Necesitamos tener deseos e intentar satisfacerlos,
pero no del todo. Necesitamos tener frustraciones para que los deseos nunca
desaparezcan.
¡Cuidado, no sea cosa que
algún día de estos nos quedemos sin alguna frustración!!
Lo repito en otras palabras
porque esta idea va a contrapelo del sentido común: ¡Combatamos enérgicamente
la cancelación total de nuestros deseos!, ¡no permitamos que alguien se quede
sin deseos insatisfechos!, ¡tratemos, con moderada cortesía, a quienes, día a
día, se empeñan en frustrarnos!
Si usted cree haber entendido
la proclama anterior continúe leyendo pues voy a fundamentar por qué no debemos
renunciar a las frustraciones propias y ajenas.
Existe una técnica pictórica
que consiste en la generación de imágenes que, a primera vista, parecen una
cosa, pero que si las observamos detenidamente constatamos que se tratan de
otra. Wikipedia lo explica bien (1).
En el caso de defender la
insatisfacción total del deseo ocurre algo similar a la mencionada técnica
pictórica: por un lado estamos defendiendo la frustración pero simultáneamente
tenemos que combatirla, pero sin hacerla desaparecer del todo.
Lo digo de otro modo:
necesitamos tener deseos para que nuestro cuerpo esté provisto de la energía
vital que necesitamos para estar vivos, enérgicos, entusiastas, pero logramos
estos beneficios (el entusiasmo, por ejemplo), cuando tratamos de satisfacer
dicho deseo, pero claro, si intentamos cancelarlo del todo sepamos que la
cancelación total de dicho deseo nos acarreará la apatía, el desgano, una
sentimiento depresivo, triste, sin entusiasmo.
La situación es ambivalente y
podremos comprenderla si, y solo si, toleramos convivir con la ambivalencia,
con la contradicción.
La figura de la imagen
representa a una construcción de madera que, si la observamos detenidamente
podremos darnos cuenta que su existencia real es imposible. Algo similar ocurre
con esta administración del deseo:
debemos intentar cancelarlo, pero eso sí: nunca totalmente.
(Este es el Artículo Nº 2.058)
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