domingo, 6 de octubre de 2013

El mensaje indescifrable

 
Al poco tiempo de terminada la Segunda Guerra Mundial, los creadores de Enigma, la máquina del espionaje nazi, huyeron hacia un pequeño poblado de Suiza, que ya tenían previsto por si perdían la guerra.

Todos pertenecían al servicio secreto del nazismo y se llevaron consigo grandes sumas de dinero, para asegurarse una vejez (económicamente) tranquila.

Al tiempo de haberse afincado en esa pequeña ciudad campesina, rodeados de gente sencilla, amistosa, ingenua, buscaron entretenerse poniendo en juego las destrezas militares que los habían encumbrado en tan selecta unidad especializada.

Así fue como organizaron un concurso, consistente en redactar chismes locales encriptados, es decir, utilizando alguna clave que el ingenio de los organizadores debía desentrañar.

El premio era más bien simbólico: una hermosa pistola del cuerpo de combate de élite.

A poco de inaugurado el certamen, llegó una propuesta.

Este primer mensaje había sido escrito con rasgos cuneiformes, propios de la cultura egipcia, con muy pocos signos repetidos, notoriamente ordenados en columnas, donde la intensidad del trazo no agregaba valor de significación.

Los organizadores estuvieron trabajando cerca de treinta días hasta que lograron descifrar el siguiente mensaje: «Uno de nosotros está comunicándose con un agente de quienes nos persiguen».

Este mensaje empañó lo que había comenzado siendo una diversión de militares prematuramente jubilados.

Se sucedieron urgentes reuniones para saber quién había enviado el mensaje, pero fue imposible saberlo. Los más paranoicos desconfiaban hasta de su propia sombra. Los más serenos trataban de calmarlos porque, nada más delator que un desconfiado exaltado.

Por otro lado, el primer premio, (la pistola), seguía vacante porque solo sería concedido a quien presentara un mensaje indescifrable.

Como a los veinte días de haber descubierto la primera propuesta participante, apareció otro mensaje, el que habría sido confeccionado luego de saber qué dificultades presentaba el anterior.

En este caso, era evidente que había sido escrito en lengua sumeria, ingeniosamente mezclada en zigzag con lengua maya. En este caso, se repetían varios signos, pero pronto supusieron que no aportaban significación sino que solo intentaban confundir a los analistas.

A los 50 días de trabajo, progresivamente más intenso, los encriptólogos más capaces empezaron a dar muestras de fatiga. Ya discutían entre ellos, a veces en términos soeces. El colmo ocurrió cuando un general silabeó una aseveración marcando el compás con suaves golpecitos en el hombro del destinatario. Esto enardeció a los implicados y tres colegas tuvieron que forcejear para evitar un escándalo.

A los 71 días, visiblemente contrariados, el jurado evaluador de los mensajes ocultos decidió, por 4 votos a favor y uno en contra, declarar que existía un ganador.

A pocos minutos de conocido el fallo se presentó el emisor, visiblemente eufórico. Reveló al jurado el texto del mensaje y cuál había sido la fórmula de encriptación utilizada.

Cuando los integrantes del jurado leyeron el texto, se miraron con gesto de extrañeza y, sin consultarse, descalificaron al participante diciéndole:

— Su chisme es incomprensible por exceso de errores ortográficos.

(Este es el Artículo Nº 2.042)


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