es cierto, muchas personas no soportan a los niños porque poseen ciertas particularidades difíciles de disfrutar, excepto que sea «carne de nuestra carne» o «sangre de nuestra sangre» (hijo, sobrino, nieto).

Los niños son irresponsables, haraganes, lentos, torpes, ignorantes, gritones, destrozones, crueles, egoístas, abusadores, incapaces de colaborar eficientemente, que sólo producen gastos, que se enferman muy a menudo, y otras particularidades igualmente problemáticas.

Sin embargo, hay que amarlos, quererlos, admirarlos, cuidarlos, hacerles regalos, justificarlos, tener paciencia con ellos, llevarlos a pasear.

Estos maravillosos semejantes, que poseen el poder de contar con la casi unánime protección de la sociedad, juegan. Siempre juegan. No paran de inventar diversiones.

Porque tenemos prohibido exhibir nuestros verdaderos sentimientos hacia ellos, es que los adultos quedamos inhibidos de conservar los rasgos más valiosos de nuestra infancia, tales como son la creatividad, la ingenuidad, la capacidad de sorprendernos y jugar, ¡no parar de jugar!

Artículos vinculados:

Gana quien hace más gole$

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jueves, 26 de agosto de 2010

Ese que actúa como si fuera yo

Ocho años después de ganar el Premio Nobel de Literatura de 1969, el irlandés Samuel Beckett (1906-1989) (imagen), escribió:

«He renunciado antes de nacer, no es posible otra cosa, hacía falta sin embargo que eso naciera, fue él, yo estaba adentro, es así como lo veo, fue él quien gritó, quien vio la luz del día, yo no he gritado, no he visto la luz del día, es imposible que tenga una voz, es imposible que tenga pensamientos, y hablo y pienso, hago lo imposible, no es posible otra cosa, es él quien ha vivido, yo no he vivido, él ha vivido mal, a causa de mí, se va a matar, a causa de mí, voy a narrar eso, voy a narrar su muerte, el fin de su vida y su muerte, a medida que suceda, en presente, su muerte sola no sería suficiente, no me bastaría, si tiene estertores es él quien los tendrá, yo no tendré estertores, es él quien morirá, yo no moriré». (1)

En este extenso párrafo, el autor narra el desdoblamiento que sienten muchas personas. Describe cómo es posible observarse, como si fuéramos dos individuos.

Comienza diciendo que fue «un otro yo, quien nació, lloró, vive, sufre y que terminará muriendo, mientras yo mismo sólo me didico a mirar esas alternativas como si estuviera en una platea y mi ‘otro yo’ fuera un actor».

Estas son las sensaciones que tienen quienes —defensivamente— pueden acceder a este desdoblamiento imaginario.

El autor termina el párrafo, con el motivo de este artículo: quienes piensan y sienten de esta forma, suponen ser ese alma inmortal, que pasa de cuerpo en cuerpo, perfeccionándose, pero no sufriendo nada porque en cada reencarnación, sólo son espectadores de cómo vive ese pobre personaje mortal.


(1) Pour finir encore, et autres foirades, escrito en 1976. Su obra más conocida se titula Esperando a Godot.

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miércoles, 25 de agosto de 2010

El gremio de los desobedientes

Toda responsabilidad ciudadana constituye una imposición desagradable cuando debemos cumplirla.

— ¿Por qué buscar un recipiente adecuado para tirar el papel que cubría la barra de chocolate?

— Si me levanté un poquito tarde ¿por qué está mal cruzar con la luz roja, aunque sea sólo hoy?

— El árbol que está en la vereda, le quita visibilidad a mi ventana del primer piso ¿a quién perjudico si yo mismo corto esas ramas que sobran?

Las necesidades, deseos, conveniencias y preferencias, suelen estar limitados por minuciosas normas, que nos restringen, sobre todo cuando los demás nos las recuerdan irritados al descubrir nuestras transgresiones.

Entramos en la edad adulta (en la mayoría de los países, a los 18 años de edad), con una cantidad enorme de obligaciones y responsabilidades, sobriamente condimentadas por algunos derechos.

Un coro de inspectores voluntarios nos señala cuando hacemos algo indebido, pero disimuladamente se alegran por nuestra inconducta.

Quienes nunca cometen transgresiones, son personas particularmente exigentes, porque predican con el ejemplo y eso es realmente muy molesto para una mayoría que, de vez en cuando, no tiene más remedio que saltearse alguna obligación.

Quienes andan por la vida cumpliendo desganadamente las normas de convivencia, atraen sobre sí la sospecha de cualquier delito que no haya sido confesado por su verdadero autor.

Es muy útil para todos encontrar al culpable de un crimen indignante, sin importar mucho la veracidad de la acusación.

Los ciudadanos irresponsables ocupan en la sociedad un rol similar al que desempeñan los comodines en los juegos de cartas.

Los transgresores, evasores, marginales, locos, revolucionarios, desconformes, cuestionadores, cumplen muchas funciones indeseadas por todos, como por ejemplo, ser acusados injustamente.

En suma: el gremio de los ciudadanos famosos por incumplir las normas, se dedica a la carga, conservación y transporte de culpas, delitos, condenas, mala fama, etc..

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martes, 24 de agosto de 2010

«¿Por qué todos me pegan?»

Usted puede pertenecer a ese grupo de personas que no posee todo lo que se merece, sino que, por el contrario, pesa sobre usted una especie de destino, de extraño designio, o misteriosa condena, que lo mantiene aferrado al lugar o situación, en los que no quiere estar.

Las causas pueden ser muy variadas y encontrar cuáles son, no es tarea fácil.

Para este tipo de situaciones, un intento de solución (como hace la medicina, que comienza a probar medicamentos y dosis, hasta que acierta ... o no), consiste en lo siguiente:

1º) Aceptar la hipótesis de que existe una o más causas que determinan la existencia de esa situación desagradable, a la que tarde o temprano volvemos como si una fuerza sobrenatural se hubiera empecinado en complicarnos la vida;

2º) Aceptar la hipótesis de que esas causas pueden ser modificadas, con el esfuerzo adecuado, con las técnicas correctas y tomándonos el tiempo que haga falta;

Una causa muy frecuente en este tipo de personas afectadas por este tipo de problemas misteriosos, insistentes e interminables, es la existencia de alguna característica personal predisponente a la desventura.

Los niños juegan a ponerle a otro un cartelito adherido a la espalda que dice «pégame» y quienes conocen el juego, pasan a su lado y todos hacen exactamente lo mismo: le golpean un hombro, le dan un puntapié, le pegan con la mano abierta, y el niño —objeto de diversión ajena—, no logra entender por qué todos hacen lo mismo y se ríen.

Le propongo que con toda la paciencia, esfuerzo y esmero posibles, encuentre la palabra o la frase que lo caracteriza.

Por ejemplo: «hago reír cuando me enojo», «repito la historia de mi padre», «gozo quejándome», «todos me miman cuando me va mal», etc.

Cuando la encuentre, todo cambiará.

Nota: la imagen pertenece al personaje de Los Simpsons, Nelson Muntz, niño-matón de la escuela de Springfielfd.

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lunes, 23 de agosto de 2010

Las esposas necesitan esposas

Jacques Lacan (1901-1981) fue un psiquíatra, filósofo y psicoanalista francés, demasiado inteligente para entenderlo sin dedicarle años a leer y releer lo que escribió y sin dialogar miles de horas con quienes padecen-disfrutan de una misma pasión: entender al ser humano (empezando por mí).

No solamente propuso valiosas ideas alejadas del sentido común, sino que dijo cosas que casi nadie quiere saber.

Estaremos de acuerdo con usted en que no hay peor sordo que el que no quiere oír, y que —por analogía— no hay peor entendedor que el que no quiere entender.

Es difícil digerir el concepto según el cual, el enamoramiento es siempre patológico y que en realidad, no sabemos bien a quien amamos.

Nuestro inconsciente es un escondite de deseos inconfesables, impresentables, socialmente rechazados por peligrosos.

Esencialmente no estamos de acuerdo con la propiedad privada, así que, en el fondo (léase: en el inconsciente), somos todos ladrones, reales o potenciales.

Una autodefinición que contemplara esta cualidad humana, diría: «Soy un hombre honesto ... por ahora».

Como realmente no tenemos una noción de lo que es la muerte, podemos entender que se murió nuestro perrito que tantos años nos hizo compañía, pero en realidad él sigue estando en nuestro recuerdo, mirándonos, acomodándose para recibir nuestras caricias, o saltando cuando llegamos de trabajar.

Más aún, como entendemos pero a su vez, no entendemos la muerte, queremos matar a quien nos rayó la pintura del auto recién lavado.

Este ajusticiamiento extremo y desproporcionado, se justifica porque el vándalo dejaría de rayarnos el auto, pero en realidad seguiría viviendo para quienes lo amaban tanto como yo quería (¿o quiero?) a mi perrito.

Si somos esencialmente delincuentes pero un delgado hilo de coser nos tiene maniatados para no delinquir, ¿qué podemos saber de esa persona que comparte nuestra cama?

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domingo, 22 de agosto de 2010

Demasiadas coincidencias

Había tomado el 60 como todos estos últimos tiempos, desde que, en un acto de humillante condescendencia, «el viejo» me había ofrecido el puesto de limpiador, a las órdenes del encargado de vigilancia, para no dejarme sin trabajo como le insistían sus hijos.

Las tareas que desempeñaba antes, no eran gran cosa, pero al menos tenía otro horario, otra vestimenta, otro estatus, estaban más de acuerdo con mi primer año de Facultad.

El ómnibus venía bastante vacío a esa hora y yo tratando de dormir un poquito, «a cuenta de mayor cantidad», hasta que la mala suerte quiso que subiera un drogadicto, recién jeringueado (1), con una energía insoportable, melenudo, pura sonrisa alcaloide, vendiendo no sé qué mierda como si fuera oro en polvo «al increíble precio de ...».

Nunca falta algún bondadoso que le compre —«para ayudarlo, ¡pobre!»— y lo único que logra es que, además de pagar para viajar, tengamos que mantener a gente que vive molestando.

Cuando pensé que iba a bajarse para que yo pudiera seguir dormitando, el tipo empezó a embromar con otro tema, y haciendo mucho suspenso en base a silencios mal actuados, dijo:

«Me voy a tomar dos segundos más ... ahora les voy a ofrecer algo que no conseguirán en ningún otro lado ... Les voy a vender un sueño ... Esto no tiene valor monetario ... Sólo piensen durante diez segundos lo que más anhelen en sus vidas ...»

¡Qué pesado el tipo!

Pero... ¡un momento! ¡¡¡Exactamente lo mismo está en un video que mandó mi hija más chica en un correo de ayer!!! (2).

Mi ateísmo no puede controlar tanta coincidencia.

En media hora empieza una reunión de Alcohólicos Anónimos.

¡Claro! ¡soy yo quien vive molestando!


(1) El personaje quiere decir que el vendedor ambulante se habría inyectado alguna droga estimulante, usando una jeringa.

(2) Hacé click para ver el video que le envió la hija

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sábado, 21 de agosto de 2010

Los caza-fantasmas no paran

Cuando en un pueblo se utiliza muy a menudo el vocablo «democracia» (gobierno del pueblo), seguramente está ocurriendo todo lo contrario.

Como decía en artículos anteriores (1), usamos el lenguaje para disminuir nuestra angustia.

Si logramos emitir la palabra que representa a lo que nos angustia (atemoriza), sentiremos un alivio nada despreciable.

Por el contrario, cuando lo que nos angustia, no sabemos cómo expresarlo (porque no conocemos la palabra que lo representa, lo simboliza), nos mantenemos en un estado de continuo estrés, que algunos llaman «apronte angustiado», esto es, estar en guardia, mantenernos en una especie de alerta, pero con el agravante de que no sabemos cómo será lo malo que nos ocurrirá, qué forma tiene lo amenazante. Nos sentimos perseguidos por fantasmas.

Cuando este estado anímico predomina en un colectivo (provincia, gremio, nación), los expertos en comunicación o manipulación de masas (políticos, empresarios, oportunistas), pueden aprovechar la ocasión para proponer el enemigo (fantasma persecutorio) que mejor conviene a sus intereses.

Imaginemos que un líder tan ambicioso como Hitler, en su afán de controlar el planeta, observó que el pueblo alemán padecía colectivamente ese estado que algunos denominan «apronte angustiado» (miedo no se sabe a qué).

Ingeniosamente publicitó la idea de que los culpables de todos los males del pueblo alemán, eran los judíos (fantasma combatible).

Cualquier persona hambrienta, disminuye sus expectativas gustativas y hasta puede encontrar delicioso lo que en estado de saciedad rechazaría.

La propaganda muy efectiva del persuasivo Hitler, logró que un pueblo angustiado como el alemán de esa época, aceptara sacrificar la vida de millones de inocentes.

La misma fobia, convicción y miedo que nos crearon hacia el tabaco, las carnes rojas, George Bush o Hugo Chávez, tuvieron los alemanes —gente como usted y como yo— hacia los judíos.

¿Por qué seremos tan manipulables?

(1) El ansiolítico de la Real Academia Española

Si es inteligente, se cree tonto


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viernes, 20 de agosto de 2010

Si es inteligente, se cree tonto

Es de uso corriente rememorar frases muy antiguas, tales como «conócete a ti mismo», «sólo sé que no sé nada».

En otro artículo (1) les comentaba que aprendemos a hablar, desesperados por el terror que nos provocan amenazas reales o aparentes, que aparecen en nuestras vidas cuando somos más vulnerables que nunca.

Luego, seguimos hablando (o escribiendo) porque de esa manera sentimos que lo dicho (o redactado), se convierte en algo controlable y deja de ser atemorizante.

En otras palabras, cuando hablamos completamos el proceso digestivo de algún concepto que nos costaba asimilar, nos costaba convertirlo en propio.

El estudio que precede a eso que decimos o escribimos y publicamos, es equivalente a la digestión del tema.

Todas las conferencias, libros, cursos o simples conversaciones, refieren a un tema que interesa a quien los expone.

Ese interés es una forma de angustia.

Estar preocupados por los pueblos que pasan hambre, o por las comunidades que padecen enfermedades, o por las regiones que están en guerra, no es otra cosa que sentir el temor personal a padecer hambre, alguna enfermedad o a ser atacados por otras personas.

Quienes nos comunicamos utilizando algún medio visual, auditivo o gráfico, usamos el lenguaje para tranquilizarnos:

Los pequeños, al principio sólo gritan o lloran. Luego, sin abandonar estos mensajes tan abarcativos como inespecíficos, incorporamos palabras para mejorar la comunicación, la eficacia y los resultados obtenidos.

Un grito es una palabra (un significante, un mensaje, una señal) que, para el emisor, contiene todos los significados que piensa mientras grita (¡socorro!, ¡ayúdenme!, ¡basta!, etc.).

Las consignas del tipo «conócete a ti mismo», son pronunciadas por quienes buscamos apaciguar la angustia que nos provoca constatar lo poco que nos conocemos y nos desangustiamos aún mejor agregando: «sólo sé que no sé nada».

(1) El ansiolítico de la Real Academia Española

Nota: La imagen corresponde al cuadro del pintor noruego Edvard Munch (1863-1944), titulado El grito.

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jueves, 19 de agosto de 2010

María sedujo a José para justificar lo de Jesús

Los seres humanos nos esforzamos por sentirnos diferentes al resto de los seres vivos.

Nos guiamos por los aspectos exteriores más notorios como son la forma del cuerpo, la manera de comunicarnos, el tipo de alimentación.

Los que están fuera de la cárcel se ufanan sintiendo que no son delincuentes, o los que están fuera del manicomio se ufanan sintiendo que no están locos, o los de piel oscura se ufanan sintiendo que no son de ningún otro color, los seres humanos en su totalidad tendemos a ufanarnos de no ser perros, gallinas o ballenas (1).

Está en nuestro gusto, diferenciarnos de los demás para reforzar la sensación de que somos nosotros mismos, que tenemos una identidad, que somos «alguien».

Los seres humanos no tenemos períodos de celo y por eso nos sentimos muy orgullosos de nuestra sexualidad, sintiéndonos superiores a los animales que parecen esclavos de sus instintos.

En esa obsesión por distinguirnos de los demás seres vivos, no pasamos por alto ningún rasgo diferenciador.

Tenemos especial deleite en discriminar, segregar, apartar.

Tendríamos que abandonar —aunque más no fuera por un momento— esta pasión por sentirnos diferentes, para leer con cierta neutralidad anímica la idea que les propongo a continuación.

Los seres humanos sí tenemos período de celo, sólo que dura todo el año. Según la definición de «período de celo», estarlo permanentemente implicaría no cursarlo, pero este es un asunto referido al significado que le damos a las palabras.

Los varones somos convocados por las mujeres.

Estas no saben por qué gustan de algunos hombres y se desinteresan por los demás.

La naturaleza es la que junta portadores de ciertos genes para mejorar la especie.

Los portadores somos sólo eso: simples instrumentos de una organización que está fuera de nuestra comprensión (por ahora) y de nuestro control (¿por siempre?).

(1) Las ventajas de ser excluido

Artículos vinculados:

Es así (o no)
La burocracia del amor
Los poderosos son infieles
«Soy celosa con quien estoy en celo»
Este perfume aumenta la demanda
La ideología genética
Amor por conveniencia

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miércoles, 18 de agosto de 2010

Para empujar al anciano, ingrese la contraseña

La web no perdona. Quizá Dios sí.

Las actividades que realizamos dentro de un sistema informático, están sujetas a normas inflexibles.

Dios es una entidad imaginaria, emisor de recomendaciones éticas que son aceptadas por muchas personas.

Los creyentes que practican alguna religión, reconocen la validez de los mandamientos que figuran en los libros sagrados y también aceptan la validez de la interpretación que de ellos hacen los sacerdotes de la religión a la que adhieren.

Algo parecido (pero no igual) ocurre en Internet.

Quienes viven parte de su vida en la web, no reciben recomendaciones sino instrucciones.

Los dioses y religiones que gobiernan Internet, son más pragmáticos que los clásicos y han llegado a la conclusión de que el ser humano no funciona bien (para sí mismo, para los demás y para el planeta), dándole recomendaciones y estimulándolo con premios y castigos (paraíso o infierno, salud o enfermedad, triunfos y fracasos, por ejemplo).

El o los dioses que crean y reglamentan Internet, construyen caminos inequívocos y no emiten recomendaciones (que a su vez necesitarían intérpretes), sino que publican instrucciones (entendibles aunque aburridas) y luego impiden categóricamente que algún usuario cometa un error.

Quien no cumple con las instrucciones, simplemente no puede continuar porque el sistema informático se lo impedirá.

La existencia de este ámbito en el que conviven millones de personas muchas horas diarias, provoca infinitos fenómenos individuales y sociales, de los que aún no hemos tomado debida nota.

Cualquiera que haya logrado convertirse en un buen ciudadano de Internet, intentará aplicar fuera de ella criterios similares, esperando una satisfacción parecida.

Un ejemplo aclaratorio: cuando el sistema informático (Internet) bloquea un acceso sin ingresar la contraseña, el buen ciudadano la ingresará; si el sistema social (legislación) no le impide empujar a un anciano para ocupar su asiento, lo empujará.

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martes, 17 de agosto de 2010

«Eres mía, aunque aún no me conoces»

En otro artículo (1) les decía que si ponemos un trozo de carne de vaca debajo de nuestra piel, seguramente nuestro sistema inmunógeno rechazará esas moléculas extrañas, de un tejido diferente al propio. Pero si esa carne la comemos y digerimos, entonces las moléculas que antes eran de vaca, se convertirán en moléculas humanas sin que nuestro cuerpo las rechace como al injerto.

Conocer, es un fenómeno muy parecido a comer. Comprender es algo muy parecido a digerir (2).

Lo que no entendemos, lo olvidamos y no se incorpora a nuestros conocimientos. Para poder entender, tiene que haber un proceso de transformación, de nuestra mente y del concepto que queremos agregar a lo que ya sabemos.

Las técnicas pedagógicas, facilitan la digestión de los nuevos conocimientos, para que estos puedan incorporarse al saber del alumno.

Por lo tanto, cuando algo que vemos u oímos nos resulta familiar, lo percibimos como agradable y por lo tanto, como si nos perteneciera.

Dicho de otra forma:

1) El narcisismo, es el sentimiento por el que cada uno se ama a sí mismo más que a ninguna otra persona o cosa (todos tenemos narcisismo porque de lo contrario, pereceríamos).

2) Amamos (narcisísticamente) todo lo que creemos que es nuestro.

3) «Creemos» significa que tanto considero que es mío esta mano que escribe, como mi hermano más querido, como la Harley Davidson que está en el garaje, como la vecina que, al mirarla y admirarla, «creo» que me pertenece porque está en mi mente, dentro mío, junto a otras personas y objetos que también considero propios.

¿Qué es envidiar bajo este punto de vista?

Envidiar es el sentimiento justiciero, reivindicativo, exigente, por el cual algo o alguien que yo creo que me pertenecen, está en poder de otra persona y no en el mío como creo que corresponde.

(1) Sale con fritas

¿Le parezco sabroso?


(2) Anorexia educativa

Dentadura guardaespalda

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lunes, 16 de agosto de 2010

El ansiolítico de la Real Academia Española

Es frecuente escucharnos hablar de la violencia, la inseguridad y —en general—, de los factores angustiantes de la vida.

Existe una aseveración muy dramática que dice: «somos hijos del rigor».

Según esta afirmación, los seres humanos sólo respondemos adecuadamente si somos castigados, si se nos impone una disciplina con firmeza. Algunos repiten «la letra con sangre entra», otros dicen que «es preferible ser temido a ser amado».

Claro que estas recetas, siempre son de aplicabilidad a todos menos a quien las propone. Los que tienen inconducta, los negligentes, los malos ciudadanos, son los otros.

Los niños, entre risas, gorjeos y llantos, padecen mucho miedo.

Los pequeños estarían particularmente expuestos a sentirse horrorizados.

El miedo no es a caerse, ni a ser heridos, ni a tener dolores físicos, sino a ser abandonados.

La ausencia de la madre —o de cualquier persona que él considere protectora—, le hace temer que lo dejaron sólo y que será atacado por todas esas cosas extrañas que ocurren en un entorno al que desconoce casi por completo.

Bajo ese estado de terror, el niño sufre de angustia y —con sus escasos recursos— busca soluciones.

Si un pequeño no ve a su mamá —porque se despertó sólo en su dormitorio—, se aterra si oye por primera vez el canto de un gallo.

El llanto o el grito desesperado, resolverá el problema en poco tiempo porque alguien acudirá a devolverle la tranquilidad.

Sin embargo, recordará ese (breve pero interminable) período que estuvo desprotegido, horrorizado y angustiado.

El miedo al abandono hará que aprenda a decir cocorocó (ó quiquiriquí) porque eso le hará sentir que controla al temible gallo.

Conclusión: los humanos aprendemos el lenguaje por temor, pues pensamos que hablando, controlamos (conjuramos) lo que nos angustia (violencia, inseguridad ciudadana, enfermedades).

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domingo, 15 de agosto de 2010

El secreto de Manuel

Cansadoras jornadas laborales sólo generaban una pequeña acreditación en la caja de ahorros de Manuel.

Por su educación, estaba orgulloso de no tocar nada que fuera ajeno, de cumplir estrictamente con sus promesas verbales y de ser puntual.

La escasez de sus ingresos hacían que permanentemente existieran necesidades pendientes de satisfacción y que los deseos económicamente costosos, fueran algo tan irreal como las historias que se devoraba casi a diario, en las novelitas que le prestaba un amigo suyo que las podía comprar.

Cecilia lo quería pero no lo amaba, estaba acostumbrada a vivir con él. Tampoco conocía a otro hombre (real) que pudiera atraerla.

Las necesidades económicas la tenían harta y ya había claudicado su anhelo de mejorar.

Contar con luz eléctrica y agua potable, pasaron a ser sueños de juventud, ilusiones inmaduras, sueños fosilizados.

Cierta vez, Manuel fue a retirar dinero para pagar el alquiler mensual.

Como siempre, tiró el comprobante del cajero automático.

Sin embargo, luego de caminar unos pasos, sintió que aquel papelito tenía un formato diferente a los habituales.

Retrocedió, lo desarrugó y vio que ahí figuraba un saldo enorme, imposible de imaginar en su modesta economía.

Seguramente había un error, pero no dijo nada a nadie y comenzó a pensar, conjeturar, imaginar.

Tejió tantas historias, posibilidades, utilizaciones, consecuencias, reclamos, que el amigo le preguntó por qué ya no le pedía novelas para leer.

Varios años después, Manuel tuvo un repentino quebranto de salud que le provocó la muerte.

Cecilia fue llamada desde el banco, para que pusiera la caja de ahorro a su nombre.

Cuando se enteró del saldo, pensó que Manuel siempre fue rico pero que le impuso a ella una vida miserable por avaro, mezquino y desconsiderado.

Sintió furia, vergüenza, odio. Sintió que había sido engañada como a una estúpida.

Se fue de esa ciudad cargada de malas experiencias, para curar las heridas que —sin saberlo—, ella misma se había provocado.

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sábado, 14 de agosto de 2010

El último examen

Es posible pensar que cualquier estímulo penoso que recibamos, está puesto ahí por la naturaleza, ya que el proceso evolutivo de millones de años de cada especie, ha generado ese dispositivo para conservar el fenómeno vida según nuestra anatomía y fisiología.

También corresponde tener presente que la naturaleza no tiene consideraciones humanas, como por ejemplo, «tratemos de que los padres de familia no fallezcan cuando sus hijos aún son pequeños», «las personas más meritorias deben vivir mejor» o «este genocida que ha matado a millones de personas, tiene que morir cuanto antes».

Estas ideas son humanas, generadas por el particular aprecio que sentimos por nosotros mismos.

Las ideas de «principio», «causa» y «fin», son proyecciones de nuestras propias características, como son «haber nacido», «haber sido gestados por el coito entre un hombre y una mujer» y que «algún día moriremos».

El universo bien puede ser algo totalmente distinto, que exista y funcione con características propias, como por ejemplo que no tenga ni un comienzo, ni un creador ni un final.

Los malestares que padecemos los humanos, es probable que estén puestos ahí para estimularnos —como digo en varios artículos publicados en un blog destinado sólo a este tema (1)—, pero también para confirmar que nuestro organismo está en condiciones de seguir sosteniendo el fenómeno vida o que, por el contrario, debe degradarse (morir, descomponerse, volver a depositar en la tierra los minerales que lo componen).

También es posible pensar que el deterioro de nuestra respuesta orgánica, es causa de una mayor demanda de estímulos penosos para lograr los mismos resultados que obteníamos con un organismo más reactivo, joven, fuerte, saludable, y es por esto que, cuanto más ancianos somos, más dolorosos son los padecimientos naturales para conservar el fenómeno vida.

Morir, es entonces, no superar una prueba (examen) vital.

(1) Ver el blog Vivir duele

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viernes, 13 de agosto de 2010

La venganza sin rencor

¿Usted conoce mucha gente que asuma públicamente su incapacidad de perdonar?

Yo no.

Lo he escuchado muchas veces, dicho por pacientes que confían en el secreto profesional.

Si hago tantas argumentaciones en contra de la existencia del libre albedrío (1), es porque la inmensa mayoría de los habitantes del planeta, cree en él.

El libre albedrío sostiene que los seres humanos somos libres de hacer lo que queramos y que —por lo tanto—, somos responsables de nuestros actos.

El determinismo sostiene lo contrario.

Quienes defendemos esta hipótesis, decimos que varias causas (la mayoría desconocidas, algunas inconscientes y unas pocas conocidas), nos obligan a estudiar física nuclear, mudarnos a otra ciudad y llevar la corbata a rayas al casamiento de un amigo.

Los deterministas también pensamos que la influencia tan sutil, discreta pero ineludible de esas causas, nos permite creer que estudiamos física nuclear porque siempre nos gustó la matemática y nos regalaron una imagen de Einstein sacando la lengua, nos mudamos de ciudad para poder ir a la playa y elegimos esa corbata porque hace juego con las medias.

Desde mi punto de vista, el perdón no depende de la bondad, ideología o fuerza de voluntad del damnificado.

Si ocurre, es porque la acción perjudicial del otro, deja de molestarnos y nos olvidamos del agresor junto con su mala acción.

Es cierto que algunas personas simulan perdonar, así como otras disimulan la vejez tiñéndose las canas u operándose los senos.

Según el determinismo, el agresor no pudo evitar cometer un daño ni el perjudicado puede evitar tomarlo en cuenta, ni prevenir nuevos perjuicios ni calmar su sed de venganza.

Si no fuera así, no tendríamos tantas instituciones especializadas en «hacer justicia» con la mayor objetividad posible (sistema de justicia, abogados, jueces, policías, cárceles, investigadores).

(1) Libre albedrío y determinismo

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jueves, 12 de agosto de 2010

Doctor: ¡hágame mimos!

Encontré tantas ideas que fundamentan la hipótesis de que el fenómeno vida depende de que los usuarios del mismo (los seres vivos), sintamos dolor y placer, que creé el blog Vivir duele, que ustedes pueden visitar si el tema les interesara.

La industria de los proveedores de salud, maneja recursos económicos muy grandes.

En ella están los laboratorios farmacéuticos, los médicos, los fabricantes de aparatología médica, las empresas de prestaciones pre-pagas, los laboratorios de análisis clínicos, y una larga lista de otros agentes económicos cuyos ingresos dependen de «vender salud».

Los trabajadores (empresarios, inversionistas, profesionales, empleados) cuyos ingresos económicos dependen de esta rama de actividad, tienen las características, creencias y prejuicios, propios de cualquier otra persona.

Mi propuesta de que el fenómeno vida depende del dolor y del placer, es aceptada por muy pocas personas.

Por lo tanto, si cualquier ciudadano concurre a un trabajador de la salud quejándose de que tiene un dolor, malestar o preocupación que le incomoda, ninguno de los dos evaluará la situación desde mi punto de vista (la normalidad de los malestares), sino que establecerán un vínculo terapéutico para solucionar el problema.

Es probable que la batería de anestésicos de que dispone la medicina, logre aplacar las molestias (¡por estar vivo!) que trajo el paciente a la consulta.

Me inclinaría a pensar que eso es perjudicial, porque la sensación penosa está ahí para provocar algún cambio en nuestra vida, pero con un calmante, desactivaremos el estímulo natural para buscar y modificar lo que nos afecta.

Además del alivio, otro placer se agregará al acto médico: todo indica que cualquier demanda (pedido), es de amor.

Los humanos seguimos necesitando ser atendidos, observados, mirados, palpados, mimados, aún después de la niñez y de la adolescencia.

El aspecto afectivo de la consulta, sí es saludable.

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miércoles, 11 de agosto de 2010

Todo tiempo pasado tenía un futuro

Los relatos son historias salpicadas de verdad, para que nuestra mente pueda entenderlas y disfrutarlas.

La verosimilitud de un cuento (historia, novela, mito), no es grande. Sólo tiene el tamaño suficiente para que los personajes y situaciones, parezcan familiares para quienes los usan.

El psicoanálisis es un cuento, muy extenso, pero es un cuento.

Un gran novelista fue capaz de escribirlo, tomándose para ello muchos años. Me refiero naturalmente a Sigmund Freud (1856-1939).

Tanto es así, que el único premio que recibió por su obra fue el premio Goethe (1931), que se les concede a los escritores.

Por supuesto que no fue el primer gran novelista que orientó las vidas de millones de lectores.

Las mitologías (griega, romana, nórdica) de todos los pueblos de la antigüedad, cumplían igual propósito: Explicar nuestro origen, nuestra conducta, los misterios de la naturaleza.

El mayor éxito editorial se lo lleva La Biblia.

Sus historias, contadas como si hubieran ocurrido (y de hecho, puede ser que alguna sea real, aunque los creyentes aseguran que todas lo fueron), en las que los lectores encontramos criterios éticos y morales, nos enteramos de qué está bien y qué está mal y se describe minuciosamente al gran personaje de toda la humanidad: Dios.

Las historias nos atraen además, porque tienen algún final. Una vez conocido, es posible despreocuparse por esa terrible incógnita del futuro.

En los relatos, todo calza, cierra, encaja, coincide, como las baldosas de una vereda. La incertidumbre casi desaparece.

Claro que para creer en ellos y disfrutar de sus beneficios, son precisas altas dosis de ingenuidad, ignorancia e inmadurez.

Ya en la segunda mitad del siglo 20, las ficciones tranquilizadoras que todo lo explican, comenzaron a derrumbarse.

«Todo tiempo pasado fue mejor» porque —gracias a los grandes relatos— conocíamos el futuro.

Nota: la imagen pertenece a Laskmi, diosa de la belleza (hinduismo).


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martes, 10 de agosto de 2010

«¿Idiota yo? ¿Qué me quiere decir?»

Todos tenemos una idea aproximada de cuáles son nuestros derechos y obligaciones, pero cuando otro ciudadano (o el estado) nos acusa de alguna falta, transgresión o delito, tenemos que recurrir a un abogado para que se encargue de atender la demanda de la que somos objeto.

Los abogados están formados para que la justicia de cada país aplique las sanciones con la mayor justeza posible.

Metafóricamente, se acostumbra decir que el ciudadano transgresor, debe «pagar su deuda con la sociedad», cumpliendo estrictamente la sanción que los legisladores alguna vez determinaron, para ser aplicadas a quienes incumplieran las leyes que ellos mismos redactaron.

Esto también puede aplicarse en el terreno de los impuestos.

Para solventar los gastos del Estado, los legisladores establecieron que cada uno de nosotros contribuyera con cierta cantidad de dinero.

En este caso, son los contadores quienes están formados para que la justicia tributaria de cada país, aplique las sanciones con la mayor justeza posible, a quienes cometan algún tipo de evasión fiscal.

Todas las normas (de la legislación civil, penal y tributaria), están escritas en el idioma de sus destinatarios. En nuestro caso, están escritas en castellano.

Esto permite pensar que cualquier que sepa leer, podría ser abogado o contador.

¡Nada más lejos de la realidad!

En todos los países e idiomas, es preciso estudiar mucho para saber qué significan realmente esos textos legales.

Suele pensarse que cuando un texto está en otro idioma, no hay más que traducir palabra por palabra con un diccionario, para convertirlo a otro idioma.

No es así. Los traductores deben comprender qué quiso decir el autor y luego tratar de expresarlo con el nuevo lenguaje.

A las leyes también hay que traducirlas para poder aplicar, en los hechos, lo que los legisladores quisieron decir («el espíritu de la ley»).

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lunes, 9 de agosto de 2010

Cómo construir verdades con datos falsos

Algunos dicen que el ser humano utiliza una mínima parte de su capacidad y que el resto está pendiente de ser desarrollado.

No sé si esto es así. En principio lo pongo en duda, porque los humanos somos muy dados a creernos una maravilla y resulta que en miles de años hemos avanzado, pero no tanto como deberíamos si todas esas potencialidades existieran.

Cualquiera puede constatar sin embargo, que casi nadie utiliza más de una décima parte de las utilidades que una computadora tiene disponibles.

Los paquetes de Microsoft (Windows, Word, Excel, etc.) —sin ir más lejos— son enormes y dudo que haya muchas personas en el planeta que los conozcan en su totalidad.

Cualquiera puede constatar además, que desde nuestra computadora accedemos a los contenidos de la web, que son enormes, parecen inabarcables y hasta infinitos.

Me pregunto qué estamos haciendo con estas dos últimas evidencias (ya que la capacidad mental no es evidente sino imaginada por los más optimistas).

Algunos argumentan que esa cantidad de información que circula en Internet, es de bajísima calidad, porque la identidad de los autores es dudosa o directamente no existe.

Y acá va un comentario (firmado por mí).

Venimos de una costumbre muy arraigada pero que está perdiendo eficacia.

Estamos acostumbrados a suponer que existen verdades y además, creemos que la identificación fehaciente de un autor (en un libro, por ejemplo), agrega veracidad a lo que comunica.

Podríamos pensar también, que los únicos capaces de conocer las verdades que realmente nos importan, somos cada uno de nosotros, ya que lo que dicen famosos o anónimos, suele estar sujeto a confirmación, rectificación, opinión, puntos de vista, desactualización.

Si tomamos cualquier información (verdadera o falsa), sólo para estimular nuestras propias búsquedas de la verdad, ya no importará la identidad del autor.

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domingo, 8 de agosto de 2010

Cuidado con el «qué dirán»

Si tuviera que opinar en base a mi propia experiencia, la familia es una institución decadente desde hace siglos.

En la que me tocó nacer, era preciso conservar una disciplina muy rígida, ya que los Ruggiero-Da Gama eran personas exageradamente expuestas al «qué dirán».

Muchas veces envidié a mis amigos cuyas madres divorciadas, lavaban, cocinaban o criaban niños ajenos, para ganarse la vida.

Ellos nunca tenían un peso para comprar cigarros y mucho menos para llevar a una chica a una confitería, pero no andaban por la vida con la pesada responsabilidad de apuntalar apellidos grandotes aunque vulnerables.

Tuve la suerte de ser amigo de un cura viejo y pillo, que un par de veces estuvo a punto de abandonar el sacerdocio para hacer vida errante, aventurera y desprolija.

Era tan inteligente, que casi no hablaba de Dios.

Cuando yo tenía unos dieciocho años, me contaba de todo lo que se dice y de todo lo que se hace, haciendo hincapié en que es difícil encontrar gente en la que coincidan ambos discursos.

Cierta vez le hice una broma. Después de estar un buen rato confesándome sus pensamientos más audaces, le ordené cien padrenuestros y doscientos avemarías y me enteré cómo era cuando se enojaba.

Por eso, con veinte años, me fui sin pedirles nada a mis padres, no sin antes soportar que el novio de mi hermana, otro personaje de dos apellidos, se pusiera de parte de ellos y me diera un sermón incriminatorio por mis faltas a las buenas costumbres.

El cura pillo me decía: «Tu tienes mucha plata pero gozas de la vida como sólo saben hacerlo los pobres».

Quiso doña casualidad, que en uno de los tantos trabajos que hice para sobrevivir sin esforzarme demasiado, me tocara pagarle un mísero seguro de desempleo a mi cuñado.

Parece que los Ruggiero-Da Gama, ya no eran lo que fueron.

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sábado, 7 de agosto de 2010

Lo que creo, lo creo yo mismo

¡Cuánto placer sentimos cuando alguna de nuestras creencias se ve confirmada por la realidad!

— Creo que mi cuadro de fútbol es el mejor y gana un campeonato. ¡Sublime!

— Supongo que mi cuñado «no es trigo limpio», y me entero que fue acusado de corrupción.

— ¡Qué placer siento cuando sobrepaso un vehículo de otro marca!

Por el contrario, estas alegrías dejamos de disfrutarlas cuando los hechos no confirman nuestras creencias.

— El índice de aprobación popular de cierto político desagradable, es enorme.

— Esta muela me duele cada vez más, o sea que la caries no se curó sola.

— Nuestro tradicional adversario futbolístico se ganó la copa (como siempre, habrá sobornado a los jueces que arbitraron el último encuentro).

El menú de creencias es esencial para pasarla bien, regular o mal.

Esta es la causa principal por la que se aplican tantos recursos materiales y humanos, en la búsqueda (científica) de creencias altamente creíbles y confirmables.

La construcción de creencias es un proceso prácticamente económico.

Calculamos mentalmente:

— ¿Cuánto gano en ilusión, felicidad y esperanza creyendo esto?
— ¿Cuántos amigos gano y cuántos pierdo, con mi filosofía?
— ¿Tengo algún calmante efectivo para cuando la creencia me falla (negación, culpar a otros, racionalizar)?
— Sostener mis ideas, ¿es algo que me prestigia o me desprestigia? ¿Son respetables o impresentables?
— ¿Conservándolas, percibo que honro a mis antepasados, me aporta una sensación de linaje, filiación, alcurnia?
— ¿Es una creencia fácilmente explicable o casi nadie la entiende?
— ¿Me brinda posibilidades de adaptarla a muchas circunstancias? ¿Es flexible, escalable, traspolable?
— ¿Me permite comprender mejor la vida, las situaciones difíciles, las actitudes ajenas desagradables?
— ¿Con ellas me evito sorpresas dolorosas?

Estos son sólo algunos ejemplos para fundamentar que nuestro stock de creencias, no es casual ni aleatorio. Está programado con el afán de vivir más y mejor.

Artículo vinculado:

Casamiento ideológico

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viernes, 6 de agosto de 2010

Las inhibiciones del arrogante

Con los años, fui entendiendo que soy un hombre común y corriente.

Esto hiere mucho mi amor propio, porque cada vez me siento menos especial.

Por ejemplo, me enteré de los malos pensamientos que tienen personas muy prestigiosas y respetables.

Claro, nadie dice en su biografía que deseó la muerte del padre o del hermano menor que vino a quitarle privilegios.

Tampoco es frecuente escuchar, la tremenda desilusión que sintió cuando vio a la madre embarazada.

Muchos se hacen los tontos y tratan de no pensar, pero algún día tienen mala suerte y atando cabos, llegan a la conclusión de que el padre ¡tiene sexo nada menos que con su madre!, y el tormento es inenarrable.

Cierta vez, quise hacerles una broma y volví silenciosamente para asustarlos con algún estruendo, y vi cómo mi padre apretaba a mi madre contra una pared, le había subido la pollera y metido la mano por debajo de su bombacha, ¡mientras ella le acariciaba la nuca con los ojos cerrados y la boca entreabierta!

Cuando ya me había casado y mi vida transcurría armoniosamente, me enteré que mis desesperantes deseos homosexuales de la adolescencia ¡eran normales!

Elegí a una analista mujer, según me enteré después, para que mi vergüenza fuera mayor y hubiera menos posibilidades de llegar a contarle las atrocidades degeneradas, perversas y depravadas que tenía.

Ella misma me dijo algo muy interesante: «Tu tenías tanto interés en ser especial, que tuviste más placer en sentirte un monstruo, que dolor por las inhibiciones. Por eso cargaste tanto tiempo con ellas».

O sea que mi arrogancia me hizo sobrevalorar todo: lo bueno y lo malo que sabía de mí.

Ahora es tarde, pero si lo hubiera sabido antes, habría sido más atrevido y alocado, como las novias que me fueron dejando querían.

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jueves, 5 de agosto de 2010

Nuestro Señor Pigmalión González

Cultura es el conjunto de conocimientos, modos de vida, costumbres, tradiciones, de una época, un pueblo, un grupo social o de un individuo.

Desde mi punto de vista, todas estas son características de nuestro organismo.

Lo que sabemos está en algún lugar físico de nuestro cerebro, hígado o donde se aloje la memoria evocable.

Sobre este tema no existe magia, ni misterio, ni misticismo, sólo tenemos ignorancia.

Desconocemos aún muchas cosas sobre cómo somos y funcionamos.

Por eso sobrevive el pensamiento primitivo, que atribuye a causas sobrenaturales lo que todavía desconocemos (especialmente en el campo de la psiquis).

La escultura es cultura

Con este subtítulo quiero decir que las transformaciones culturales que operan sobre nosotros, equivalen a una escultura que los demás construyen, usando nuestra carne como si fuera mármol, plastilina o barro.

«Qué lindos ojos», «te ríes como una guaranga», «esa voz me subyuga», «¿necesitas insultar?», «tus senos enamoran», «caminas como si fueras arrogante», etc.

Estos son golpes agradables o dolorosos, que aplican sobre nosotros los escultores que nos forman, nos reforman, nos diseñan y hasta cierto punto, pretenden hacernos a su imagen y semejanza.

Nos esculpen nuestros vecinos escultores e indirectamente también lo hacen las manifestaciones artísticas que nos llegan, como el cine, la literatura, la escultura (propiamente dicha), la pintura, la moda.

Somos como ellos nos hacen, en los aspectos buenos y en los malos.

Quienes nos rodean, reaccionan pensando inconscientemente así:

1º Me quiero y me valoro como soy;
2º Amo todo lo que sea tan valioso como yo;
3º Si quieres que te ame, tienes que ser a mi imagen y semejanza.

Como culturalmente está mal visto que alguien muestre estos sentimientos tan cargados de narcisismo, ponemos en boca de Dios aquellas expresiones humanas más impresentables por lo altaneras.

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miércoles, 4 de agosto de 2010

Lo bueno y lo malo de la aristocracia

Tengo serias dudas de que los gobiernos de un país, realmente gobiernen.

«Gobernar» es un verbo antiguo. Se usa desde la época en que los estados tenían un grado de autonomía muy superior al actual.

Comparo a los países con los hogares. El grupo de personas que habita una vivienda, es probable que tome algunas decisiones con autonomía.

Por ejemplo, pintan las paredes, puertas y ventanas del color que desean, comen lo que apetecen, mantienen una higiene acorde a las exigencias de los habitantes.

Así eran los países hasta no hace mucho. Bastante autónomos, cerrados, impermeables a las influencias exteriores.

Los gobernantes eran como padres de familia.

Sin embargo, actualmente, los gobernantes reciben tantas influencias y determinaciones extranjeras, que sólo pueden dar algunas órdenes, reglamentando aquellas actividades internas (del país), que no contraríen las normas mundiales.

Podría decirse que algunos gobernantes ordenaron restringir el consumo de tabaco, pero corresponde decir «algunos gobernantes cedieron a la presión internacional condenatoria del tabaquismo».

Lo mismo ocurre con otros criterios médicos, sociales, ecológicos, modas, y fundamentalmente económicos.

A pesar de este escaso margen de maniobra que tienen los gobernantes, predomina la creencia en que disponen de mucho poder.

Por esto, una mayoría de ciudadanos desea (y algunos trabajan) para que «nos gobiernen los mejores».

Sin embargo, esa misma mayoría hace todo lo posible para que los gobernantes no pertenezcan a la aristocracia del país, porque entienden que un aristócrata es un ciudadano que posee privilegios indebidos.

Si fuera cierto (como parece) que el significado original de las palabras (etimología), influye en nuestro inconsciente (encargado de determinar nuestros actos), corresponde mencionar que aristocracia significa realmente «gobierno de los mejores».

Los pueblos se quejan de los gobernantes que eligen, porque estos son los mejores, es decir, son aristócratas.

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martes, 3 de agosto de 2010

La enfermedad perfecta

Si existiera un álbum de figuras coleccionables referido a las enfermedades, la última en agregarse, es insólita.

Efectivamente, la normopatía es la enfermedad de ser normal (como su nombre lo sugiere).

En un artículo del año pasado (1), les hablé de un personaje de la mitología griega llamado Procusto, nombre este que significaba «estirador».

Pero en ese mito también le daban otras denominaciones, tales como «avasallador», «controlador», «dañino».

Este personaje se caracterizaba por su belleza, hospitalidad y por imponerle a sus huéspedes incautos, un cruel tratamiento consistente en modificarles la estatura a una medida que él determinaba (por eso lo de «estirador», «dañino», etc.).

Con esto quiero decirles que otro nombre de la normopatía, bien podría ser «procustismo», es decir, padecimiento que ocurre después de alojarse en lo de Procusto.

Esta enfermedad surge paralelamente a las posibilidades tecnológicas y a una mayor tolerancia social al afán de lucro de los trabajadores y empresarios dedicados al rubro salud humana.

Mientras no es posible corregir alguna particularidad humana (el largo de los dientes, la forma de las orejas, la inteligencia, la capacidad de amar), el mercado no tiene nada para ofrecer y por lo tanto no cultiva una demanda que luego no puede atender.

Sin embargo, si es posible quitar tejido adiposo con la liposucción, entonces surge la posibilidad de que las técnicas de marketing de los proveedores de ese servicio, comiencen a demonizar el sobrepeso, a ridiculizar la gordura y a endiosar a quienes conservan la forma de la cintura.

Está enfermo de normalidad, aquel indefenso ciudadano que no puede resistir los ataques comerciales de quienes pretenden llevarlo a medidas distintas a las que ya tiene, para poder facturarle los honorarios del tratamiento.

Si usted se admite como es, no padece de normopatía. ¡Felicidades!

(1) Te quiero (si eres) igual que yo

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lunes, 2 de agosto de 2010

Soy una maravilla. ¡Cómprame!

Que en nuestros países existan instituciones que definimos como pertenecientes al «sistema educativo», nos confunde.

Sucede algo similar con la existencia de cárceles y de manicomios.

En estos casos pensamos erróneamente que delincuentes son solamente quienes están tras las rejas y pensamos erróneamente que locos son solamente quienes están en el hospital psiquiátrico.

La confusión que nos provoca la existencia de un «sistema educativo», ocurre porque somos objeto de otras enseñanzas sin que nos demos cuenta.

El cine, la televisión, la publicidad, las campañas proselitistas de los políticos, son formativas (didácticas, pedagógicas) y pertenecen de hecho al «sistema educativo».

Cuando miramos distraídamente cómo alguien intenta hacernos creer que un cierto jabón hace maravillas con nuestra piel o la ropa, sabemos que está mintiéndonos en nuestra propia cara con absoluto desparpajo, y sin embargo, le pagan para que lo haga ante miles de personas.

¿Qué haremos cuando intentemos seducir a una persona que deseamos? Seguramente más o menos lo mismo que el fabricante de jabón mágico.

Luego, ella o él, cuando se entere que aquellas magnéticas descripciones de ingresos, gusto por la vida familiar, conducta divertida en estricta monogamia, pasión por los niños, fantástica habilidad para cocinar, amor por la limpieza y decoración del hogar, cuando se entere que tienen tanto valor como la publicidad del jabón, dirán indignados que ella o él, son unos «mentirosos».

Claramente este diagnóstico será acertadísimo, pero donde será preciso tener mucho cuidado es en la responsabilidad que se le atribuya por esa conducta.

Los adultos y niños, estamos educados para mentir, exagerar, disimular, actuar, embaucar, seducir, hipnotizar, engañar.

La buena noticia, es que todos somos alumnos mediocres del «sistema educativo» en general.

Tanto tenemos bajas calificaciones en matemáticas como en falsificación de identidad propia, en idioma como en caradurismo, en historia como en inescrupulosidad.

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domingo, 1 de agosto de 2010

Nora sabe

Un querido amigo, luego de no comunicarnos por más de seis meses —aunque no habernos saludado “El día del amigo”, me indicaba que, o estaba muerto o el vínculo continuaba firme—, me llamó.

Una hija suya, la mayor —de la cual conozco su historia desde que le presté el dinero para abortarla y que luego me devolvió porque con su novia se arrepintieron—, estaba con problemas que un psicoanalista puede atender.

Otro buen indicio de que nuestra amistad no había decaído, es que fue directo al punto, y que luego de averiguar lo que le interesaba en primer lugar, me preguntó cómo andaban mis cosas.

Le conté que estaba saliendo de un año sabático que había dedicado a estudiar un asunto por encargo de una organización multinacional, así que Nora sería mi primer paciente después de meses.

Me llamaron poderosamente la atención «sus ojos», enormes, protegidos por unas pestañas que parecían la guardia de seguridad de alguien muy envidiado.

Al saludarme, lo hizo con la boca (las mujeres suelen hacerlo apoyando la mejilla) y agregando un sonoro «mmmuá», como si nos conociéramos de toda la vida.

¿El padre se lo habría descripto? ¿Será conocida de algún otro paciente? ¿Cómo hizo para llegar al consultorio en una casona tan llena de puertas, patios y pasadizos?

Tengo amores turbulentos que me arruinan la existencia —dijo, como aperitivo.

Tenés cara de niño pícaro. Eso enternece a algunas mujeres —continuó.

Para agregar consistencia a sus dichos, instaló un pesado silencio, mientras «sus ojos» recorrían la habitación en las tres dimensiones.

Finalmente, sonrió, me miró, levantó las cejas como preguntándome ¿qué pensás?, me guiñó un ojo como una experta prostituta de elevados honorarios, y dijo:

— No creo que me sirvas como terapeuta porque sos menos inteligente, astuto y maligno que yo. Y continuó: — Bueno, me voy. No perdamos el tiempo.

Se puso de pie, me tomó por la nuca para despedirse con su estilo audio-labial y comenzó a salir.

Cuando le abrí la puerta de calle me dijo: — No te pregunto por lo honorarios porque ahora sabés más de vos que yo de mí. Cuidate!

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