A la señora Rosa Méndez es difícil que algún día la olvide porque me tuvo en su vientre y luego me abandonó causándome trastornos emocionales que cuando tenía ocho años se complementaron con una insuficiencia cardíaca incontrolable.
Ya había comenzado a ser tratada por una psicóloga amiga de la familia de mis abuelos y luego enriquecí mi pequeña agenda rosada con las consultas a muchos cardiólogos que no se ponían de acuerdo excepto en que lo mío era grave.
Alguien sagaz podría haber previsto mis complicaciones al ver los dibujos con gente vestida a la que se le veía el corazón por sobre la ropa.
Cuando cumplí once años la salud sólo podía mejorarse con un trasplante.
Mi abuela pasó de ser un ama de casa preocupada por las historias televisadas a ser ella misma televisada en la búsqueda de algún donante.
Tres años después recibió una llamada de Buenos Aires: habían encontrado el tan anhelado remplazo.
Llegó en un avión en una caja que parecía una heladera para ir de paseo campestre, me prepararon, trataron de que no me asustara, no lo lograron, entré al quirófano y ahí perdí el sentido.
Las dosis de cariño, amor y mimos que me propinaban después podrían haberme ahogado, pero logré sobrevivir también a eso.
Mi vida cambió completamente porque de estar prácticamente postrada, pasé en dos meses a ser una jovencita entusiasta, con ganas de cobrarse al contado todo lo que no había podido disfrutar.
Pero como nada es perfecto, los sueños habituales se convirtieron en horribles pesadillas en las que siempre querían matarme, golpearme, tirarme a un pozo, clavarme un cuchillo.
Cambié por tercera vez de psicoanalista porque acostarme a dormir me aterrorizaba.
Las pesadillas y averiguar quién habría sido el donante comenzaron a cambiarme el humor. El misterio de porqué esos sueños y quién había fallecido para darme la vida bajaron mi rendimiento estudiantil, estaba triste, angustiada y hasta me invadió un temor a morir que antes nunca había sentido.
Todo se resolvió en horas cuando una enfermera argentina me llamó para decirme que ella también era trasplantada y que la donante había sido mi propia madre, quien falleció en su quinto intento suicida.
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13 comentarios:
Este esta bueno porque es bastante psicoanalítico como me gustan a mi.
A Rosa no le alcanzó un corazón sano para vivir.
Moraleja: a la postre algunos nos abandonan por nuestro bien.
¿A la chica le dijeron que la madre la abandonó o le contaron la verdad?
Espero que algún día puedan hacerse transplantes de cerebro.
Me quedé con ganas de saber qué problema tuvo después de que resolvió lo de las pesadillas.
Ese personaje me cae antipático; hasta se queja de los mimos!
¿Por qué pensar que alguien falleció para darle la vida?
Ese corazón no le va a durar mucho: llegó apurado y con mentalidad de camping.
Para dejar de ver telenovelas tenés que ponerte a buscar el corazón de algún donante.
Lo que no entendí es por qué la niña anotaba en su agenda infantil los teléfonos de los cardiólogos.
Vaya uno a saber si los corazones suicidas son confiables!
Entonces el corazón de la madre estuvo 6 años congelado(!?)
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