jueves, 7 de febrero de 2008

Neurotransmisores – Gragea Nº 41

Las personas serias huyen de los fantasiosos capaces de seducir con castillos en el aire. Yo les entrego lo que me pidan a cambio de esas ilusiones y cuando todo se desmorona, nadie puede imaginarse lo bien que pasé. ¡Defendería con mi vida a esos divinos mentirosos irresponsables!

¿Alguien recuerda con rencor a quienes nos hicieron creer en los Reyes Magos? Conozco sí muchas personas que se enemistaron definitivamente con los que generosamente se encargaron de comunicarle la verdad.

La legión de seres inteligentísimos que paga una entrada para ver una película, los que compran y leen una novela, quienes gastan en un Play-Station, ¿no están legitimando la mentira, la fantasía, el placer de la ilusión?

Algo muy diferente sucede cuando se juntan dos personas de gustos diferentes. Cuando un severo realista se cruza con un romántico, difícilmente hagan buenas migas. Convendría conservarlos en jaulas separadas.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, bueno, ¡Para la mano psicólogo! que cuando un tipo te hace ilusionar y después te das cuenta de que todo era un invento, más bien tenés ganas de matarlo que de agradecerle. ¡No seas malo! Un tipo así es una porquería. Para mí es como un aviador que en pleno vuelo te pega un empujón sin paracaídas.

Anónimo dijo...

Cuando tenía algo más de veinte años, me enamoré perdidamente durante un viaje por Río de Janeiro de una italiana con la que bailamos hasta el amanecer, nos juramos todo lo jurable, hicimos el amor de mil formas (¡me acordé! Francesca se llamaba). Un día desapareció, la llamé al teléfono que me había dado y nadie la conocía. Me quise matar!! Pero hoy la recuerdo con afecto. Fue lo más lindo que me pasó en aquel viaje. Es más: no recuerdo que otra cosa pasó en él.

Anónimo dijo...

me cagué de la risa con eso de las jaulas separadas. rebuenisimo

Anónimo dijo...

Con quien si me enemisté para toda la vida fue con el arrogante de mi primo que cuando se recibió de dentista y siendo yo uno de sus primeros pacientes, tuvo la viveza de informarme, como uno de sus primeros actos clínicos, que el Ratón Pérez era pura mentira.

Anónimo dijo...

Mi hermana mayor sí que es un caso diferente al de Zelmar. Hace más de 40 años fue seducida por un estanciero de Soriano que bajó a Montevideo para hacerse un tratamiento médico en el Hospital de Clínicas y ella lo ayudó en todo lo que pudo, le dio alojamiento en nuestra casa, le prestó dinero para sus gastos, todo a cuenta de una pasión que una vez curado desapareció para siempre. Lo increíble es que mi hermana nunca más tuvo un novio y ahora es una viejita que vive en la calle, no quiere saber nada de sus familiares (yo supongo que por verguenza o porque está mentalmente enferma).

Estos ilusionistas profesionales no siempre son divertidos.

No descarto que la involución de mi hermana obedezca a otras razones, pero en la familia se tiene a esta por la única causa posible.

Anónimo dijo...

A mi me gustan los ilusionistas sólo cuando pago entrada y me siento en la platea. Fuera del teatro, son gente divertida nomás.