domingo, 23 de febrero de 2014

La biblia de metal

Iglesia, ceremonia, cura gordo, con barba desprolija, cejas muy pobladas, nariz ancha, carnosa, abultada. Viste los hábitos de forma irregular, corridos hacia un costado. Está despeinado. Los contrayentes parecen asustados. Se toman de la mano como si uno fuera el bastón del otro. El cura lee una biblia metálica y al pasar las hojas se siente un sonido ¡plac!, que rebota en las paredes de piedra de la catedral medieval. Lee con monotonía. La fonética es española pero nadie entiende lo que dice, excepto los novios, quienes se aterrorizan, aferrándose las manos frías y húmedas. Instintivamente, ella intenta acercarse más al futuro esposo. ¡Plac!, ¡plac! La mirada del sacerdote es amenazante. Tampoco es posible leerle los labios porque están cubiertos por la barba. Observando las extensas pausas, quizá sea asmático. Las recomendaciones son muchas, notoriamente amenazantes, porque cada vez aumenta más la voz, aunque sin mejorar la confusa dicción. Finalmente, cierra la biblia con un estruendo. Se da vuelta con displicencia y, desde lejos, la tira sobre una mesa antigua ¡Blummmm! Vuelve a mirarlos, más a ella que a él. Suspira como aburrido, como un burócrata, como desconforme con la tarea. Apoya las manos en una angosta placa de mármol que se sustenta sobre varias columnas enanas. Mira a los jóvenes con desprecio. Se produce un silencio expectante. Los invitados contienen el aire. Una puerta lejana rechina porque alguien la abrió sin saber de esta ceremonia. Repentinamente el sacerdote emite un eructo ensordecedor, prolongado, articulando más palabras inentendibles. Su mirada se serena, los novios se miran llenos de alegría, de ilusión, de esperanza. El público rompe en un aplauso. Algunos de ponen de pie para ovacionar. El sacerdote avanza hacia los novios. Los tres se abrazan moviéndose como si bailaran un ritmo juguetón. Aquel cura bestial parece ahora un niño gordito, travieso, humano, compinche, divertido, feliz. Muy feliz.

Salen de la nave central. El sacerdote apoya desconsideradamente su enorme brazo sobre el hombro de la muchacha. Acercándose a su oído, le dijo: «Podemos seguir amándonos porque continúas soltera». Con una sonrisa angelical, Mariana acarició la mano que aplastaba su hombro.

(Este es el Artículo Nº 2.148)


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