Me refiero al acto de mentir como si fuera legítimo
porque la falsedad es una reacción inevitable contra la intolerancia.
Mentir es una actividad
necesaria porque quienes nos rodean no están permanentemente dispuestos a
aceptar cómo somos y a legitimar nuestros gustos.
La mentira surge por una suerte
de intolerancia a quienes piensan, sienten y desean diferente.
Quien no puede entender ni
admitir que otros piensen, sientan y deseen de forma diferente a la suya,
adoptan una actitud agresiva como si esas diferencias constituyeran realmente
un cuestionamiento a sus preferencias.
Por ejemplo, si yo fuera
vegetariano e intolerante, quizá ataque a quienes coman carne por interpretar
que su actitud encierra una crítica velada, oculta, disimulada a mi preferencia
por los alimentos vegetales.
Dependiendo de quiénes nos
rodean, la necesidad de mentir puede ser mayor o menor.
Esta necesidad también depende
de cuán especiales sean mis creencias, gustos, elecciones.
En otras palabras, la mentira
procura suavizar los desniveles que nos separan de los demás. Mentimos para
acercarnos a los demás o para evitar que se alejen.
Mentimos porque no tenemos más
remedio, por obligación, porque nos sentimos con derecho a satisfacernos aún
cuando algunas personas nos reprueben.
Como en tantas otras
actividades, a veces perdemos la noción
de medida y, creyendo que somos capaces de abarcar más y más tareas, aumentamos
nuestra generación de falsedades hasta un punto en el que perdemos la eficacia
que teníamos cuando dicha producción era menor.
Como usted puede ver estoy
comparando, igualando, asemejando, a la producción de falsedades con otras
acciones menos condenables, como son trabajar, producir, gestionar, estudiar,
tener hijos, ampliar nuestro negocio.
Como usted puede ver también, me
refiero a una acción condenable (mentir) como si fuera satisfactoria.
Lo planteo de este modo porque
la falsedad es inevitable cuando la tolerancia es baja.
(Este es el Artículo Nº 2.001)
●●●
No hay comentarios.:
Publicar un comentario