jueves, 31 de octubre de 2013

La violencia es barata pero no rinde


Usamos la violencia para eliminar las situaciones inconvenientes que no podemos comprender por falta de desarrollo intelectual y de madurez emocional.

Existen razones muy importantes para que los humanos usemos la violencia física, brutal y despiadada.

— Puede ser entendida y aplicada por personas de muy bajos niveles de educación;
— El miedo (provocado por la violencia) es un sentimiento altamente efectivo, paralizante, disuasivo, que está fuera del control de quien lo padece;
— Requiere escasos recursos económicos (por eso resulta accesible para una mayoría de personas).

Las políticas que se aplican universalmente para controlar y desestimular el consumo de drogas psico-activas (cocaína, marihuana, anfetaminas), son fundamentalmente violentas.

Una técnica que suele funcionar muy bien para estudiar los fenómenos sociales consiste en dejar de lado los juicios de valor (bueno, malo, perverso, ideal, positivo) adoptando una postura lo suficientemente humilde como para poder reconocer que el hecho que nos ocupa está funcionando perfectamente bien (porque para que permanezca tiene que ser viable, armónico, coherente, saludable), a pesar de que no podemos comprenderlo aún.

Lo digo de otra forma:

Los juicios de valor son reacciones arrogantes que nos someten, nos atan, nos encarcelan.

Nuestra mente difícilmente pueda funcionar inteligentemente cuando confunde «lo que es» con lo que «debería ser».

Algo que ocurre con el fenómeno del narcotráfico es que lo encaramos con una mente obnubilada por:

— el escándalo mediático referido a la corrupción de sus actores, a una especie de lucha mística entre «el bien y el mal»;

— la envidia que sentimos hacia quienes gozan consumiendo y hacia quienes se enriquecen inescrupulosamente;

—  la convicción de que la violencia (represión) brutal, ciega, demoledora, realmente es efectiva, radical, infalible.

Tanto en el narcotráfico como en nuestra economía personal, la violencia es una solución tan barata como ineficiente.

Lo único efectivo es desarrollar (estimular, patrocinar) la responsabilidad individual.

(Este es el Artículo Nº 2.066)


miércoles, 30 de octubre de 2013

El extraño negocio de cobrar valores honoríficos


Los varones aceptamos exponernos a grandes riesgos a cambio de ser honrados con algún distintivo que atraiga el amor del colectivo.

La imagen de este artículo es de algún personaje importante, vistosamente retratado al óleo, que luce una cantidad de condecoraciones militares.

Es probable que esta persona haya arriesgado su vida por defender a quien le concedió esos premios honoríficos. Si no arriesgó la vida, algo importante habrá arriesgado a favor de quienes le pagaron dándole esos distintivos que él se enorgullece de poder vestir.

Con mentalidad muy materialista y mercantilista, estoy casi seguro de que, el homenajeado,  puso en riesgo algo que vale mucho más que esas medallas con las que le pagaron.

¿Qué extraño negocio hizo este señor para estar feliz recibiendo menos de lo que entrega?

Creo que la respuesta que a todos nos viene a la mente incluye el refrán que dice «No solo de pan vive el hombre».

Los seres humanos somos grandes consumidores de amor: lo necesitamos, casi, con desesperación.

En el concepto “amor” están incluidos: la admiración de los demás, los gestos de aprobación de personajes importantes, la potencial elección de mujeres que podrían elegirnos para padres de sus hijos.

Al expresar esto último, observemos que los usuarios de estos adornos honoríficos siempre son varones. Forma parte de la idiosincrasia masculina postularnos para que las mujeres nos tengan en cuenta al elegir al padre de sus hijos.

Por lo tanto, el negocio comienza a entenderse si las ganancias pertenecen a una categoría no económica en la que están presentes aspectos tan profundos y esenciales como son los que refieren a la conservación de la especie.

También podemos entender la inteligencia del negocio si tenemos en cuenta que, en el colectivo al que pertenece el homenajeado, nadie más puede usar esos adornos.

(Este es el Artículo Nº 2.065)


martes, 29 de octubre de 2013

La medicina como metáfora de la policía


Nuestra inteligencia, confundida por las metáforas, puede razonar que es más fácil descubrir y controlar delincuentes que microbios.

En otros artículos (1) he mencionado algo sobre los beneficios y contra-indicaciones de las metáforas.

Resumidamente, estas comparaciones nos permiten facilitar la comprensión de nuevos conocimientos, tomando como referencia a los ya sabidos, pero resulta que nuestra tendencia a simplificarlo todo nos lleva a creer que aquello que comparamos diciendo «esto nuevo se parece a esto ya conocido» da lugar a que infinidad de cerebros entiendan que «esto nuevo es IDÉNTICO a esto ya conocido».

Una de las comparaciones-metáforas más populares es la de entender que la medicina es la ciencia encargada de combatir nuestras enfermedades, por lo cual, para entender mejor, podemos pensar que «la Medicina es un ejército de gente que lucha contra los microbios».

Hasta acá, todo es muy razonable, didáctico, maravillosamente entendible. Con esta técnica pedagógica casi nadie se quedará sin entender qué es la Medicina, siempre y cuando sepa que los ejércitos son empleados públicos encargados de defender el territorio nacional de posibles ataques desestabilizadores de las instituciones o violadores de la soberanía.

En casi cualquier cabeza se desarrolla una reflexión interesante: Si los empleados públicos militares combaten eficazmente a los microbios que son tan pequeños, ¿por qué, entonces, los empleados públicos policías no son capaces de combatir a los enormes delincuentes?

La reflexión continúa: Si los médicos pueden ver, atacar y combatir a enemigos microscópicos, los policías ¿no pueden ver, atacar y combatir enemigos mucho más visibles? Para peor, se dice que los microbios nos atacan por millones, pero los delincuentes no nos atacan por millones, son relativamente pocos.

Estas reflexiones, de las que nunca se habla, alientan la sensación de inseguridad ciudadana, a la vez que la Medicina recibe más aprobación, clientes y dinero.



(Este es el Artículo Nº 2.064)


lunes, 28 de octubre de 2013

Las necesarias falsedades educativas


Las metáforas, al provocarnos una ilusión de sabiduría, nos mantienen equivocados pero convencidos de que ya sabemos todo.

Cuando alguien «dice una cosa por otra», o miente o usa una metáfora.

De esto deducimos que una metáfora es una mentira aunque, en los hechos, no tiene por función falsear la realidad sino explicar, aclarar, ayudar a entender al destinatario.

Las metáforas, cuya definición del Diccionario de la Real Academia Española, dice: «Tropo que consiste en trasladar el sentido recto de las voces a otro figurado, en virtud de una comparación tácita; p. ej., Las perlas del rocío. La primavera de la vida. Refrenar las pasiones», (las metáforas, repito) son especialmente utilizadas como recurso didáctico porque la enseñanza debe apoyarse en lo que el alumno ya conoce.

Cuando el maestro le enseña al niño qué es una nación, puede decirle que es como su familia, solo que mucho más grande. En este caso: familia es una metáfora de nación.

Volviendo al principio, si metáfora es «decir una cosa por otra», igual que mentir, entonces es posible decir, por simple deducción, que para enseñar tenemos que mentir.

Retomando el ejemplo anterior, no es cierto que una nación sea como una gran familia. Una nación funciona de una manera muy distinta a como funciona una familia.

Cuando en nuestra más tierna infancia recibimos esas maravillas pedagógicas, gracias a la cual podemos salir de la escuela con el ánimo de demostrarle a todo el mundo cómo ahora lo sabemos todo sobre el concepto «nación», el efecto hipnótico de la comprensión mediante una metáfora puede acompañarnos hasta la muerte.

Las metáforas, a las que recurro muchas veces a pesar de lo que estoy ahora diciendo en su contra, al instalarnos esa ilusión de sabiduría, nos mantendrán equivocados pero convencidos de que ya sabemos todo.

(Este es el Artículo Nº 2.063)


domingo, 27 de octubre de 2013

La envidia a Mariana


Envidio a Mariana porque nunca supo qué son las penurias económicas.

El padre fundó la empresa metalúrgica más grande del pequeño país donde aún vive, ya retirado, jugando con sus nietos, sus perros y sus gatos, los que, a su vez, juegan entre ellos.

También envidié a Mariana porque bailaba maravillosamente. Nunca pude hablarle, pero mirarla era inevitable. Como si fuera un sol, varios girábamos en torno a ella. Por lo distante, yo vendría a representar a Plutón.

Su risa era contagiosa y también la envidiaba porque yo solo contagio mis bostezos.

Cursó Ingeniería de Sistemas en los cinco años previstos por la Universidad. Perdió dos exámenes porque se presentó a ellos sin haber dormido. Bailaba tan bien porque le gustaba mucho bailar.

Su papá quiso preparar a sus dos hijos mayores pero estos no querían saber nada con los negocios y se llevaban bastante mal con el viejo.

A pesar de su machismo, el empresario tuvo que pensar en Mariana y esta le aceptó el planteamiento, con mucho menos ceremonia de la que el padre esperaba. En seis o siete meses de trabajar junto a él, la joven captó la esencia de cómo ganar dinero con aquella fábrica de muebles metálicos.

Antes de que el dueño se retirara, Mariana le pidió que le consiguiera información sobre un empleado flaquito, de bigotes, serio y callado.

Obtenida la información, la joven lo llamó a su despacho y le dijo que lo deseaba para padre de sus hijos, sin que eso implicara ningún cambio en el nivel salarial y jerárquico dentro de la empresa.

A los dos días, los padres del joven le pidieron una entrevista y, muy prolijos y formales, se presentaron en el despacho a la hora agendada.

Le preguntaron a la propietaria sobre cuáles eran sus intenciones respecto al hijo y ella les repitió lo mismo que le había dicho al joven. Los ancianos se miraban sin saber qué decir. Finalmente, la saludaron con gestos ceremoniosos y se fueron.

Mariana entendió que en este terreno era incompetente. No era así que se resolvía su necesidad biológica de ser madre. Peor aún, el fracaso la estimuló para insistir con este infrecuente planteo.

El joven pidió ayuda al sindicato y la gerenta recibió una comitiva que le exigió  la inmediata suspensión del acoso al trabajador. Ella no podía creer que la seducción que nos mantenía a todos como sus satélites hubiera dejado de funcionar.

Claro que, después, no sé cómo hizo, pero apareció embarazada de alguien sobre el que no pude influir para que a ella le fuera un poquito mal y dejara de provocarme tanta envidia.

(Este es el Artículo Nº 2.062)


sábado, 26 de octubre de 2013

Por qué existe lo sagrado


La incertidumbre nos molesta y hacemos cualquier cosa para evitarla. Sacralizamos para no pensar; convertimos en sagrado lo que preferimos desconocer.

La palabra ‘sacralizar’ significa “dar carácter sagrado a lo que no lo tenía”, y, a su vez, se considera que algo o alguien es ‘sagrado’ porque “inspira veneración y respeto”.

Estas ideas nos hacen pensar en esa actitud que solemos adoptar los humanos cuando queremos que algo o alguien reciba un tratamiento especial, diferente al que reciben todos sus semejantes.

Ese tratamiento especial suele consistir, por ejemplo, en no señalar sus defectos, en justificar con pasión sus inocultables errores, en tomarlo como ejemplo, (inclusive forzando los hechos); idealizando su imagen, su recuerdo; entronizando su figura como se hace con los héroes.

Probablemente, todo esto ocurre porque, en el fondo, queremos evitar la incertidumbre, la duda, la inseguridad del día-a-día. Sacralizamos a alguien o a algo porque querríamos que existan más certezas de las que tenemos.

Las verdaderas certezas son demasiado pocas: que mañana será otro día, que todo cae y que nada flota en el aire durante mucho tiempo, que algún día moriremos. Quizá usted pueda agregar alguna otra certeza confirmada, pero yo no recuerdo ninguna otra.

La duda consiste en esa mortificante búsqueda errática de la verdad definitiva, concluyente..., fuera de toda duda.

Cuando sacralizamos a alguien, o a algo (persona, dios, mito, interpretación histórica), generamos, por consenso, una certeza artificial, fabricada deliberadamente, una mentira con jerarquía de verdad.

Al sacralizar le ponemos un palo en la rueda al progreso sobre eso que sacralizamos. Ya nunca más podremos investigar sobre esa persona, o mito, o interpretación histórica. Al convertirlo en ‘verdad sagrada’ le ponemos un punto final al tema porque no queremos seguir discutiendo, pensando, DUDANDO.

En suma: sacralizamos para no pensar; convertimos en sagrado lo que preferimos desconocer.

(Este es el Artículo Nº 2.061)


viernes, 25 de octubre de 2013

Todos somos revolucionarios


El fenómeno vida nos causa molestias, naturales e inevitables, para que nos adaptemos a una realidad que cambia permanentemente.

En algún artículo o video les he comentado una de las pocas verdades incuestionables: los seres humanos no nos oponemos a los cambios en general, solo nos oponemos a los cambios perjudiciales.

Si estamos viviendo en una casa pequeña, oscura, incómoda, ruidosa, fría en invierno y cálida en verano, lejana a cualquier centro poblado, querremos participar en cualquier cambio que implique acceder a una vivienda amplia, luminosa, cómoda, silenciosa, fresca en verano y abrigada en invierno, próxima a los centros poblados.

Cualquier ser humano se resistirá al cambio consistente en abandonar la casa agradable para ir a vivir a una casa desagradable.

En suma: los seres humanos somos fanáticos de los cambios, las revoluciones, las alternativas, si, y solo si, esos cambios, revoluciones y alternativas constituyen un beneficio.

Se dice que «todo tiempo pasado fue mejor» y esto no es realmente así. Lo que sí parece verdadero es que cuando estamos desconformes con lo que nos toca vivir, imaginamos que hemos sufrido un cambio imperceptible pero muy perjudicial, por culpa del cual aquí estamos: molestos con esta realidad que nos rodea.

En términos muy generales, lo que suele ocurrir es que, como digo en un blog especializado en el tema, VIVIR DUELE, esto es, no existe ninguna forma de vivir con cero molestias. Permanentemente estamos sintiendo algo incómodo: cansancio, aburrimiento, hambre, desconfianza, vergüenza, nostalgia, incertidumbre, hipocondría, celos, envidia, deseos de venganza, indignación, humillación, enojo, y otras piedras en el zapato similares.

Este presente incómodo debe ser así porque el fenómeno vida se vale de las molestias naturales para que nos adaptemos al cambio continuo de la realidad que nos rodea.

Soñamos con un cambio imposible: librarnos de las molestias inevitables.

(Este es el Artículo Nº 2.060)


jueves, 24 de octubre de 2013

Una ventaja de enfermar

  
Las frustraciones nos ayudan a vivir, quizá somos longevos porque a menudo nos enfermarnos y sin ambas condiciones viviríamos mal.

Alguien ha dicho que el ser humano es un animal enfermo. Quizá no sería tan exagerado decir que el ser humano es un animal un poco más enfermo que los demás.

Me parece que algo estamos haciendo bien porque, si bien adolecemos de múltiples deficiencias, vulnerabilidades, accidentes, somos una de las especies más longevas.

Claro que no podemos compararnos con el ser vivo más longevo, al que se le calcula una edad de 100.000 (leyó bien: cien mil años). La Posidonia oceánica (1), es un vegetal que se extiende en el fondo de Mar Mediterráneo y que ocupa grandes extensiones.

También perdemos en expectativa de vida con varios árboles, pero los humanos, enfermizos y todo, sobrevivimos a casi todos los animales que nos rodean (perros, gatos, pájaros, peces, vacunos, equinos).

Estas reflexiones rodean a un tema que vengo comentándoles estos últimos tiempos (2) y que refiere a la necesidad que tenemos de padecer algo de insatisfacción, algo de frustración, para que nuestros deseos y necesidades nunca se agoten totalmente.

No debería extrañarnos que nuestra predisposición a enfermarnos esté asociada a esa longevidad que nos ubica entre los animales más duraderos.

En otra palabras: somos animales muy enfermos pero también somos animales que vivimos más años que otros más sanos.

Es razonable establecer una relación de causalidad entre una y otra característica, es decir: vivimos muchos años porque tenemos una mala salud.

Podría pensarse que si fuera cierto que nos conviene quedar un poco insatisfechos y un poco frustrados con la satisfacción de nuestras necesidades y deseos, las enfermedades son una fuente inagotable de insatisfacciones y frustraciones.

En suma: quizá somos longevos porque estamos muy expuestos a enfermarnos y esto es bueno.




(Este es el Artículo Nº 2.059)


miércoles, 23 de octubre de 2013

Deseos y frustraciones


Necesitamos tener deseos e intentar satisfacerlos, pero no del todo. Necesitamos tener frustraciones para que los deseos nunca desaparezcan.

¡Cuidado, no sea cosa que algún día de estos nos quedemos sin alguna frustración!!

Lo repito en otras palabras porque esta idea va a contrapelo del sentido común: ¡Combatamos enérgicamente la cancelación total de nuestros deseos!, ¡no permitamos que alguien se quede sin deseos insatisfechos!, ¡tratemos, con moderada cortesía, a quienes, día a día, se empeñan en frustrarnos!

Si usted cree haber entendido la proclama anterior continúe leyendo pues voy a fundamentar por qué no debemos renunciar a las frustraciones propias y ajenas.

Existe una técnica pictórica que consiste en la generación de imágenes que, a primera vista, parecen una cosa, pero que si las observamos detenidamente constatamos que se tratan de otra. Wikipedia lo explica bien (1).

En el caso de defender la insatisfacción total del deseo ocurre algo similar a la mencionada técnica pictórica: por un lado estamos defendiendo la frustración pero simultáneamente tenemos que combatirla, pero sin hacerla desaparecer del todo.

Lo digo de otro modo: necesitamos tener deseos para que nuestro cuerpo esté provisto de la energía vital que necesitamos para estar vivos, enérgicos, entusiastas, pero logramos estos beneficios (el entusiasmo, por ejemplo), cuando tratamos de satisfacer dicho deseo, pero claro, si intentamos cancelarlo del todo sepamos que la cancelación total de dicho deseo nos acarreará la apatía, el desgano, una sentimiento depresivo, triste, sin entusiasmo.

La situación es ambivalente y podremos comprenderla si, y solo si, toleramos convivir con la ambivalencia, con la contradicción.

La figura de la imagen representa a una construcción de madera que, si la observamos detenidamente podremos darnos cuenta que su existencia real es imposible. Algo similar ocurre con esta administración del deseo: debemos intentar cancelarlo, pero eso sí: nunca totalmente.


(Este es el Artículo Nº 2.058)


martes, 22 de octubre de 2013

La sátira política



 
La sátira política refuerza el poder de los gobernantes porque el pueblo termina creyendo que sus actos de corrupción son humorísticos.

Este artículo está vinculado temáticamente a otro (1) en el que también hago mención a la función simbólica de la mente, por la cual la sabiduría popular llega a la conclusión metafórica de que «Perro que ladra no muerde».

En el mencionado artículo hago hincapié en el hecho de que los juegos bélicos son útiles para tramitar eficazmente la agresividad humana y que, con su uso, evitaríamos muchos actos de violencia real e irreversibles.

La mencionada vinculación temática de este artículo está dada porque les haré un comentario sobre las divertidas burlas que algunos artistas hacen de los políticos.

Como espectadores aplaudimos esas actuaciones por varios motivos:

El primero, y el más obvio, festejamos la genuina diversión que nos provocan.

En segundo, porque también somos capaces de reírnos por los nervios, el miedo, la sorpresa. Cuando pensamos «¿Cómo esta persona se atreve a decir lo que dice, para que todos lo oigan, y seguramente también la víctima?», sentimos miedo ajeno. Suponemos que el poderoso gobernante aplicará todo el poder del Estado para castigar el atrevimiento de quien osa burlarse de él.

En tercer lugar, aplaudimos porque seguramente queremos alentar a este suicida que parece defendernos de los abusos de poder de quienes nos gobiernan.

En cuarto lugar, también festejamos pertenecer a un país donde la libertad de expresión llega al límite tan insólito de ofender groseramente y que nada le ocurra al agresor.

En quinto lugar, —y esto es más difícil de percibir—, porque nos ponemos en el lugar del gobernante de quien el actor se burla. ¡Ya desearíamos para nosotros tanta madurez emocional de no enojarnos!

En suma: La sátira política refuerza el poder de los poderosos.

 
(Este es el Artículo Nº 2.057)

lunes, 21 de octubre de 2013

El amor a los proveedores

 
Puede pensarse que el amor, por ejemplo entre padres e hijos, suele surgir hacia quienes satisfacen nuestras necesidades.

Describiré algo que todos ya conocemos, pero desde otro punto de vista, tan válido como el más popular, pero que, por entrar en contradicción con el más popular, puede generar algún tipo de rechazo entre quienes poseen el umbral más bajo de tolerancia a lo diferente.

Está en la naturaleza humana una necesidad muy intensa de tener hijos.

Los hombres y las mujeres tenemos rasgos sexuales tan diferentes que, si bien compartimos esta necesidad, no la sentimos de igual forma: los varones deseamos tener hijos para perpetuar el linaje, (manifestado en el apellido), y las mujeres desean tener hijos porque son quienes realmente los producen: el aparato reproductor de los mamíferos está, en un 90%, instalado en el cuerpo de la hembra.

Por lo tanto, si varones y mujeres necesitamos tener hijos, cuando los tenemos llegamos a la situación de que nuestros hijos vienen a satisfacernos una necesidad; nuestros hijos nos salvan de una carencia, de una frustración.

Salvando las distancias, los hijos nos resuelven una necesidad de modo similar a como también nos las resuelven los proveedores: productores de alimentos, de vestimenta, de viviendas, vendedores de servicios de salud, de comunicación, de seguridad.

Ante este planteo es posible decir que a nuestros hijos deberíamos pagarles por satisfacer nuestra necesidad de tener hijos.

En los hechos, esto ocurre pues, en casi todos los casos, los padres nos encargamos de atender lo que nuestros hijos necesitan, realizando los esfuerzos físicos o económicos que demanden, y en la medida que estén dentro de nuestras posibilidades.

Con esta presentación de lo que todos conocemos, podemos concluir que el amor, (de padres a hijos y viceversa), es un sentimiento que surge hacia quienes satisfacen nuestras necesidades.

(Este es el Artículo Nº 2.056)


domingo, 20 de octubre de 2013

Madre de alquiler



 
Hoy Mariana cumple años y piensa, tarea esta que ha hecho pocas veces en su vida.

Mirando el techo, con ambas manos como almohadas, recuerda a la abuela, al padre, al almacenero con quien regateaba exitosamente el precio de los caramelos, a doña Esther, que era esquizofrénica, rechazada por todo el barrio, pero que Mariana aceptaba de buen grado porque le gustaba ir contra la corriente, pero también porque Esther le dedicaba muchas horas a peinarla mientras le contaba historias, incoherentes para todo el mundo menos para la niña.

Con una de las almohadas se palpa el abdomen; blando, flaco, que a veces se mueve, que otras veces late, como si fuera un segundo corazón, que siempre respira al compás de los pulmones. Lo palpa y recuerda los embarazos, no tanto en el orden cronológico sino siguiendo el curso errático de su memoria afectiva.

— ¿Dónde andarán mis hijos?—, se pregunta sin dramatismos— ¿estarán todos vivos?, ¿alguno estará pensando en mi?, ¿cuál me querrá más?, ¿alguno me querrá?, ¿cuál será el más resentido?

Mariana ha tenido una vida fuera de lo normal y, sin embargo, siempre tuvo la sensación de que el azar la ponía en las mismas situaciones: vinculándose con mujeres que no podían tener hijos pero que estaban llenas de amor maternal.

Con su escasa educación, la muchacha tenía una creencia: las mujeres estériles aman la paz y no quedan embarazadas porque huyen de la violencia sexual.

Ese destino, que se repetía sin que ella lo buscara, la inducía a tener hijos para calmar la sed maternal de esas mujeres más pacifistas que ella. Quizá podría decirse: de esas mujeres menos agresivas que ella.

Así ocurrió varias veces: seducía a un varón que le gustara, se hacía embarazar y luego se dedicaba a encontrar una familia para el bebé.

Mariana creía que cuanto más violento era el acto sexual, más fuerte y sano era el semen fecundador. Con una buena semilla se tienen hijos hermosos.

Así tuvo y donó mucho niños; en la mayoría de los casos lograba que la familia adoptante le permitiera seguir visitando a su hijo biológico. En otros, no.

Hoy cumple sus primeros 29 años, mira el techo de su celda por matar a un desgraciado que quizo ser violento cuando ella ya estaba embarazada.

(Este es el Artículo Nº 2.055)