martes, 5 de febrero de 2008

Neurotransmisores – Gragea Nº 39

El Dr. Victor Frankenstein es un personaje —creado por la escritora inglesa Mary Wollstonecraft Shelley— que da miedo porque logró darle vida a un ser que luego quedó fuera del control de su creador. Algo parecido sucede cuando nos inventamos una personalidad de la que quedamos esclavizados.

Es exagerado comparar este fenómeno tan frecuente con las desventuras de un monstruo, pero es un poco cierto que la angustia en la que caen algunas personas por atribuirse particularidades inventadas es muy mortificante.

En Uruguay tenemos una obra de teatro muy querida por todos que se llama M’hijo el dotor, en la cual Florencio Sánchez cuenta sobre cómo un padre (Olegario) presionó a su hijo (Julio) para que éste tuviera esa prestigiosa profesión.

Todo el tiempo nos están invitando a ser como otros quieren que seamos, así como el Dr. Frankenstein quizo tener (y tuvo) un ser animado creado por él mismo... como supuestamente habría hecho Dios en tiempos de la creación.

Conclusión: Andan por ahí muchos Dioses vocacionales que desean crearnos a su imagen y semejanza. ¿Conoce usted alguno/a? ¿Se prestaría usted a ser la creatura de algún/a Dr. Frankenstein?

Nota: Según estudiosos de esta saga, no figuraría en ningún lado que Frankenstein se hubiera recibido de doctor en medicina, sino que por el contrario habría sido expulsado de diversos centros de estudio por inconducta.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

este post es una continuación del anterior que está más abajo. El autor está insistiendo con que uno no debe ser lo que los demás quieren que uno sea.

Yo no conozco otra forma de asegurarme que me van a querer. Si soy como a mí se me antoja me voy a querer yo solo.

Anónimo dijo...

Nada que ver, yo estaba creída que Frankenstein era el monstruo. ¿Y cómo se llamaría el monstruo? ¿O sería tan monstruo que no tenía nombre?

Anónimo dijo...

Esta bueno que nuestros seres queridos traten de ayudarnos en la interminable búsqueda de una personalidad, pero también es verdad que a veces se les va la mano y se ponen muy enojados cuando en la adolescencia luchamos enérgicamente por imponer nuestras ideas.