La principal razón por la que existen los apremios
físicos para extraer información urgente es que la ciencia aun no ha inventado
un procedimiento menos cruel.
La humanidad sufre la crueldad
de la tortura porque la ciencia aún no ha encontrado la manera de extraer la
información de alguien que se niega a entregarla.
Nunca podrá saberse, pero casi
todos los procedimientos de este estilo no ocurrirían si quienes necesitan obtener,
de forma urgente, una información importante pudieran obtenerla sin mortificar
a quien la posee y no está dispuesto a entregarla.
Los apremios físicos existen
porque quienes necesitan obtener cierta información con urgencia no cuentan con
otros recursos.
Hasta cierto punto, el
procedimiento se parece al que tenían que aplicar los cirujanos antes de la
invención de las anestesia: el suplicio de los pacientes era inevitable porque
se consideraba importante salvar su vida a como diera lugar.
Sin embargo, la tortura tiene
otro componente imposible de aceptar: la supuesta intención sádica de los
ejecutantes.
La víctima y los allegados a
ella no pueden evitar pensar que el sufrimiento responde más a un placer
personal, patológico y perverso del torturador. Es casi imposible que los
mártires acepten la hipótesis de que todo sería diferente si los torturadores
poseyeran otra forma menos horrorosa de obtener la información que necesitan.
La hipótesis inevitable de que
los torturadores disfrutan causando dolor tiene su principal fuente de
inspiración en los deseos sádicos que todos tenemos, más o menos contenidos.
Para conocernos, solo
necesitamos escuchar las conversaciones indignadas de quienes creer poseer una
fórmula infalible para frenar la delincuencia. La ancianita más beata guarda en
su corazón deseos tan sádicos que, si se postulara para un cargo de torturadora
sería descalificada por exceso de celo.
(Este es el Artículo Nº 2.136)
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