lunes, 14 de octubre de 2013

Los deseos personales son intransferibles



 
Entre los humanos ocurre algo insólito: algunos pretenden que sus deseos personales movilicen a otros que carecen de esos deseos.

Imaginemos a un padre con su hijo de treinta años.

Ambos tienen exactamente el mismo vehículo..., mejor dicho, la misma carrocería: cada uno tiene una carrocería completa de aquel hermoso modelo Minx de la marca Hillman. Ambas son del último modelo (1970), con cuatro puertas, elegante, tamaño mediano, ideal para una familia de cuatro personas, que tanto quiera usarlo en la ciudad como desplazarse largas distancias hacia otras ciudades o lugares de descanso.

Sin embargo, solo una de esas dos carrocerías tiene también el motor. La carrocería del hijo no tiene motor. Luce igual al otro, pero si lo viéramos por dentro, constataríamos que no tiene el motor.

Este padre y este hijo pueden hacer todos los planes que quieran para viajar con sus automóviles, pero en los hechos, solo el señor mayor podrá ejecutarlos. El hijo tendrá que quedarse en su casa, mirando la belleza de su carro, que es tan bello como el de su padre, pero inmóvil por falta de algo esencial: el motor.

Esta mini-historia, un poco disparatada pero posible, solo puede servirnos para ejemplificar qué es lo que ocurre cuando los padres le ordenan a sus hijos que estudien, que vayan al colegio, que tengan un buen desempeño escolar, que sean capaces de generar buenas calificaciones en todas las asignaturas.

Aunque exteriormente los padres y los hijos se parecen mucho, se diferencian tanto como los vehículos que mencioné más arriba: uno tiene deseo (el padre cuyo auto tiene motor) y el otro desearía tener deseo pero no lo tiene (el hijo cuyo auto no tiene motor).

Esta situación de la vida real es verdaderamente disparatada, tanto como la mini-historia, pero nadie parece tenerlo en cuenta.

(Este es el Artículo Nº 2.049)

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