
Si los humanos nos ponemos a mirar un fenómeno extraño y cada uno dice lo que le parece que es, filósofos son aquellos que logran dar opiniones atinadas, verosímiles pero diferentes a lo que piensa la mayoría.
Propongo otro ejemplo: ese mismo grupo de personas mira un espectáculo de prestidigitación (un mago o ilusionista). Filósofos son aquellos que, no pudiendo dar crédito a las apariencias (a lo que todos creen ver), piensan, analizan, observan, hasta construir una hipótesis (teoría) que explique racionalmente lo que ven, desbaratando de esa forma el encanto de presenciar algo mágico, milagroso, fascinante.
Estoy diciendo que para los filósofos, la inseguridad, la duda, la desconfianza, son características profesionales.
Por definición, no puede existir un filósofo confiado, crédulo, ingenuo.
Pero además de esta paranoia que precisan (para poder ejercer su rol), también son un poco amantes del dolor, de la frustración, no privilegian la búsqueda del placer o, directamente, huyen de él.
Según parece, esa mayoría que opina de una cierta forma, lo hace porque le gustaría que así fueran las cosas. Por ejemplo, esa mayoría que afirma que el sol sale por oriente y se oculta por occidente, desconoce placenteramente que es la rotación de la Tierra la que nos da esa engañosa sensación.
En suma:
La mayoría ama creer lo que le gusta, la buena noticia, la realidad más placentera, la que mejor se ajuste a lo que ya sabe, a la tradición, a lo que piensan los demás, aman las ideas heredadas de gente querida, respetable y venerable. Son conservadores.
Los filósofos aman no pertenecer a la mayoría e intentan justificar responsablemente esa petulancia (engreimiento, vanidad), construyendo teorías displacenteras, desilusionantes, revolucionarias, transgresoras, rupturistas, que a veces se confirman. Son progresistas.
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