Contradiciendo el sentido común, no podemos vivir
sin deseos insatisfechos. Amamos a quien nos complace solo algunos, pero no
todos.
El hombre estaba perdidamente
enamorado de aquella mujer. Ella gustaba de él y también lo quería. No estaba
enamorada.
Cuando una mujer da por
terminada su etapa reproductiva busca un compañero que sea cariñoso, protector.
Busca a un buen amigo. Si este se desempeña bien en los juegos sexuales, mejor,
pero no es imprescindible.
En este caso, bastante
frecuente, el varón soñaba con la mujer y no le dejaba faltar nada. Cualquier
insinuación de ella, por sutil que fuera, desencadenaba en él una catarata de
obsequios.
A ella le gustaba tanta
generosidad pero llegó al punto que se cuidaba mucho de manifestar algún deseo
que pudiera satisfacerse con regalos porque tantos obsequios la abrumaban.
Tenía dificultades para hacer los gestos de sorpresa y de gratitud que suelen
esperarse en estos actos de generosidad.
Sin embargo, tenían peleas muy
agrias, aún cuando él recorría varios cientos de kilómetros tan solo para verla
y ser besado con ternura. ¿Cuál era el motivo de tantas riñas? Que él no
terminaba de separarse y divorciarse de su esposa.
Ella no quería más regalos, lo
quería libre, divorciado.
Un día ocurrió el anhelado
momento: el entró radiante en el pequeño apartamento y le dijo, exultante: «¡Empecé los
trámites de divorcio. Me vengo a vivir contigo a partir de ahora!»
Seguramente usted está pensando lo mismo que ella: «¡Qué alegría!, ¡Por
fin!», pero se equivocaron usted y ella: la noticia tan esperada le cayó como
un balde de agua fría, sintió angustia. No solo ya no sabía cómo agradecer los
interminables regalos sino que tampoco sabía alegrarse por esta buena noticia.
En suma: Esta mujer, como
cualquier otro ser humano, no puede vivir sin deseos insatisfechos.
(Este es el Artículo Nº 2.046)
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