Hoy Mariana cumple años y
piensa, tarea esta que ha hecho pocas veces en su vida.
Mirando el techo, con ambas
manos como almohadas, recuerda a la abuela, al padre, al almacenero con quien
regateaba exitosamente el precio de los caramelos, a doña Esther, que era esquizofrénica,
rechazada por todo el barrio, pero que Mariana aceptaba de buen grado porque le
gustaba ir contra la corriente, pero
también porque Esther le dedicaba muchas horas a peinarla mientras le contaba
historias, incoherentes para todo el mundo menos para la niña.
Con una de las almohadas
se palpa el abdomen; blando, flaco, que a veces se mueve, que otras veces late,
como si fuera un segundo corazón, que siempre respira al compás de los
pulmones. Lo palpa y recuerda los embarazos, no tanto en el orden cronológico
sino siguiendo el curso errático de su memoria afectiva.
— ¿Dónde andarán mis hijos?—, se pregunta sin dramatismos—
¿estarán todos vivos?, ¿alguno estará pensando en mi?, ¿cuál me querrá más?,
¿alguno me querrá?, ¿cuál será el más resentido?
Mariana ha tenido una vida fuera de lo normal y, sin
embargo, siempre tuvo la sensación de que el azar la ponía en las mismas
situaciones: vinculándose con mujeres que no podían tener hijos pero que
estaban llenas de amor maternal.
Con su escasa educación, la muchacha tenía una creencia: las
mujeres estériles aman la paz y no quedan embarazadas porque huyen de la
violencia sexual.
Ese destino, que se repetía sin que ella lo buscara, la
inducía a tener hijos para calmar la sed maternal de esas mujeres más
pacifistas que ella. Quizá podría decirse: de esas mujeres menos agresivas que
ella.
Así ocurrió varias veces: seducía a un varón que le gustara,
se hacía embarazar y luego se dedicaba a encontrar una familia para el bebé.
Mariana creía que cuanto más violento era el acto sexual,
más fuerte y sano era el semen fecundador. Con una buena semilla se tienen
hijos hermosos.
Así tuvo y donó mucho niños; en la mayoría de los casos
lograba que la familia adoptante le permitiera seguir visitando a su hijo biológico.
En otros, no.
Hoy cumple sus primeros 29 años, mira el techo de su celda
por matar a un desgraciado que quizo ser violento cuando ella ya estaba
embarazada.
(Este es el Artículo Nº 2.055)
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