martes, 2 de junio de 2009

«Odio a los ignorantes»

— Es cierto que las oficinas muy burocráticas son irritantes porque nos hacen perder tiempo, pero lo que más molesta de ellas es que no nos tienen en cuenta. Nos ignoran. No saben nada de nosotros y tampoco están interesadas en saberlo.

— Cuando estamos esperando para ser atendidos por un vendedor y otra persona se nos adelanta, la molestia mayor proviene de que esa persona nos ignoró, no nos tuvo en cuenta.

— Llegamos a una reunión y todos saludan y hablan con la persona que nos acompaña pero ni nos miran. Entonces sentimos un malestar porque nos ignoran.

La molestia, furia, odio, rencor o cualquier otro dolor del alma generado por no ser tenidos en cuenta, viene a reparar el daño que el otro nos produce.

Efectivamente, si las otras personas nos miran, nos saludan, se detienen a conversar, nos están informando que para ellas existimos. Eso es muy reconfortante pero fundamentalmente es necesario que nos suceda.

Creemos que con la auto-percepción es suficiente. Pensamos que si uno sabe que existe no necesita que alguien se lo reafirme. Esto es cierto, pero si nos ignoran nos sentimos mal.

Probablemente ese malestar, ese dolor, está ahí para hacer lo que el otro no hizo: confirmarnos que existimos. El dolor suple a la demostración que necesitábamos y que al no venir de afuera tuvimos que generarla desde adentro.

Como esta solución es dolorosa, trataremos de no repetir la experiencia, ya sea tratando de llamar más la atención en una próxima vez o dejando de ir a un lugar donde nos ignoran.

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12 comentarios:

Ramón Clavijo dijo...

Ya estoy veterano y me cuesta tolerar que los vendedores sigan conversando como si los clientes estuviéramos pintados.

María Felicia dijo...

Sabe? Ahora entiendo mejor lo que yo pensaba que era una locura sólo mía. Ni me había animado a comentarlo con mis amigas.

Lautaro dijo...

Tuve una adolescencia bien jodida. Mis compañeros me ignoraban. Yo no sabía como revertir esa situación. Luego pasaron los años, llegó la cuarentena. Para ese entonces ya había perdido parte de mi timidez (responsable en buena medida de que me ingnoraran). Entonces empecé a hacer cosas para llamar la atención. No las hacía luego de una feflexión previa, me salían, no sé de dónde, de manera instintiva. El resultado fue que varias veces me encontré en situaciones desagradables, haciendo el ridículo, y cuando después me daba cuenta ya na había forma de reparar el daño que había causado en mi imágen. A pesar de todo no me arrepiento. Esos desbordes, esas ridiculeces, las disfruté. En su momento me sirvieron para resarcirme de tanto enclaustramiento.

Guyunusa dijo...

Por eso que ud plantea es que en algunas cárceles, para asentuarles el sentimiento de que no son nadie a los reclusos, los carceleros los llaman por un número (pierden su nombre).

Martín Secco dijo...

No sé si es que a mí me ven cara de manso o qué pero siempre se me adelantan cuando estoy frente a un mostrador esperando ser atendido. Un día voy a reaccionar mal y voy a agarrar a alguno a las trompadas.

Juan sin nombre dijo...

Nada peor que ser la pareja de alguna diva y uno ser un Juan sin nombre. Mientras a ella se le avalanzan con micrófonos y cámaras fotográficas, uno tiene que poner cara de gil y esperar a que le salgan várices en las piernas.

el poeta dijo...

Necesito verme en tus ojos.

Paty dijo...

¡Qué patético tener que sufrir para entender que existimos!

Darwin dijo...

Yo me tatué la espalda para tomar conciencia de que la tengo, mirármela más a menudo y tener una motivación para hacer fierros.

Magalí Montana dijo...

A los 16 años me teñí el pelo de violeta para ser alguien en el mundo. Muchos me miraban con desprecio; yo igual la gozaba.

Getulio Roles dijo...

Si dejo de ir a los lugares donde me ignoran tendría que empezar por no entrar a mi casa.

Vidalín dijo...

A mí me paran por la calle, me saludan, muestran deferencia...y todo eso porque tengo un puesto de poder y son todos una manga de lame culos.