Una denuncia que destruye la fama de alguien (caso «Woody Allen-violación»), nos complace porque mejora nuestra auto imagen.
Está en todos los medios de
comunicación (enero de 2014): «Woody Allen es un violador de menores».
Efectivamente, la historia fue contada por una hija adoptiva del
ex-Genial Director, Escritor, Actor, Judío y Músico norteamericano.
Si hiciéramos una votación, la mayoría estaríamos afirmando que la
víctima dice la verdad y que el ex-Gran Hombre es en realidad un abyecto gusano
de la peor calaña.
El sonido que imaginamos cuando cae un personaje encumbrado es adorable,
melodioso, fascinante, encantador, hipnótico.
Miles de millones de personas nos alegramos porque este hecho
periodístico nos permite pensar: «¿Vieron por qué soy tan intrascendente? ¡Yo
no abuso sexualmente de mis hijos!»
Confieso inescrupulosamente
que las películas de Woody Allen seguirán gustándome. Digan lo que digan.
Las creaciones humanas son
independientes de su autor. Tanto las buenas como las malas: ni una creación
inservible se convierte en maravillosa porque el autor es digno de amor, ni una
creación valiosa se estropea porque el autor es indigno de amor.
La caída de un ídolo es
maravillosa porque nos permite mejorar nuestra posición relativa respecto a él:
ganamos en auto imagen, disminuimos la envidia, se reducen las probabilidades
de padecer una depresión. En este sentido, y sin ninguna ironía, debemos
agradecerle a la hija supuestamente violada y a todos los medios de
comunicación que nos han permitido obtener estas ganancias.
Aunque lo único que debe
importarme es cuánto gané con la denuncia, por pura curiosidad, me pregunto:
¿Cuál habrá sido la ganancia de la denunciante?
(Este es el Artículo Nº 2.131)
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1 comentario:
Sigo admirando el cine de Woody Allen.
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