domingo, 3 de febrero de 2008

Nacido en Transilvania

Una constante en mi trabajo como psicoanalista es que muchos consultantes logran llegar a mí luego de realizar un esfuerzo tan grande como el que yo tuve que hacer para asumir que si el cirujano no me extirpaba la vesícula biliar, nunca más podría incluir en mi dieta el pescado frito y los helados.

Cuando estos pacientes llegan, están seguros de que desear la muerte de su profesora de física es un crimen imperdonable y que cuando me lo confiesen yo quedaré abrazado al perchero, con los ojos desorbitados y temblando de horror ante tanta maldad.

Al constatar que tolero bastante bien ese primer shock emocional, tantean con algún comentario referido a un lejano deseo homosexual, que sintieron hace muchos años, que ya está totalmente superado, que ni siquiera lo recuerdan bien.

A medida que pasa el tiempo y el monstruo empieza a convencerse de que nada me inmuta (o de que estoy sordo), va aumentando la apuesta, incluyendo que en verdad no se sentiría tan mal si falleciera su papá (sin sufrimiento, claro), que su tía siempre fue tan cariñosa que ha tenido sueños eróticos con ella y así continúa la escalada con un techo inevitable: ningún paciente, por degenerado que sea o se crea, jamás —¡mirá cómo te lo digo!— jamás puede hacer, pensar o decir algo que no sea humano.

En general no tengo coraje para confesarles que estamos irremediablemente encerrados en esta patética especie. Capaz que si me animara, ellos tampoco quedarían abrazados al perchero, con los ojos desorbitados y temblando de horror ante tanto infortunio.

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8 comentarios:

Anónimo dijo...

Tal como me pasó a mi. Me daba mucho miedo que alguien supiera sobre mis maldades, pero las maldades me estaban destruyendo porque no me animaba a contárselas ni a mis amigos más íntimos. Resulta que la tipa me oía como si estuviera lloviendo y yo contándole las aventuras sexuales que deseaba tener con gente sucial, cruel, ordinaria, brutal, sádica, maloliente, nada le importaba mucho. Demostraba que seguía viva cuando yo me callaba de golpe o decía una palabra más dicha.

Anónimo dijo...

Parece que no pero sí. Para muchas personas enfrentarse a un psicólogo es mucho más temible que hacer los preparativos para intervenirse quirúrgicamente. Quizá lo del cuerpo se maneja con mayor ajenidad que los psíquico.

En este blog se alienta mucho para que la gente aproveche todo lo bueno que existe en el psicoanálisis y me parece que el mensaje no puede llegar a todos los que el autor pretende porque hay como una especie de fobia incontrolable a cualquier intervención que pudiera develar contenidos más temibles que un bisturí en manos de alguien que uno casi no conoce y que, para peor, primero nos duerme para luego hacer lo que quiera.

Pero también es cierto que todos los que se operan después están mejor.

Anónimo dijo...

Yo tengo muchas cosas horribles para contar y lo hago metiendo comentarios en los blogs, diciendo cualquier barbaridad aunque el dueño me tire para afuera y me lo tache.

Los blogs son mi terapeuta, amenazo, insulto, meto lío entre un posteador y otro, invento chismes que no son verdad. Lo que más me gustaría en la vida es ver que todos se pelean con todos y luego irme a provocar otro despelote en alguna ciudad lejana.

Disfruto cuando la gente se mata a golpes, se recontroputea, gritan como endemoniados.

Cómo disfruto con la guerra, el escándalo, la violencia, los golpes, los estallidos, las cosas cuando se caen a pedazos, los choques con muchos heridos.

En la tele es lo único que me saca un poco del aburrimiento y por suerte cada vez hay más de esto en los noticieros.

Ahora me siento más tranquilo. Me gustó mucho decir todo esto. Ojalá que el psicólogo no me lo quite porque me gustaría que lo leyeran todos.

Anónimo dijo...

Un día me paso que un profesor nos invitó a su casa. Él era bastante afeminado y nos dimos coraje unos a otros por si nos proponía algo que no pudiéramos hacer, pero estábamos muy nerviosos y nos hicimos miles de conjeturas sobre cómo sería tener sexo con él y qué nos pediría que le hiciéramos y que tendríamos ganas nosotros de hacerle a él.

Cuando llegó el día, me tocó llegar primero pero pasaba el rato y los demás no aparecían. El profesor era muy simpático y se dio cuenta de que algo raro había y no hizo nada para ponerme en una situación difícil.

Sin embargo todo esto que al principio fue terrible pero que luego se fue serenando, terminó con algo que me dijo y que nunca más olvidé: "Las personas somos de lo peor aunque preferibles a cualquier mascota".

Anónimo dijo...

Cada vez me cuesta menos confesar que yo quería matar a mi madre, casrme con mi padre y tener muchos hijos con él. A veces lo miro sin que me vea y me pregunto ¿cómo puedo desear tanto a un tipo tan feo y mal vestido?

Ahora también me estoy preguntando qué pasaría si ellos supieran lo que estoy deseando.

Menos mal que no saben cómo usar la compu.

Anónimo dijo...

Lo que más me gustó de este texto es el hincapié que hace el autor en que nada que uno haga puede salirse de lo que significa ser humano. Ahí entendí por qué el Título es Nacido en Transilvania, porque creo que ahí se ubicaban las andanzas de Conde Drácula.

Me parece tranquilizador el entender que uno no es un monstruo simplemente porque no puede. Muchas películas de terror muestran la transformación horrible que sufre una persona hasta convertirse en un animal espantoso. A mi me impresionan mucho, al punto de que el video clip de Thriller de Michael Jackson, cuando llega a esa parte, no la miro.

Anónimo dijo...

tengo que hacer un esfuerzo grande para que no se me convierta en monstruo aquella persona que por motivos importantes me frustra

Anónimo dijo...

tengo que hacer un esfuerzo grande para que no se me convierta en monstruo aquella persona que por motivos importantes me frustra