domingo, 9 de febrero de 2014

El puño intangible

Mariana se asustó y no pudo detenerse.

Cuando apoyó su nariz sobre la espalda de Él, sintió que un puño le entraba por la cabeza, que le recorría el tórax y que, al llegar a la pelvis, le apretaba la vulva con tanta fuerza que instintivamente echó los glúteos hacia atrás, como si así pudiera zafar del descomunal agarro.

Primero sintió una corriente fría en la cara, enseguida una ola de calor sofocante. Algo rozaba los pómulos raspándolos sin clemencia. La inesperada presión genital pareció anestesiarse por un instante, pero pronto volvió la sensación de apretura, de puño que exprime.

Llevó una mano al estómago para constatar que dentro de este algo se movía como una bola maciza.

Una corriente eléctrica surgió de la mitad de la columna vertebral y subió como una víbora hacia el cuero cabelludo, erizándole los pelos de la nuca y aportándole sensibilidad al manto piloso central.

Todo ocurrió en pocos segundos. Tan pocos como para no poder entenderlo. El puño seguía aferrándole la vulva pero esta ya estaba acostumbrándose al inescrupuloso abordaje.

No se animó a oler nuevamente la espalda, aunque podría haberlo hecho porque Él desconocía las peripecias que atormetaban a Mariana.

Cuando el cuerpo comenzó a recobrar la sensibilidad habitual, la muchacha se sintió tentada a oler de nuevo la piel blanca y lampiña.

Otra vez aparecieron sensaciones extrañas, aunque con menor voluptuosidad, descaro, violencia, atrevimiento.

Mariana deslizó su mano derecha dentro la braga solo para confirmar que efectivamente estaba en el máximo de excitación.

Abrió los ojos porque se sintió observada. Una monja que la miraba le frunció la nariz con gesto pícaro y cómplice. El tren se detuvo y todos huyeron hacia el andén. Otros, contra la corriente, como salmones, treparon sobre los que salían para desovar en los asientos tibios.

(Este es el Artículo Nº 2.135)


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