En nuestro inconsciente colectivo asociamos los
apremios físicos para extraer información, (tortura), con las exigencias
pedagógicas para incorporar información.
Recientemente publiqué un
artículo (1) en el que comentaba una reflexión sobre el terrible fenómeno de
los apremios físicos aplicados por quienes necesitan obtener información, urgente
y relevante, de personas que no quieren darlas (secretos personales, delitos,
confabulaciones, atentados, complots, conspiraciones, terrorismo).
El eje de esa reflexión es
simplemente resaltar el hecho de que la ciencia aun no ha encontrado una manera
menos cruenta de obtener la información que alguien conoce, pero que se niega a
compartirla.
Latinoamérica tiene bajos niveles
de educación pública y también ha sufrido múltiples atentados a los Derechos
Humanos, perpetrados por gobernantes y guerrilleros que apelaron a estas
técnicas de extraer información de los enemigos prisioneros.
La obtención de información
por métodos crueles es una herida que sigue abierta en nuestros pueblos. Cuando
esto ocurre, la sensibilidad se sale de la normalidad, a tal punto que quedamos
predispuestos a exagerar cualquier hecho que evoque aquellas prácticas inhumanas
(la tortura).
Es por esta hipersensibilidad
ante la obtención de información mediante apremios físicos que tampoco podemos
tolerar el fenómeno opuesto, esto es, pedir a nuestros estudiantes mayor
aplicación en el estudio.
Tanto quitar como dar información
mediante alguna imposición de cualquier tipo, (desde las más primitivas y
salvajes (castigos), hasta las disciplinas estudiantiles imprescindibles para
elevar el rendimiento de los alumnos), provocan en los pueblos el doloroso
recuerdo de los atropellos a los Derechos Humanos.
En otras palabras: Tanto rechazamos
los apremios físicos, que ni siquiera aceptamos la disciplina, la exigencia, la
corrección de los errores ortográficos, la superación de niveles básicos de
aprendizaje.
La hipersensibilidad
traumática ante la tortura, que enlutó nuestra historia reciente, nos mantiene
en un estado de parálisis neurótica, indolencia, bajo profesionalismo de los
maestros y de los profesores.
Reclamar más dedicación al
estudio está asociado, inconscientemente, a exigir la confesión de los rehenes mediante
tortura, como si los docentes fueran torturadores.
La mejoría de este fenómeno
está dificultada por dos razones:
1) Porque no queremos ni hablar
de los apremios físicos, no podremos elaborar el duelo por la dignidad que
perdimos. Aquella vergüenza colectiva sobrevivirá como un temible fantasma, y
2) Ningún estudiante, de
ninguna generación, hará algo por aumentar los requerimientos pedagógicos. Por
lo tanto, intentarán que ese temible fantasma bloqueen los intentos de las autoridades
educativas por aumentar las exigencias.
(Este es el Artículo Nº 2.137)
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